Alfabetismo digital

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
16 mayo, 2017
Editorial: 97
Fecha de publicación original: 9 diciembre, 1997

Lo que se aprende en la cuna, dura

Ultimamente he encadenado una serie de conferencias en distintas universidades, todas ellas relacionadas con diversos aspectos de la Sociedad de la Información. La audiencia, como ha venido sucediendo en los últimos dos o tres años, estaba compuesta mayoritariamente por estudiantes de diversas carreras, algunos profesores, miembros de ONG presentes en el ámbito académico, y público en general interesado en el tema. Ahora bien, a diferencia de lo que sucedía en estos últimos años, en el momento de abrirse el debate las preguntas  se deslizaron rápidamente hacia el mismo cuello de botella: «Sí, todo eso es muy interesante, pero para mi la cuestión es cómo aprendo a manejar Internet para llegar a aprovecharla de la manera que nos ha explicado. Cuando accedo a la Red, o no encuentro lo que necesito para mi trabajo (estudio, investigación o lo que sea), o descubro cosas muy interesantes ajenas a mis necesidades inmediatas que me hacen perder tiempo porque no me puedo dedicar a ellas, o no logro organizar la información de una manera manejable. Hoy por hoy, me sirve más un libro o ir a la biblioteca». Esta no es una declaración típica de un «tecnófobo» , como hasta ahora abundaban en auditorios parecidos. Esta es la declaración típica de quien quiere acceder a la información y el conocimiento y no posee los elementos básicos, el alfabeto, los prerrequisitos de la cultura digital, para abrir este nuevo medio y aprovechar sus riquezas. Y es una declaración, también, sobre la creciente complejidad del sistema y la dificultad de apropiárselo: se ve lo que hay a primera vista, pero cuesta penetrarlo y estimular el desarrollo de dinámicas a partir de las acciones propias porque esto supone una maduración cultural en la Red que no viene con el diskette de conexión.

Miles de personas están experimentando un hecho con el que no contaban: no basta con encender el ordenador, tener una conexión a Internet y ponerse a correr por la web para quedarse inmediatamente colgados de las maravillas de la Red. Al contrario, la experiencia, al cabo de unos días, puede ser frustrante. Se intuye que allí suceden cosas que uno no puede ni debe perderse. Pero se tiene la misma sensación que le embarga a quien, sin saber el significado de las letras y, por supuesto de las palabras que se forman con ellas, abre un libro con la esperanza vana de descifrar su contenido. Algo de esto está sucediendo con Internet y, lo más grave es que está sucediendo fundamentalmente en centros educativos y universidades (no digamos ya en el ámbito doméstico). En medio de los ejes por antonomasia de la cultura, se está cultivando una forma de analfabetismo digital cuyas consecuencias se notarán a mediano y largo plazo.

La duda sobre si Internet realmente ofrece todo lo que se promete emerge no solo en las instituciones educativas españolas, sino también en las de muchos países europeos. El intercambio con colegas de otros países suele convocar las mismas imágenes, sean de España, Gran Bretaña, Alemania o Francia. Los alumnos de las universidades no suelen gozar de un acceso a Internet «a tope». las webs interactivas tienen cortadas las alas para evitar «gamberradas» o el uso del comercio electrónico. El correo electrónico, donde existe, solo se puede usar con grandes restricciones o en máquinas que requieren un manual al lado para poder ejecutar comandos tan simples como recibir o enviar correo. Por si fuera poco, tampoco hay personal técnico especializado en el funcionamiento de la Red como para resolver las dificultades de multitud de principiantes que ponen todo su esfuerzo durante un tiempo en comprender lo que ocurre en la pantalla y, finalmente, arrojan la toalla. En este contexto, no es extraño que el debate en el ámbito universitario (o en el escolar) derive hacia cuestiones tales como si la Red contiene o no TODAS las respuestas a las necesidades particulares de cada uno.

A mi entender, lo que se está planteando en estos debates es la necesidad de asumir el trabajo con Internet como un proceso de alfabetización digital que tiene que partir casi de los mismos presupuestos que los de la alfabetización normal. En ésta, primero se aprenden las letras y después se forman las palabras que expresan conceptos en un espiral de complejidad creciente. De esta manera, se adquieren las herramientas básicas para aprehender y relacionarse con el entorno a través de la adquisición y digestión de información y conocimiento. A ningún padre o educador se le ocurriría estimular la «formación» de un alumno como algo separado de la lectura. Sin embargo, esto es poco más o menos lo que estamos haciendo con Internet. Sin haber pasado por el proceso de aprendizaje de letras, palabras y conceptos, entramos en la gran biblioteca digital y, de repente, nos damos cuenta que no poseemos ni la más rudimentaria de las brújulas para orientarnos. Como máximo, traemos lo aprendido en el mundo real en cuanto a sistematización y búsqueda de la información. Sabemos que en las bibliotecas físicas, los índices por materias y el orden alfabético juegan un papel primordial para iniciar la indagación de lo que buscamos. E Internet, hasta cierto punto, también recoge estos criterios, pero no sólo. La diferencia sustancial reside en que la biblioteca del mundo físico es unidireccional: consumimos información y conocimiento elaborados por otros. La biblioteca digital es multidireccional: consumimos información y conocimientos que, en gran medida, contribuimos a crear y difundir. Lo fundamental es el proceso constante de interrelaciones que establecemos con los demás. Por tanto, lo importante no es la web, una parte imprescindible, sin duda, del alfabeto digital, pero no la única. Tanto o más lo es el correo electrónico, por donde discurre actualmente casi el 75% de toda la información de Internet.

Como en el caso de la alfabetización normal, el proceso de alfabetización digital tampoco brinda frutos inmediatos. No se consigue saber todo de golpe. Primero se aprenden las reglas del juego para, a posteriori, ser capaces de gestionar flujos de información, crear ámbitos donde se compartan los conocimientos que se necesitan, estimular el desarrollo de comunidades donde los intereses comunes se satisfagan de tal manera que, entonces sí, surja la impresión, como sucede en una biblioteca del mundo físico, que Internet tiene respuesta a TODO. Por eso me parece notable que padres y educadores no trasladen a Internet su preocupación habitual en el sentido de que cuanto más pronto se aprenda a leer, más pronto se establecerán las conexiones pertinentes entre esta habilidad y las capacidades básicas de la inteligencia y la formación.

Desde luego que Internet no ofrece TODAS las respuestas, ni es la fuente de felicidad eterna, ni proporciona un punto de vista moral sobre el mundo que nos rodea. Pero tampoco saber leer garantiza hallar todas las respuestas, ni es un pasaporte para la felicidad o la rectitud de conducta. Tan solo nos ayuda a formarnos y a funcionar en el mundo que nos rodea. El alfabetismo digital no es diferente en este sentido. Pero nos ayuda a formarnos y funcionar en el mundo que viene. Esa es la tarea que deberían estar aprendiendo colegios, universidades y centros de formación, como materia de futuro, y es lo que deberían estar reclamando los padres, profesores y educadores….quienes no permitirían bajo ningún punto de vista que se considerara el analfabetismo como una parte básica de la educación y la cultura.

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