Cibercultura

Laboria, la ciudad del trabajo informatizado

Susana Finquelievich
31 mayo, 2016
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David Autor y David Dorn  opinan que los cambios tecnológicos que ahorran mano de obra desplazan a trabajadores que cumplen ciertas tareas. Por esto se gana en productividad. Pero advierten que a largo plazo estas tecnologías generan nuevos productos y servicios que incrementan el ingreso nacional y que a su vez aumentarán la demanda total de mano de obra. En la Europa de 1900, no se podía prever que un siglo más tarde los subsectores de servicios, como cuidado de la salud, finanzas, consumo de productos electrónicos, hotelería, gastronomía, ocio y diversión, emplearían muchos más trabajadores que la agricultura.

Muy bien. No está probado que los avances tecnológicos amenacen al empleo, o al menos, no a todos los tipos de empleo. ¿Esto quiere decir que los trabajadores no tienen nada que temer de las máquinas inteligentes? Tampoco es eso. Parecería que los luditas acertaron en algo: a pesar de que muchos ingleses del siglo XIX se beneficiaron de la introducción de los nuevos telares industriales (se contrataron trabajadores no calificados para operar los telares, y en el orden del consumo una creciente clase media pudo tener acceso a telas producidas masivamente) no parecería que, considerando todo el proceso, los obreros textiles calificados se beneficiaran.

Volvamos al presente. La dramática reducción en los costos de computadoras desde los 1970s ha creado enormes incentivos para que los empleadores sustituyeran la mano de obra por computadoras cada vez más baratas y más eficientes. Estos progresos, que utilizamos cotidianamente mientras bajamos libros a nuestros dispositivos electrónicos, compramos pasajes o entradas de cine en línea, reservamos hoteles, pagamos facturas o consultamos nuestros smart phones para saber qué recorrido es el más corto entre dos puntos urbanos, han vuelto a despertar los temores de que los trabajadores de tareas relativamente rutinarias o mecánicas serán desplazados por la tecnología. ¿Cuáles son las diferencias con la difusión de máquinas en la Revolución Industrial?

En el primer libro de su trilogía “La era de la información”, dedicado a la “Sociedad red” Castells define la revolución informacional como “la transformación de nuestra cultura material por obra del nuevo paradigma tecnológico organizado en torno a las tecnologías de la información”. Se entiende el concepto de tecnología como el uso del conocimiento científico para especificar modos de hacer cosas de una manera reproducible. Para Castells, en este nuevo paradigma la tecnología de la información cumple el mismo papel que las fuentes de energía -el vapor y los combustibles fósiles- tuvieron en las anteriores revoluciones industriales. Lo que más caracteriza esta nueva era es que, si bien existe un progreso de la información y del conocimiento, éstos no son algo central a todas las actividades humanas. Lo relevante es la aplicación de ese conocimiento a aparatos que a su vez sirven para generar procesamiento de información y nuevo conocimiento.

Trabajo parrcialmente robotizado en Audi, Alemania

Castells, cuyo primer volumen de la trilogía fue publicado en 1996, el mismo año en que Rifkin escribía “El fin del trabajo”, planteaba que las sociedades se relacionan con el mundo laboral afrontando una mayor individualización del trabajo y una progresiva fragmentación. Admitía la existencia de una polarización y un aumento de las desigualdades, pero apoyándose en datos de EEUU, afirmaba que esto se debe más a las exclusiones y a las discriminaciones de las que son objeto los trabajadores que a la nueva estructura ocupacional. Esta nueva estructura suponía una eliminación de los trabajos agrícolas, la disminución del empleo industrial, un crecimiento de los servicios de producción, así como los de salud y educación, y una continuación de los puestos de trabajo en tiendas minoristas y servicios como actividades de escasa cualificación. Aunque se produzca un incremento de los puestos cualificados, esto no significa que el mercado laboral no continúe dividido entre puestos cualificados y los que no requieren apenas formación. Lo que sí está claro es que la productividad ha sido una constante creciente a lo largo de los años en Estados Unidos.

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