La carreta tira del buey

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
12 diciembre, 2017
Editorial: 157
Fecha de publicación original: 2 marzo, 1999

Cuando haya sospecha, haya cautela

La «Información de Fisher» no es ninguna parcela clave del panorama informativo que se encuentre en manos de este señor. Todo lo contrario. Es la que le falta a él y a nosotros para saber cómo funcionan las cosas. Y siempre, en todos los sistemas que nos rodean, según Fisher, tenemos ese déficit de información, a pesar de lo cual, hacemos leyes sobre el funcionamiento del universo, de nuestro mundo e incluso de nuestros mundos virtuales. Y, al parecer, funcionan. Lo cual no deja de ser un misterio más grande que los patrocinados por el Vaticano. A menos que haya un fallo, ya sea en la concepción del señor Fisher o en la forma como nosotros aprehendemos la naturaleza y fijamos su funcionamiento a través de leyes fundamentales. Esto último es lo que propone Roy Frieden en un libro destinado a estremecer la cosmogonía de la ciencia de este final de siglo y de bastante del que viene. En «Physics from Fisher Information, a Unification» (Cambridge University Press), Frieden propone que todo intento de extraer información de la naturaleza determina la respuesta que obtenemos. Lo cual, si es cierto, plantea una interesante visión del mundo en que vivimos, donde la información va camino de convertirse en la omnipresente majestad de una sociedad sometida a su gobierno.

Ronald Aylmer Fisher era un estadístico de Cambridge que, allá por los años 20, se dio cuenta de un pequeño, pero fundamental, detalle: por más que nos empeñáramos, nunca obtendríamos toda la información que queríamos de un sistema dado. O, dicho de otra manera, toda la información que uno puede obtener de un sistema físico es la denominada «información Fisher», que, a pesar de no ser toda la que posee –y explica a– dicho sistema, nos sirve para decretar una ley sobre su funcionamiento. Lógicamente, nunca llegamos a saber de dónde viene esa ley y, mucho menos, por qué diablos funciona. Sin embargo, en esta disparidad se basan desde el electromagnetismo a la gravedad, pasando por la física de partículas, los gases y, por supuesto, el inicio del Universo, el espacio/tiempo y, para no alargar demasiado la lista, nosotros mismos.

No se sabe si Fisher llegó a su revolucionaria conclusión tras una profunda reflexión sobre la innata tendencia al error de la naturaleza humana, aunque, casi seguro, fue su reconocida experiencia como estadístico la que le puso sobre la pista de este dato esencial. Fuera por el camino que fuese, Fisher se dio cuenta de que todo fenómeno, todo sistema, todo acontecimiento en la naturaleza posee un volumen determinado de información y nuestro esfuerzo por adquirirlo es propenso al fallo. Para empezar, los equipos de medición y observación siempre tienen errores, a los que se suman los inherentes al sistema observado, como pueden ser fases caóticas transitorias inducidas por cambios internos o externos o, algo de sobras conocido, sobresaltos causados por el propio hecho de la observación. En otras palabras, la naturaleza no parece muy inclinada a dejarnos saber todo lo que ella sabe y nosotros sólo alcanzamos a saber una parte, por grande que sea, de todo ese saber.

A partir de aquí, Frieden llegó a una conclusión que según él, le pone en el camino de descubrir la Madre de todas las Leyes, es decir, la que puede explicar de donde vienen las leyes de la física que «nos gobiernan». Este reconocido investigador del Centro de Ciencias Opticas de la Universidad de Arizona considera que cada fenómeno físico ocurre en reacción a la medición que hacemos de él, o sea que ésta actúa como un catalizador del efecto obtenido. En otras palabras, las leyes de la física no son sino las respuestas a la preguntas planteadas. La información, por tanto, precede al mundo que descubrimos y éste no se corresponde necesariamente con la información que poseemos para describirlo. Lo cual, si es cierto, es muy interesante.

La naturaleza tiene una peculiar inclinación por producir acciones. Y los científicos siguen esta inclinación en una búsqueda incesante de estas acciones. Apenas se descubre una ley fundamental de la física, por ejemplo, comienza una carrera para descubrir la acción específica necesaria que corrobora su funcionamiento. Pero nadie sabe a ciencia cierta por qué la naturaleza está tan preocupada con las acciones. Por esta misma razón, nadie puede llegar a ellas directamente y establecerlas sin necesidad de observarlas. La única metodología a mano es desandar los pasos de una ley, una vez descubierta, para encontrar las acciones que certifican su funcionamiento. Este camino, aunque el más trillado, no parece ser el más recomendable.

Frieden, que lleva más de 20 años limpiando imágenes borrosas para extraer la mayor información posible de ellas, se trate de galaxias o de matrículas de coches, le ha dado la vuelta a este método y propone que lo importante no es la acción que tratamos de descubrir, sino la mejor descripción que podemos hacer de ella. Sabemos que la información para esa descripción existe y queremos conseguir cuanta más mejor mediante mediciones y observaciones. Y queremos que la diferencia entre la que obtenemos y la que posea el sistema sea lo más pequeña posible. Cuando consideramos que hemos alcanzado el punto más óptimo en este proceso, lo llamamos ley de la física y determinamos que así funciona la naturaleza. Pero, en realidad, el intento de extraer información ha determinado la respuesta obtenida. Como ya se sostenía en el siglo XVIII por algunos conspicuos pensadores, la participación del observador crea información y la información crea la física.

Las ideas de Frieden comienzan a ganar terreno en la comunidad científica, aunque con la lentitud previsible ante la propuesta de modificación de los paradigmas vigentes. Pero su intento de explicación del origen de las leyes de la física llega en un momento oportuno, justo cuando la información comienza a ocupar el epicentro de una sociedad que trata de explicarse a sí misma a través de la propia información que genera. Y, por este camino, nosotros ya sabemos bastante de las estrechas relaciones entre las acciones y la información que trata de fundamentarlas. Pero, a la luz de la concepción de Frieden, tenemos que extremar el cuidado para saber quién va por delante, si la carreta o el buey, si el efecto o la causa, si el bit o el hecho.

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