Redes de conocimiento

Nuevo periodismo y redes de conocimiento. La revista en.red.ando.

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
15 octubre, 2015
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En 1996, traté de convertir El Periódico de Cataluña en la vanguardia de los medios digitales en Internet, para lo que era necesario crear un proyecto que superara la mera mudanza de los contenidos del medio de papel al medio digital (teníamos el proyecto, como teníamos casi todo lo necesario para conseguirlo, menos la comprensión de lo que estaba en juego, que, como dicen en mi tierra: “caziná”).

Ese año comencé a publicar en Internet por mi cuenta un editorial semanal, que pretenciosamente llamé entonces “Revista electrónica en.red.ando”. Al principio era tan solo un dazibao, un artículo que reflexionaba sobre el impacto de Internet y que pegaba cada martes en la pared digital de la Red. Artículos que no tenían cabida en el medio de comunicación para el que trabajaba como free-lance. La forma como lo organicé con la ayuda de Vicent Partal y Charly García, que en aquella eran el director y miembro del equipo, respectivamente, de la Infopista, devino en el primer blog que existió en Internet (cada vez que diga esta frase, hay que tomarla en su totalidad: me refiero a toda la Red desde su fundación). Disponía de un formulario para suscribirte y así recibir un aviso de que había un editorial nuevo, o para recibirlo entero. En otro formulario podías dejar tus comentarios que podían ver y responder los otros internautas. La época era muy diferente a la actual. La gente se suscribía, pero no decía nada, hasta que Vicent avisó en su web que yo cumplía 50 años y me quedé asombrado de la cantidad de felicitaciones que recibí a través de este pequeño frankestein construido con formularios. En fin, un blog, en Barcelona, en 1996.

En 1997, en.red.ando pasó a ser una revista con secciones y ese tipo de organización que suelen definir a los medios de comunicación. Pero sin una portada cargada de noticias de actualidad y sin las secciones habituales de los medios de comunicación, como deportes,  política, espectáculos, etc., sin aquellos rasgos que han determinado su identidad desde que aparecieron en los albores de la revolución industrial.

La estructura y organización de la revista electrónica no buscaba la complicidad del lector, su forma de entender casi desde la cuna qué es y de qué trata un medio de comunicación escrito, adónde tiene que ir para encontrar lo que supuestamente quiere y desea saber. No buscábamos “darle en el gusto”, sino mostrarle que se podían hacer cosas diferentes porque estaba en un lugar diferente. Mis amigos me decían, por ejemplo: “La gente no quiere leer textos largos”. Y yo respondía: “Eso te debe pasar a ti y a la gente con la que tú tratas en la Red. Si sigues alimentándolos con textos breves o imágenes, ¿por qué van a preferir pensar, reflexionar, analizar y actuar de otra manera?” Nuestra vocación (aunque no lo proclamáramos porque íbamos a tientas) era desarrollar una nueva forma de hacer periodismo. Y lo fue por primera vez, que nosotros sepamos, en la historia de Internet. Entre otras cosas, y sobre todo, porque publicábamos los artículos que nos mandaban quienes estaban haciendo cosas en la Red. Frecuentemente y sin necesidad de reclamárselos. Es decir, escribían sobre lo que les interesaba y les preocupaba. Y acudían donde percibían que era posible publicarlo.

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