Laboria, la ciudad del trabajo informatizado
Susana Finquelievich
31 mayo, 2016
Como plantean Novick y otros, la discusión sobre los efectos de los procesos innovadores sobre el empleo es tan antigua como compleja. Ni la literatura teórica ni los estudios empíricos permiten llegar a conclusiones sobre cuál es el sentido de esos impactos. Lo que resulta indudable es que las diferentes “trayectorias tecnológicas” de los países condicionan las tendencias del empleo y del desempleo a nivel nacional y regional. Evidentemente, esto no significa que las miradas de corto plazo, focalizadas en los efectos precio o en las regulaciones de los mercados de trabajo no sean importantes, pero resultan insuficientes para elaborar una explicación completa a la evolución del empleo. Novick. recuerda que el debate acerca del “desempleo tecnológico” se puede encontrar en los inicios de la teoría económica (Ricardo, Marx) y se ha reeditado en diferentes períodos de la historia caracterizados por fuertes cambios en los paradigmas tecno-organizacionales. La idea de que el cambio tecnológico reduce el nivel de empleo estuvo presente en numerosas manifestaciones sociales desde la Revolución Industrial.
Las máquinas han estado aliviando a los humanos de los trabajos penosos y deleitándonos con hazañas asombrosas por miles de años. Un ejemplo es el mecanismo Antikythera, una maravilla helenística de madera y bronce, y una de las primeras computadoras analógicas. Estaba diseñada para predecir posiciones astronómicas y eclipses para fines astrológicos y de construcción de calendarios, así como los ciclos de los Juegos Olímpicos. La Isla de Rodas era famosa por su Autómata, como se conocía a los robots de la época. En la mitología griega Talos, Talon o Talo era un gigante de bronce que protegía a la Creta minoica de posibles invasores. A veces era considerado un autómata forjado por el propio Hefesto, el dios del fuego y de la forja, y otras el último de una maligna raza de gigantes de bronce. En algunas versiones del mito, Talos es forjado por el inventor Dédalo. En cualquier caso, se le presentaba como el infatigable guardián de Creta, encargado de dar tres vueltas cada día a la isla, impidiendo entrar en ella a los extranjeros y salir a los habitantes que no tenían el permiso del rey. Se decía que cuando Talos sorprendía a algún extranjero, se metía en el fuego hasta calentarse al rojo vivo y abrazaba entonces a sus víctimas hasta calcinarlas.
En el medioevo surgió el Golem de la mitología judía, un ser animado fabricado a partir de materia inanimada (barro, arcilla, o piedra). Existen varias historias sobre esta criatura, pero la más conocida relata que el Rabino Judah Loew ben Bezalel de Praga (1513-1609) creó un Golem de barro y le dio un nombre sagrado para proteger a la comunidad judía de las persecuciones y para ayudar en las labores físicas. Otra versión indica que la creación del Golem se realizó cerca de Pascua, en la primavera de 1580, cuando un cura incitaba a los cristianos a que atacaran a los judíos. El Golem protegió efectivamente a los judíos durante la Pascua. Las dos versiones coinciden en que el Golem perdió el control y enloqueció, amenazando vidas inocentes, de modo que el Rabino borró el nombre divino y dejó al Golem sin vida.
En 1950, se publicó Yo, Robot, de Isaac Asimov, una colección de relatos sobre un tema común en los que se establecen y plantean los problemas de las tres leyes de la robótica que rigen la vida ética de los robots inteligentes. Estas tres leyes, destinadas a proteger a los seres humanos, eran básicas: 1) Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por su inacción, permitir que un ser humano sufra daño. 2) Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entran en conflicto con la Primera Ley. 3) Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley. Si las personas formulaban, aún en la ficción, leyes para priorizar la vida de los humanos frente a la de los robots, era porque en el imaginario colectivo se necesitaba el respaldo de un marco legal, aunque fuera ficticio. Se sobreentendía que las máquinas podían ayudar a los humanos… pero sólo hasta cierto límite. Cuando éste se cruzaba, los robots podrían perjudicar, dañar de varias maneras o hasta eliminar a las personas.
A pesar de que la humanidad ha convivido con máquinas, o con sus existencias míticas desde hace milenios, se ha desarrollado en torno a las máquinas una fantasía aterradora y distópica, como si se tratasen de un Quinto Jinete del Apocalipsis que trae consigo el comienzo del fin de la especie humana. De Metrópolis a Terminator y Matrix, por mencionar tres clásicos del cine de ciencia ficción, pasando por Tiempos Modernos, las máquinas son ese enemigo íntimo que, inicialmente creados por la inteligencia y el ingenio humanos, se vuelven contra su creador para destruirlo. A veces, hasta lo logran.