Esperando a mi OPSI

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
5 junio, 2018
Editorial: 207
Fecha de publicación original: 21 marzo, 2000

Cada día tiene su agonía

El papel predominante de las operadoras de telecomunicaciones en la «nueva economía» es de tal envergadura en estos momentos que resulta difícil imaginar un paisaje social sin ellas. Las cuantiosas inversiones en la apropiación de empresas y servicios de la Red por parte de Telefónica, Deutsche Telekom, British Telecom, ATT, MCI o WorldCom, por citar tan sólo algunas de ellas; la forma como están estructurando verticalmente el mercado de Internet (operadora – proveedor de acceso a Internet – portal – servicios basados en comercio electrónico – servicios de información generalista – etc.) y su predominio en la tarificación del acceso a la Red las coloca en la primera línea de todo lo que tenga que ver con el ciberespacio. Al menos, esto es lo que se ve, por ahora. La cuestión, sin embargo, es ¿por cuánto tiempo? Si Internet lo que permite es individualizar y personalizar cada vez más los servicios, ¿no debería ocurrir lo mismo con las infraestructuras? ¿No deberíamos llegar a un punto de que cada uno tenga su propia operadora, algo así como su OPSI (Operadora Personal de Servicios de Internet)?

El hambre actual por los grandes números de las corporaciones de telecomunicación no nos está dejando ver esta otra cara de la Red. Pero sus primeros bosquejos comienzan a despuntar en el horizonte. A pesar de los cambios espectaculares que estamos viviendo en estos últimos cuatro o cinco años, todavía no hemos llegado ni siquiera a la orilla de las modificaciones más significativas de la estructura industrial propiciada por Internet. Ahora, en medio de este maremágnum, puede sonar a bravuconada el sostener que las grandes operadoras de telecomunicación tienen los días contados. Pero, yo, de ellas, no me reiría mucho por si acaso.

Más de uno de los grandes capitanes de las telecomunicaciones ha dicho en los últimos años: «Las redes son nuestras y sobre ellas fundaremos los nuevos negocios». Y a ello se han abocado con fe paulina. Primero, plantearon su política como si las redes fueran efectivamente de ellos y pudieran funcionar como cotos cerrados. Tras el consiguiente batacazo, pasaron a adquirir todo lo que se les ponía a tiro, pero no mejoraron sensiblemente sus propias redes. ¿Por qué? Pues por la simple razón de que, salvo alguna que otra rarísima excepción, estas corporaciones viven de las redes heredadas de la etapa anterior, de la era de la telefonía. Inesperadamente se encontraron con que esas redes cumplían una función complementaria imprescindible para el despliegue de Internet. Pero todavía no le han hincado el diente a la infraestructura propia de la Red. Y nada indica que lo logren hacer a tiempo o que posean los recursos estratégicos para mantener su liderazgo actual.

Hasta ahora se siguen moviendo con la misma lógica de la era de la telefonía: cuántas más líneas, más clientes, o viceversa. Esta simple ecuación sirve para llenar la bolsa. Pero los servicios que discurrían por esas líneas eran muy diferentes, fundamentalmente dedicados a la intermediación: conseguir que hablaran los dos que levantaban algún teléfono conectados por la Red. Internet, sin embargo, ha cambiado las reglas de juego. Ya no se trata de intermediar, sino de suministrar servicios que el usuario corta según su patrón. Y pocas redes se han desplegado para responder a estas características. No podía ser de otra manera. Estas redes no tienen por qué ser masivas, ni requerir inversiones de gran escala, lo cual ya no las hacen apetecibles para las grandes operadoras. En un primer escalón, para suplir esta deficiencia, de la que incluso la Unión Internacional de Telecomunicaciones se ha hecho eco, han aparecido las operadoras de cable. Referidas a mercados territoriales muy delimitados, estas nuevas empresas de telecomunicación, quizá influidas por el peso de las redes complementarias en manos de los «ex-monopolios», no han logrado, en general, diseñar su negocio basado en los servicios en red y, finalmente, se han sometido al imperio de un mercado apegado a las grandes inversiones para conseguir grandes cuentas de clientes. Mientras tanto, el pastel territorial se ha convertido en una mescolanza de ingredientes con la llegada de nuevos operadores de telefonía móvil por radio con un prometedor ancho de banda.

Sin embargo, casi toda esta oferta está dirigida a la parte más opulenta del mercado, a los sectores sociales que potencialmente pueden garantizar la rentabilidad de estas nuevas operadoras. Lo cual nos deja montados en los mismos criterios de siempre. ¿Qué sucede con aquellos núcleos de población que ni cuentan con infraestructuras suficientes, o no llegan a sumar las cifras que pide el mercado de grandes escalas o, por ahora, no han descubierto todavía el ángulo comercial de sus actividades en la Red? O quedan marginados del proceso de globalización, o demuestran que son ellos los protagonistas más avanzados de dicho proceso. Ahí tenemos un par de ejemplos para calibrar el nuevo escenario que Internet está abriendo en este campo de la las infoestructuras. Estocolmo y Extremadura.

El Ayuntamiento de Estocolmo ha decidido invertir una buena cantidad de millones en un «proyecto singular»: poner en la Red a Kista, uno de sus barrios periféricos más populosos con un campus universitario. La idea es sencilla: llevar la fibra óptica a cada hogar –no hasta la puerta de la calle– y, convertir, por tanto, a cada vivienda, en su propia operadora en la Red. El proyecto lo está diseñando el Royal Institute of Technology, un centro politécnico de la capital sueca, junto con la población de Kista. El objetivo es hacer cosas con otra gente en el mismo lugar al mismo tiempo, en red. A la telefónica sueca no le interesa el proyecto: es demasiado pequeño y no merece la pena acometer las inversiones necesarias para llevar banda ancha a un núcleo de población tan insignificante. Por tanto, los propios ciudadanos han convertido la infraestructura en su negocio. Los dueños de los inmuebles se han constituido en una entidad para financiar la llegada del caño de datos a cada vivienda, como se espera que suceda con el agua y la electricidad cuando uno alquila o compra una casa.

Los ciudadanos, por otra parte, han creado diversos comités para indagar sobre sus necesidades y dimensionar en consecuencia la red. Björn Pehrson, responsable de trasladar esta demanda al politécnico para diseñar la infoestrucutra, me decía en broma hace un par de semanas: «Dame un buen pedazo de cable y crearé un mundo». Y eso es precisamente lo que está surgiendo en Kista, donde el acceso doméstico está forjando un nuevo tipo de operador cada vez más cercano a las necesidades de cada vivienda, de cada uno de sus habitantes.

El otro ejemplo lo ha puesto en marcha la Junta de Extremadura (el gobierno regional). Todo empezó en la Casa de la Cultura de Pinofranqueado, un pueblo de las Hurdes, la región que inmortalizó Buñuel hace 70 años al filmar «Tierra sin pan» donde mostró la extremada pobreza en que vivían sus habitantes. Hoy, sin embargo, a pesar del atraso que podría deducirse de su aislamiento en el ciberespacio, está sucediendo todo lo contrario: se ha convertido en la locomotora que arrastra a una región con un millón de habitantes desperdigados por 45.000 kilómetros cuadrados y con escaso poder adquisitivo. Por ahora, la Junta le ofrece a las grandes operadores todas las ventajas del caso si aceptan desplegar una intranet por el territorio en 18 meses. Por ahora, los asesores de estas empresas sostienen que las cuentas no salen y habría que ofrecer más contrapartidas. Pero la verdadera contrapartida que falta es la unión de un centro de investigación, la inversión de la Junta y la organización de los pueblos y ciudades para dimensionar su demanda. Con esto sobre la mesa, aparecerá una «telefónica» de la escala adecuada para responder al proyecto y poner a Las Hurdes al frente de las iniciativas ciudadanas en España. O, lo que es lo mismo, más cerca de sus habitantes posean sus respectivas OPSI.

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