Discriminator

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
5 diciembre, 2017
Editorial: 156
Fecha de publicación original: 23 febrero, 1999

Para librarse de lazos, antes buena cabeza que buenos brazos

Olvidémonos de la inteligencia artificial. La temporada que viene se llevará algo mucho más sofisticado y adecuado para la época: los «artilects» o intelectos artificiales que, como suele pregonarse siempre de estos chismes, serán más inteligentes que nosotros. El comienzo, desde luego, no es muy prometedor: habitarán en el cuerpo de un gato, pero de un gato-robot: Robokoneko. Si consiguen demostrar que son capaces de superar la edad del aceite y arrancarle algún maullido electrónico a la chatarra, a los «artilects» les espera un brillante futuro, sobre todo en las redes de ordenadores. Internet puede convertirse en su laboratorio predilecto. En los próximos años, en la Red crecerá la demanda para estimular el trabajo cooperativo, potenciar la inteligencia colectiva e incrementar la capacidad de discriminación individual y corporativa a la hora buscar y seleccionar información. Estas son tareas para las que los «artilects» vienen ni que pintados. Si a ello añadimos la función de aprendizaje automático y de auto-reproducción evolutiva, el menú está servido. Junto con los humanos, una parte sustancial de la próxima generación de Internet procederá del planeta de la robótica. En concreto, de los intelectos artificiales.

Los «artilects» son el producto del último cruce de una variedad de disciplinas que, si bien llevan un tiempo retozando en el laboratorio, en los dos últimos años se han calzado las botas de siete leguas. La combinación entre la tecnología de la interconexión y comunicación entre procesadores electrónicos, las neurociencias, la biología molecular, los dispositivos artificiales basados en tareas cerebrales (visión, habla, sensores de reconocimiento espacial y sensorial) y las demandas específicas procedentes de Internet, son las fuerzas básicas que propulsan su desarrollo. En el centro de estos nuevos «elementos» se encuentra un tal Hugo de Garis, británico acomodado en la bella Kyoto, quien coordina los trabajos de un selecto grupo de laboratorios japoneses, británicos y estadounidenses. Y el cerebro del cerebro es CAM (Cellular Atomata Machine), desarrollado por Genobyte –Boulder, Colorado, EEUU–, que dentro de poco comenzará a funcionar con 37,7 millones de neuronas artificiales. En pocas palabras: un montón de neuronas, sobre todo si pensamos que hasta ahora sólo se había logrado realizar algún que otro experimento con un centenar de neuronas de este tipo. Aunque todavía estamos muy lejos, eso sí, de los 100.000 millones que encorsetan a nuestro cerebro, pero dejamos bastante atrás a los 10 millones que poseen los insectos. Los investigadores involucrados en los «artilects» sólo piden paciencia. Si se les da un poco de tiempo, quizá para finales de siglo (20 meses) consigan acercarse a los sistemas nerviosos de los animales superiores. De ahí a nosotros, sólo hay un paso.

Si ya resulta interesante intentar que funcione un cerebro artificial con casi 40 millones de neuronas, ese no es quizá el punto más sobresaliente de todo el intento. Lo espectacular, si se consigue, es la aplicación de las teorías evolutivas con el fin de ajustar y diversificar las tareas de este ingenio. Para ello, las neuronas artificiales no son en este caso simulaciones conseguidas mediante programación, como sucede en la mayoría de las redes neuronales construidas hasta ahora. Por eso tan sólo se había conseguido interconectar a unas pocos centenares de neuronas artificiales. La clave del asunto reside en utilizar interconexiones electrónicas reales. CAM funciona con circuitos especiales que son capaces de alterar sus propias conexiones. De esta manera, se va quedando con los mejores para cada función y, de paso, puede descubrir funciones nuevas a partir de capacidades adquiridas que no estaban en el diseño original.

Para progresar desde los estadios más simples de estas conexiones hasta arquitecturas complejas dotadas de «experiencias» acumuladas durante el proceso de crecimiento, CAM estará distribuida en módulos, cada uno de un millar de neuronas. Estos paquetes se interconectarán al azar y originarán módulos nuevos, denominados «cromosomas» (interesante esta querencia de los ingenieros por los símiles biológicos). Los módulos que alcancen una mayor eficiencia en el procesamiento de información transmitirán sus cromosomas a la siguiente generación de conexiones. En este proceso, está previsto –y así ha sucedido en el laboratorio– que se produzcan mutaciones durante los intercambios de partes con otros cromosomas supervivientes. Lo curioso es que CAM regulará el ritmo de este proceso evolutivo, que se acelerará a medida que CAM adquiera una mayor eficiencia en cada nueva generación. Cada vez habrá más información en el sistema, pero, paralelamente, también habrá una mayor cantidad de módulos con una capacidad sensiblemente mejorada de discriminación y empleo de dicha información.

Los teóricos del caos, que tienen en Internet a una de sus niñas bonitas –junto con pequeñeces tales como el Universo, los agujeros negros o el segundo 16 después del Big Bang– consideran que esta «vivencia» de CAM encierra claves muy poderosas para gestionar la Red. Por ejemplo, ¿dónde se sitúa el punto de desbarajuste si algunos módulos crecen tanto que anulan a otros, potencialmente muy interesantes para la totalidad del sistema, pero incapaces de mantener el ritmo de traspaso de sus cromosomas a las siguientes generaciones? Algo parecido a lo que ya está sucediendo en Internet y sobre lo que tenemos una extensa experiencia en el mundo real. La diferencia es que nunca habíamos tenido un campo de experimentación y simulación tan complejo donde lo biológico, lo tecnológico y lo artificial pudieran convivir para recrear una situación tan real «como la vida misma».

De todas maneras, lo esencial por ahora es el gato, Robokoneko. En realidad, un robot-gatito, del que se espera todas las diabluras propias de la especie y la edad. Durante un tiempo, CAM funcionará como la cría de un felino. Si crece, sobrevive y llega a la edad adulta, pegará el salto a la Red donde se desintegrará en decenas de miles de «artilects» que se nos pegarán al cuerpo con un ronroneo ancestral. Ancestral de hace dos años. Será la señal de que nos ha llegado el momento de formar parte del experimento. Y es que esta gente no nos deja descansar ni un minuto.

print