Las tres equis de Internet

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
31 julio, 2018
Editorial: 224
Fecha de publicación original: 18 julio, 2000

Para bien creer no hay cosa como ver

Internet ya es la 18ª potencia económica del mundo, por debajo de Suiza y por encima de Argentina. Los dos estudios más completos hasta el momento sobre la «Nueva Economía de la Red», el de la Universidad de Texas –Medición de la Economía de Internet– y el de la OCDE –Perspectiva de la Tecnología de la Información– reflejan el enorme impacto del ciberespacio en la conformación de todo un nuevo entramado de relaciones económicas, sociales y políticas en el apretado espacio de cinco años. Ambos trabajos se centran, respectivamente, en EEUU y en los países industrializados. Más preciso el primero que el segundo en la búsqueda de las variables propias de la economía de Internet, los dos apuntan sin lugar a dudas a que la onda expansiva de la Red, más pronto que tarde, por activa o por pasiva, impregnará de su lógica a todo el planeta.

En EEUU, Internet añadió 650.000 nuevos puestos de trabajo a los 2,5 millones de trabajadores directamente dependientes de la nueva economía en 1999. En unos casos, estos puestos de trabajos fueron creado «ex-novo», en otros reflejan los cambios de estrategia de las empresas al asignar parte de sus recursos humanos a la economía de Internet. El proceso es parecido en Europa y Japón, aunque a mucha menor escala. Los ingresos de las empresas estadounidenses en la Red crecieron a una tasa anual del 11% de 1998 a 1999, casi tres veces la de toda la economía para el mismo período. El único cuello de botella es el del empleo en el sector de servicios (contenidos, portales, intermediarios, etc.), que «sólo» creció un 17%, por debajo de años anteriores y muy por debajo de la expansión en cadena que vive este sector.

Lo más sorprendente de todas estas cifras no es tanto su enormidad, sino el hecho de que la economía de Internet apenas ha dejado los pañales. En 1995 la población conectada rondaba los 19 millones de personas. Hoy son 200 millones y se estima que llegará a los mil millones en cinco años. En Junio de 1999 había 56 millones de direcciones IP. Seis meses más tarde la cifra era de 72 millones. Cada minuto se conectan 69 nuevos servidores a la Red y se registran 23 nuevos dominios. El próximo trimestre se superarán los 100 millones de servidores (unos 30 millones a finales del 99). Para el 2005 se estima llegar a los 1.000 millones (sin contar las nuevas tecnologías tipo Gnutella que convierte en un servidor de la Red al ordenador del usuario). Nunca ninguna tecnología había experimentado semejante «Big Bang», ni había afectado de manera tan expeditiva a los propios cimientos de la sociedad que la alumbró. La comparación usual con las tasas de penetración de la radio, la televisión o el vídeo mide, en realidad, valores y categorías diferentes. Internet abre las puertas a una participación masiva de los ciudadanos en la conformación de las reglas económicas sin acabar de escribirlas definitivamente. Cada día, los borbotones de nuevos usuarios rediseñan implícitamente las reglas de juego y preparan el terreno para un nuevo surtido de actividades que afectan directamente a la economía de la Red.

En apenas dos años, el acceso gratuito a Internet parece haberse convertido en un artículo de la declaración de los derechos [digitales] del hombre y los cacharros de bolsillo para acceder a la web y a otros servicios de información en línea llevan camino de convertirse en un adminículo tan cotidiano como el cepillo de dientes. En 1998, los internautas accedieron a la WWW a través de 150 millones de chismes (ordenadores, asistentes personales digitales, etc.). En cuatro años usaremos más de 720 millones de aparatos con este fin, algunos de los cuales todavía ni siquiera imaginamos. Además, el precio de los PC (cuando no los regalan) baja constantemente y a la vuelta de la esquina está el teléfono móvil multimedia y el cable (¿cuánto tardarán en regalarlos también?), dos nuevas autopistas que multiplicarán la población conectada de la noche a la mañana. En el caso del cable, el aumento del ancho de banda dedicado al mercado doméstico volverá a propinar un enorme revolcón al sector de servicios y contenidos. Ninguno de los dos estudios se atreve a hacer predicciones al respecto, pero sí están de acuerdo en que es una mecha en un barril… de cabezas nucleares.

A pesar de la visión global y de las tendencias hacia las que apuntan estas cifras, el desarrollo de Internet sigue siendo una incógnita. Una de las partes más interesantes del estudio de la Universidad de Texas es la fundamentación de su investigación con el fin de poder medir la economía de la Red. El reto es sin duda titánico y, a pesar de las enormes dificultades, está muy bien resuelto al dividir el análisis en cuatro capas: infraestructura (donde están los actuales beneficiarios de la «gran explosión»), aplicaciones, intermediarios (de dónde emergerán los principales beneficiarios en el mediano plazo) y comercio. Pero los autores reconocen que hay un agujero negro: el comportamiento del «consumidor». Y se hacen eco de James Vogtle, director de la consultora de comercio electrónico Boston Consulting Group, quien afirma: «Incluso para el director de marketing más sabio, la conducta del consumidor es un territorio desconocido. La capacidad para extraer y rastrear información del cliente no se traduce necesariamente en un claro beneficio inmediato. Predecir la demanda con precisión en estos momentos es casi imposible».

Aquí hay tres factores en juego de enorme importancia. Se trata de lo que podríamos llamar las grandes X, o incógnitas de Internet. Por una parte, tenemos el efecto combinado de un crecimiento demográfico caótico –no controlado, como no puede ser de otra manera– junto con un proceso no medible de maduración de los internautas a medida que incrementan su grado de participación e interrelación entre ellos. Esto afecta directamente a la tasa de creación y crecimiento de sistemas de información, a la densidad de esta información y al volumen y tipo de servicios dedicados a prepararla y distribuirla, todo lo cual genera una demanda casi «líquida» de servicios de información y conocimiento. No hay patrón para medir o pronosticar su ritmo de crecimiento, diversidad, orientación y fidelidad.

La otra X es el sector de intermediación. Ninguno de los dos estudios mencionados en este editorial se atreven a evaluar lo que representa económicamente el trueque en Internet. Cientos de miles de lugares en la Red aportan información y conocimiento y añaden al reclamo global de Internet. No hay intercambio monetario, hay intercambio de inteligencia, atracción, emoción, curiosidad, expectativa y conocimiento. Son puntos catalizadores sin los cuales no habría forma de explicarse el propio fenómeno de la nueva economía. Dirigen la innovación, promueven la I+D social del ciberespacio y agitan la sensibilidad de gobiernos, administraciones, empresas e individuos. Yahoo no cobra por cada nueva dirección que añade a su directorio, como nosotros no cobramos por cada dirección nuestra que es capturada para incluirla en la base de datos de un directorio. Pero son los directorios los lugares más visitados de la Red y las locomotoras aparentes de los nuevos mercados digitales, verticales u horizontales, que se están creando. ¿Basta con el valor en bolsa de estos buscadores/portales/agregadores de contenidos para explicar su función en la nueva economía?

La última X es lo que ocurre dentro de las empresas y que, por ahora, no se refleja fidedignamente en las investigaciones y sondeos sobre la nueva economía. No se tienen datos fiables –o suficientes– sobre la inversión en equipamiento y recursos humanos para reestructurar las empresas en cuanto organizaciones informacionales capaces de aprovechar las oportunidades del mundo de las redes. No resulta fácil cuantificar este esfuerzo, pero es crucial para medir la productividad de las organizaciones. Aprender a organizar flujos de comunicación online en el contexto de las organizaciones con el fin de desarrollar estrategias en la Red es hoy uno de los saberes medulares de la nueva economía. En realidad, es el pegamento que mantiene cohesionadas a todas las otras capas y le da sentido a las incógnitas mencionadas. Y todavía no sabemos ni cuanto cuesta, ni cuál es su impacto real.

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