La ética de los nuevos medios
Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
11 septiembre, 2018
Editorial: 237
Fecha de publicación original: 17 octubre, 2000
Acogí al ratón en mi agujero y tornóse heredero
Los recientes acontecimientos de Seattle, Washington y Praga contra el proceso de globalización, en general, y la política de los organismos internacionales de finanzas y comercio, en particular, son una muestra de la revitalización de Internet en cuanto plataforma de organización social. Por irónico que parezca, la lucha contra los aspectos más perversos de la globalización tiene como su estandarte más evidente a la Red de Redes, papel que, por cierto, aunque con menos sonoridad pública, ya había jugado a principios de los años 90, cuando Internet todavía era muda, estática y en blanco y negro. Ahora, a través de nuevos medios, de redes comunitarias y ciudadanas y de formas innovadoras de organización, la Red se está convirtiendo en una plataforma con un amplio eco en colectivos y entidades de todo el globo. Al mismo tiempo, como era de esperar, aparecen nuevos problemas que reflejan, en gran medida, las enormes disparidades de nuestras sociedades.
Ni siquiera en Internet somos todos iguales, aunque parezca todo lo contrario. Lo global y lo local se refieren, precisamente, a lo que nos iguala y nos diferencia. Y si esto no se toma en cuenta como guía fundamental para la acción, surgirán dificultades y conflictos, como ya sucedió en Praga. Marta Centenera describió algunos de estos problemas en su estupendo e imprescindible artículo «La moda de la resistencia global». Dos aspectos saltaron al tapete con particular vigor en la capital checa: la lengua y la capacidad tecnológica. En ambos, el mundo sajón se convirtió, casi sin proponérselo, en el actor fundamental, tanto por jugar en casa cuando el inglés se convierte en el idioma común, como por su veteranía (alfabetización digital) en el uso de la tecnología.
Como muy bien explica Marta, la lengua vehiculaba incluso códigos y símbolos que encapsulaban hasta la manera de aprobar o rechazar opciones planteadas en asambleas. La participación pasaba entonces por una especie de colador natural: tenían voz quienes dominaban el inglés como lengua materna. Respecto a la tecnología, Marta señala de manera muy gráfica el desequilibrio evidente entre las organizaciones estadounidenses y el resto. Los nuevos medios que actuaban como «intelectuales orgánicos» de quienes habían acudido a Praga –y de quienes seguíamos los acontecimientos a través de la Red– representaban en su contenido, en gran medida, esta capacidad tecnológica de EEUU.
Lo irónico del caso es que en la protesta contra la globalización subyace la rebelión consubstancial a nuestra época: no se puede tomar decisiones en nombre de nadie y, menos, en virtud de estas decisiones, condenar a 4/5 partes de la humanidad a la pobreza o el atraso crónicos. Internet agudiza esta filosofía al posibilitar la participación y la interacción, es decir, que todos revelen su propio capital intelectual, que se ponga en común en redes inteligentes distribuidas y que, por tanto, las decisiones se tomen base a esta capacidad de expresión plasmada en las redes. Pero esta posibilidad hay que cogerla por el cogote y convertirla en realidad, porque de lo contrario se convierte exactamente en su opuesto: vuelve a repetirse el papel de espectador que tan bien conocemos y que tan profundamente nos inculcaron a través del sistema educativo.
Al leer el artículo de Marta, me encontré de nuevo ante tantas y tantas conferencias o acontecimientos donde, allí arriba, estaban The New York Times, The Washington Post, la CNN; en un escalón inferior The Times, The Independent, etc., bastante más abajo quizá Le Monde, La Repubblica y algún otro medio de este rango; y fuera de foco, todos los demás. Los medios de los países en desarrollo ni siquiera estaban en las sombras. Y esta escala determinaba la jerarquía de la información, de las fuentes de información y de la secuencia de eventos. Ahora, en acontecimientos como los de Seattle o Praga, está claro que no existe una intencionalidad perversa de echar por delante el peso tecnológico de la nación más avanzada del planeta. Incluso se puede considerar el problema más por el otro lago, por la ingenuidad derivada de dicho peso. Pero tenemos a Internet y no es necesario que nadie subrogue a los demás en las funciones y necesidades de cada uno.
Un interesante aspecto de esta nueva situación lo constituye el debate ético sobre la función de los nuevos medios, que señalaba Oriol Lloret en su artículo «Activismo, medios e Internet, esperanzas y peligros». Los nuevos medios no pueden caer en la trampa de asumir los mismos criterios éticos que imperan en el mundo de los medios tradicionales: u objetividad o implicación incondicional con los nuestros. Como hemos dicho en anteriores ocasiones (véanse los editoriales 184 «Papá ¿de dónde vienen las noticias? del 12/10/99 y 185 “La batidora digital” del 19/10/99), los medios tradicionales no tienen una audiencia reconocible con la que negociar sus pautas de conducta. Por eso sus códigos deontológicos son de formulación propia y obligan en la medida en qué son –y cómo son– aceptados por el colectivo periodista y por cada uno de sus individuos.
La audiencia de los nuevos medios sí es reconocible, o debiera serlo, con pelos y señales. Es parte del cometido de los nuevos medios construirla a través de sistemas de información participativos que garanticen la interacción con sus lectores, de manera que estos sean, al mismo tiempo consumidores y generadores de contenido. En ese contexto, el debate ético es diferente, porque se sustenta en los acuerdos entre todas las partes interesadas. El periodista se debe tanto a «su lector» como éste a «su periodista» porque ambos intercambian papeles según sea el flujo de comunicación. El hecho de que esta discusión se plantee en el aparente terreno de la «objetividad» indica, bien a las claras, hasta qué punto muchos de estos nuevos medios, por más comunitarios y de base que se piensen a sí mismos, se ven todavía como proveedores privilegiados de información para audiencias objetivas que existen fuera de ellos.
La cuestión de la lengua es un debate a mucho más largo plazo. Aunque todos aceptemos que el inglés es el idioma de intercambio en Internet y que, en este sentido, es tanto la lengua de europeos, asiáticos, africanos, latinoamericanos o australianos, lo cierto es que no resulta fácil seguir debates complejos y participar en una lengua que constituye para la mayoría una prótesis de difícil encaje más que una segunda piel. Internet debería ser de enorme ayuda en este sentido por dos razones. Por una parte, porque permite el desarrollo de debates asíncronos. Pero, para llevarlos a cabo, es necesario crear plataformas de gestión de conocimiento que faciliten el proceso de toma de decisiones y la construcción de archivos de contenidos multilingües. Y éste es el segundo aspecto. Hasta ahora, conocemos perfectamente lo que piensan las redes comunitarias de Boulder, Colorado, o de ciertos barrios de San Francisco, incluso participamos en sus debates. Pero no sabemos ni cómo se llaman organizaciones similares en Suecia, Filipinas o Kenia. El contenido multilingüe debería constituir la pasarela hacia otras culturas, otras necesidades, otras vías de participación.
El hecho de estar todos juntos en Internet no quiere decir que se tenga que hacer cosas juntos a la fuerza. Como siempre, lo más importante es ponerse de acuerdo primero sobre qué y, después, cómo hacerlo. Y, desde este punto de vista, el primer paso consiste en reconocer que la diversidad cultural plantea prioridades locales en un contexto global, y no al revés. La Red permite globalizar esta discusión, pero no para convertirla en un mínimo común denominador donde la lengua y la tecnología impongan su ley, sino para verificar a partir de esta percepción colectiva las perspectivas comunes y divergentes que canalicen la acción, la participación y la interacción de las organizaciones sociales y de los nuevos medios que las tomen como objeto de su trabajo.
Estos temas constituirán una parte importante de los debates del Global CN 2000, la conferencia sobre redes ciudadanas y comunitarias que se celebrará en Barcelona en la primera semana de noviembre. Habrá un apartado dedicado a los nuevos medios en las redes comunitarias, donde se evaluará la nueva responsabilidad de los actores, el peso del contenido multilingüe y la negociación de las diferentes agendas como factores de vertebración de estas redes a escala global. Es una excelente ocasión para reflexionar y aprender de las enseñanzas que nos dejó Praga.