Soñar cuesta dinero

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
17 enero, 2017
Editorial: 66
Fecha de publicación original: 8 abril, 1997

Fecha de publicación: 8/4/1997. Editorial 66.

Vela que arde por las dos puntas, poco dura

Derechos de propiedad intelectual (1), gran industria vs. PYMES (2) (pequeña y mediana industria), pérdida de experiencia (3) y pérdida de tiempo (4) son los cuatro jinetes del Apocalipsis europeo en la era de la Sociedad de la Información. A Europa se le escapa ese futuro que promete el mundo de las telecomunicaciones como si fuera arena que se filtra entre los dedos. La integración del continente en un sólo mercado no sólo no está resolviendo lo que se le supone a este tipo de corrales mercantiles, sino que, a la vez, el vallado establece sus propias reglas de comportamiento con un efecto deletéreo sobre aquellos sectores que, supuestamente, deben tirar del carro. El discurso oficial sobre las actividades que hoy deberían estar configurando el futuro no tiene una correspondencia consecuente con la forma (y el contenido) como se nutren dichas actividades. Mientras se elaboran encendidas diatribas sobre la necesidad de marcar el territorio para que el amigo americano no lo arrase con su avasalladora vitalidad, en los lugares donde se decide la política cotidiana de la UE hace tiempo que se ha emprendido una estrategia defensiva a ultranza: algo así como «salvemos por lo menos a los niños y las mujeres». Pero estas no precisamente son las minorías que requieren protección. No las únicas.

El panorama arroja sombras importantes (por calificarlas de alguna forma) sobre cómo será el ciberespacio en Europa y qué pondremos dentro de ese cajón que denominamos Sociedad de la Información, la forma peculiar como queremos construir la geografía del planeta digital. Estos días ha estado por España Jean Marie Laporte, un francés nacido en Marruecos, que carga sobre sus espaldas una experiencia de más de 20 años en la empresa estadounidense Control Data, de la que ha sido director en Europa durante bastantes años. Laporte, actualmente en la Oficina de Gestión de la Iniciativa de Sistemas Abiertos de Microprocesadores (OMIMO), es un privilegiado testigo — y partícipe– de multitud de guerras que ahora puede mirar el campo de batalla con mirada sabia e indicar inmediatamente porqué las baterías están mal colocadas y apuntando al lugar equivocado. Su labor actual al frente de OMIMO (que forma parte del programa ESPRIT) es precisamente esa, detectar proyectos con suficientes pulmones y cerebro para protegerles la respiración y la imaginación durante el tiempo necesario hasta que crezcan y desarrollen las extremidades que les permita andar. Tarea ardua, donde las haya, en un campo totalmente minado por el omnipresente «enemigo»: hoy por hoy, el 90% de las innovaciones en las tecnologías de la información, desde los chips hasta la integración de sistemas, procede del otro lado del charco.

Pero, si esa fuera la única dificultad, entonces sería simplemente la guerra. El problema es que el desarrollo de acciones concertadas a escala europea diluye el color de las camisetas de cada participante y, al final, no está muy claro para quien se juega. Si volvemos a los jinetes del Apocalipsis, se entenderán mejor algunos de los cuellos de botella de la UE que no se resuelven sólo con buena voluntad, ni mucho menos con directivas.

Laporte reivindica sus orígenes marroquíes para señalar con el dedo, desde los márgenes de Europa y desde el seno del rico y diverso mercadillo de la supervivencia, a lo que él ve como el gran defecto del Viejo Continente: «Vender nos parece una actividad denigrante. Nos gusta imaginar, investigar, desarrollar conceptos nuevos, pero no logramos llevarlos al mercado a tiempo. Inventamos el GSM, pero lo ensamblamos en Asia. Y para venderlo en EEUU, escogemos a estadounidenses. Entonces no debe extrañarnos que muchos de nuestros mejores cerebros en el campo de los microprocesadores, los sistemas informáticos y las telecomunicaciones se nos marchen allí. Aquí, vender es casi una ofensa social, en EEUU es una señal de prestigio.» ¿Solución? «Tenemos la inteligencia y la imaginación: en eso somos mejores, nuestra capacidad de inventiva está muy desarrollada, pero hay que ponerla al servicio de nuestros sueños. Si no creamos consorcios capaces de mantener esta inteligencia y de convertirla en los productos de la sociedad del mañana, claramente no hay solución, aparte de trabajar con EEUU en una relación de subordinación. Puede parecer un sueño, pero es que para vencer en esta batalla, hay que soñar.»

Lo duro de este sueño es que su lecho de cultivo no es sólo el europeo. Los respectivos países son el origen del letargo al retrasar las condiciones que le permita a las organizaciones, las empresas, las administraciones o los individuos, aprovechar las oportunidades que ofrece el ciberespacio para desarrollar sus iniciativas. Soñar, sí, cumplir los sueños, también, pero si resulta que incluso esto es más caro que en otras partes, entonces habrá que plantearse si merece la pena.

(1) Los derechos de propiedad intelectual (DPI). Todos los proyectos europeos exigen la participación de empresas e instituciones de diferentes países para que consorcien sus esfuerzos. Inmediatamente aparece el problema crucial de los DPI. «¿Cuánto podemos contar de nuestra investigación a socios «extranjeros» que podrían aprovecharla o pasar datos claves a otros competidores?» La duda se resuelve por lo sano: no se pone sobre la mesa la información más importante. O, como dice socarronamente Jean Marie Laporte: «Nunca podemos utilizar el último chip, siempre nos ofrecen el modelo antiguo.» Cuanto más grande es la empresa involucrada, más poderosa es su negativa a revelar lo que considera secretos industriales, lo que puede llevar o al retraso ostensible del proyecto o, directamente, a su paralización. ¿Solución? Por ahora, no hay solución. A menos que se considere como tal el hecho de que el flujo real de información discurra entre empresas norteamericanas y europeas más que entre éstas. Un capítulo aparte merece la protección de los datos, es decir, la cacareada seguridad de las redes. En estos momentos, el intento de desarrollar una red de ATM de 155 MB por radio (proyecto alemán), por donde toda la información circularía encriptada, ha chocado con la inmediata exigencia del gobierno británico de que los gobiernos deben poseer las claves para descifrar los mensajes. Los bancos alemanes, principales promotores del proyecto, se han negado en redondo a semejante solicitud. Resultado: todos quietos parados.

(2) Grandes empresas vs. PYMES. Sólo el poder de lobby en Bruselas de las primeras deja el campo de batalla con los efectivos claramente dispuestos: desde lejos se puede intuir quien se va a llevar el botín con las menores bajas posibles. La alianza entre las corporaciones y los gobiernos en ara de intereses políticos «superiores» dejan al resto los despojos. Pero éstos, dice Laporte, contienen todavía suficiente sustancia como para sostener proyectos viables y de evidente impacto comercial. ¿Solución? Su oficina funciona como una especie de banderín de enganche donde se instruye a la pequeña y mediana industria a sortear los costosos laberintos de la eurocracia y aprovechar los recursos (escasos) que deberían financiar sus proyectos. «Pedir dinero la primera vez es difícil, después la mecánica se convierte en rutina».

(3) Pérdida de experiencia. Laporte, antes de clavar la daga en el cuerpo propio, examina la herida en el ajeno. EEUU puso todos sus huevos en el canasto del transbordador y dejó, arrumbados en el camino, los grandes cohetes lanzadores, como el Atlas. Ahora tienen que regresar a ellos para transportar material a la estación espacial Alpha (si es que, finalmente, se construye) y ni los tienen, ni, lo que es peor, tampoco poseen ahora la experiencia y los conocimientos para ponerlos en la línea de ensamblaje en los próximos años. «Nosotros hemos perdido la industria de los ordenadores, nuestros mejores cerebros se han ido a EEUU, y ahora no resulta fácil volver a reunir la capacitación que teníamos antes. Ni siquiera las empresas grandes se pueden permitir la creación de grupos de expertos para pensar nuevos proyectos, como hace, por ejemplo, INTEL, que ha formado un comité de 50 personas para desarrollar el chip del próximo milenio». ¿Solución? Apelar a la imaginación, a la creación de consorcios y a la integración de sistemas para recrear «un tejido del conocimiento y la ilusión», según Laporte.

(4) El tiempo. Desde que surge una idea, se busca la financiación y los socios para el proyecto, se crea el equipo, se comienzan a resolver los problemas que se encontrarán por el camino (DPI, lobbies, transferencia de tecnologías entre los socios, etc.), se pone manos a la obra…, para entonces la fiesta se ha acabado. Las ideas existen cuando hay un mercado. Pero para cuando la idea se convierte en un producto, el mercado ya se ha ido. Todo lo contrario de lo que sucede en EEUU, donde la velocidad de la innovación crea la ilusión de que existe una anticipación real de las tendencias de la demanda ¿Solución? Los proyectos europeos de la OMI ahora sólo exigen tres empresas de 2 países como mínimo para acortar los tiempos (antes eran tres o más).

print