Voces en la cuenca

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
27 marzo, 2018
Editorial: 188
Fecha de publicación original: 9 noviembre, 1999

A bicho que no conozcas, no le pises la cola

En los próximos 50 años, 150 millones de habitantes nuevos poblarán la cuenca del Mediterráneo. A estos se unirán los que vendrán desde diferentes partes de Europa a vivir en estas orillas en busca del Sol. Mientras tanto, la emigración desde la ribera sur hacia el norte habrá adquirido proporciones bíblicas, pero acompañada de un factor inexistente en estos momentos: el progresivo envejecimiento de la población en los países al norte y el sur de la cuenca. Todo esto, y mucho más, supondrá un estrés inimaginable, no cuantificable en estos momentos, sobre el medio ambiente y sobre los recursos naturales, alimentarios y energéticos. Si las relaciones en el Mediterráneo se siguen dirimiendo por la lógica de un Norte rico y un Sur cada vez más empobrecido, no sería difícil que se consolidara en toda la zona el síndrome de “sitiados y asaltantes”, lo cual convertiría a la seguridad en el credo máximo en detrimento de la cooperación. ¿Es este el destino que aguarda a la cuna de tres civilizaciones actuales –judaísmo, cristianismo e islamismo– y de culturas que elaboraron los conceptos de democracia y la tradición humanista? ¿Existen otras alternativas? ¿Puede la Sociedad de la Información abrir escenarios nuevos, impensables en estos momentos, que modifiquen sensiblemente las tendencias actuales?

Estas fueron algunas de las preguntas que se plantearon en el Taller sobre Cooperación y Seguridad Ambiental en el Mediterráneo, que se celebró el pasado fin de semana en la ciudad portuaria de Cartagena. El encuentro fue promovido por Carta Mediterránea, una organización privada que trata de actuar desde un nivel intermedio entre las sociedades y los estados mediante un sistema de Foros de Debate, dedicados a temas como medio ambiente, demografía, salud, diálogo intercultural, educación y, por supuesto, economía. La reunión congregó a uno de los grupos de expertos más variopinto de los que me ha tocado participar en los últimos años. Alrededor de la mesa nos sentamos geógrafos, ingenieros, sociólogos, demógrafos, militares, educadores, funcionarios de la administración central y local, politólogos, expertos en desertización o en energía y consultores en medio ambiente y comunicación (yo). El objetivo del encuentro era poner en marcha un proceso que culminara en una conferencia donde la sociedad civil de 34 países tuviera la oportunidad de comenzar a explicitar cómo ve el desarrollo de la cuenca mediterránea en los próximos años y qué puede hacer al respecto.

En los dos días que duró el Taller, fue notable la riqueza de las discusiones y de los datos aportados por los asistentes. Pero, a mi entender, más importante aún fue la percepción de que la problemática del medio ambiente y la cooperación necesita ser reelaborada desde un ángulo diferente al que que hoy se acepta sin discusión como dominante. La reiteración de planteamientos alejados de quienes debieran protagonizarlos, la ausencia de instrumentos efectivos para que la sociedad civil se manifieste y empuje sus visiones hacia el centro del debate, se erige todavía como la principal barrera a superar. El Norte todavía no sabe cómo escuchar al Sur, y este autismo devora las mejores intenciones y moja las declaraciones más sublimes. Si la política ambiental sigue confinada al ámbito de la “política profesional”, en todos sus escalones oficiales del Estado, no resulta difícil imaginar, entonces, qué parte de la ecuación “Cooperación y Seguridad Ambiental” se verá potenciada en el Mediterráneo en los próximos años. Y más seguridad, más inversión en seguridad, es la vía más segura, valga la redundancia, para apuntalar el conflicto y la desesperación.

El problema es que esta tendencia se puede ver fortalecida incluso a contrapelo de los previsibles procesos que se pueden desencadenar en ambos lados de la cuenca en los próximos años. Y, entre estos, habrá que tomar en consideración, por encima de todos, la progresiva implantación de la Sociedad de la Información. Desde el punto de vista del medio ambiente, esto significa, entre otras cosas, la posibilidad de abrir una seria grieta en la política autista del Norte. El poder mediático de los países ricos contribuye a elevar una poderosa cortina de ruido sobre la situación real de las naciones en desarrollo. Sólo sabemos lo que ocurre allí a través de nuestros propios sensores, de nuestros propios corresponsales, de nuestros propios medios de información. A veces se comete la “tropelía” de dejar que un representante de “ellos” –por lo general educado en Londres, París o Harvard– nos explique cómo se ven las cosas desde el otro lado. Pero si en algo hemos alcanzado una experiencia sublime durante esta mitad final del siglo es en evitar que la sociedad civil de los países en desarrollo se manifieste con su propia voz en los países industrializados.

¿Cuánto durará este muro informativo? ¿Y qué sucederá si comienza a desmoronarse? La visión que actualmente tenemos del medio ambiente posiblemente se verá seriamente modificada cuando se construya a partir de otras voces, de otras realidades, de otras percepciones, sobre todo si tienen la oportunidad, por primera vez, de expresarse en el territorio sensorial y anímico del otro. Me parece que es la única forma de que la cooperación ambiental comience a adquirir un sentido más allá de las declaraciones formales entre Estados que se incumplen antes incluso de firmarlas. Internet permitirá que las respectivas sociedades organicen su propia comprensión de los problemas y los expongan en el salón de estar del vecino. Y, a la vez, permitirá construir los recursos básicos para apuntalar una política ambientalmente sostenible, basada en la transferencia de tecnología y la diseminación de centros de formación e investigación.

Si no nos escuchamos, si no desarrollamos los instrumentos para escucharnos, será difícil aceptar que en la cuenca mediterránea coexisten diferentes sociedades civiles. Que no hay ideas comunes u homologables sobre el medio ambiente en el Mediterráneo porque las necesidades y los puntos de arranque son muy dispares. Que el mejor paisaje no es el verde cuando la geografía es agreste. Que no hay calzador que encaje la multiculturalidad en un único sistema político de referencia. Y que los retos en términos de recursos naturales y alimentación están indisolublemente vinculados a las posibilidades reales de su explotación, en las mejores condiciones posibles, por las poblaciones locales. Si su única perspectiva imaginaria es la inmigración o, en su defecto, engrosar los “cordones sanitarios industriales” basados en las actividades que no desean alojar los países ricos (procesamiento de residuos peligrosos, manufactura química, etc.), como se ha planteado en más de un foro para “detenerles”, la cooperación se convertirá en un chiste macabro, algo sobre lo que tenemos sobrada experiencia.

Ya sabemos que los países en desarrollo son deficitarios en infraestructuras de telecomunicación. Pero esto no sólo indica las dificultades para extender la Sociedad de la Información y hacer partícipe de sus oportunidades a núcleos significativos de población, sino que apunta hacia donde deberían estar orientadas las prioridades del Norte cuando se plantean políticas de cooperación y seguridad ambiental. Sin el desarrollo de redes de telecomunicación y la garantía de un acceso multitudinario desde bibliotecas públicas, universidades, administraciones locales, etc., el discurso de la cooperación ambiental volverá a convertirse en una carta más en la baraja de los expertos para que jueguen con ella los políticos de turno. En estos momentos, es todavía la opción vigente. Ese es el horizonte que la Carta Mediterránea, o cualquier otra iniciativa de este tipo, deberá superar si quiere acercarse al objetivo de que la sociedad civil mediterránea dialogue y su mensaje forme parte del proceso de toma de decisiones.

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