Una sociedad en busca de su patología

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
11 julio, 2017
Editorial: 114
Fecha de publicación original: 7 abril, 1998

Quien el aceite mesura, las manos se unta

La pregunta más repetida en Internet es ¿quién gana dinero en la Red? Una veces, ésta viene avalada por sacerdotes de templos tan reputados como The Economist, The Wall Street Journal o The Financial Times, o de iglesias no menos prestigiosas, como Harvard o Yale. Lo que todavía no encontramos no es la respuesta, sino una discusión sobre si ésta es la pregunta correcta en estos momentos. Está claro que el cariz económico de la actividad en la Red es fundamental, pero esto no quiere decir que defina a la economía de la Red o la Economía Red, si queremos hacer uso de la terminología de Manuel Castells. Lo más seguro es que si encontramos esos islotes que nos permiten señalarlos como los ejemplos paradigmáticos del éxito económico en la era digital, todavía no habremos dicho mucho sobre la economía sustentada sobre las redes. Aunque la comparación sea distante, es como si buscáramos al empresario textil de York que comenzaba a ganar dinero con sus productos en los albores de la revolución industrial. El sólo era un indicador más bien pobre de lo que estaba sucediendo, a menos que le metiéramos en un paquete junto con la formación del mercado de trabajo, el transporte fluvial y/o el ferrocarril, la red comercial, las colonias, etc. Sólo entonces, dentro de ese conjunto de actividades económicas, era posible adquirir una perspectiva del nuevo y emergente sistema económico.

La situación no es muy diferente ahora. Sin embargo, centros de investigación y reflexión parecen empeñados en encontrar esa fórmula mágica que explique el fenómeno económico de las redes. Como la solución no salta a la vista, entonces intentamos construir metáforas con suficiente entidad explicativa durante esta especie de interregno, por lo menos hasta que los procesos cuajen –o no– en lo que el amigo Cornella bautizó con gran previsión como infonomía. Porque ahí reside precisamente uno de los quid de la cuestión.

Estamos dejando atrás a ojos vista una época en la que la educación, la organización del mercado de trabajo, la organización empresarial y la política de alianzas está basada en el intercambio de mercancías físicas, o fundamentalmente físicas. Y está apareciendo, también ante nuestros ojos, una era sustentada por el intercambio de bienes de información y conocimientos. Como diría el endocrinólogo y pensador francés Marcel Sendrail, cada civilización tiene un estilo patológico propio que la define, como tiene un estilo literario o monumental propios. Y la civilización de la Sociedad de la Información no es una excepción. Pero aún no ha emergido con trazos vigorosos ese estilo patológico propio de sociedades que funcionan en redes, ya sean éstas reales o virtuales.

Si se quieren aplicar las fórmulas del modelo económico en el que nos hemos desenvuelto hasta ahora, las insuficiencias aparecen enseguida. Educación, mercado laboral, organización empresarial y políticas de alianzas se encuentran sometidas a la acción de una violenta turbulencia. Estamos en la plena transición de una educación compartimentada por edades y basada en la instrucción conferida a partir de un «corpus» establecido de conocimiento, hacia una educación continua, basada en el aprendizaje y en la que el individuo extrae una parte sustancial de sus conocimientos a partir de su propia experiencia al compartir un poso de conocimiento aportado por el resto de la comunidad.

El mercado laboral comienza a estar integrado por una creciente proporción de individuos que, solos o en pequeños grupos, actúan como empresas en una economía donde su punto fuerte es el funcionamiento en red, lo cual les permite explotar las posibilidades de la educación y, a la vez, gozar de una organización flexible basada en el conocimiento. Este es el tercer punto que afecta de lleno a las organizaciones empresariales que hemos conocido hasta ahora. Su estructuración jerárquica, fuertemente impregnadas de un principio de autoridad vertical, las coloca en desventaja frente a a la multitud de nuevas empresas, en las que el conocimiento y experiencia de sus integrantes es el capital intelectual que las define en el nuevo marco económico. Hoy cada vez se compran más cerebros y menos empresas..

Finalmente, la política de alianzas ha cambiado también radicalmente. Las redes de la economía real podían cerrar sus mallas para evitar la entrada de intrusos y ahogar incluso a innovaciones mucho más poderosas y eficientes que las existentes. En las redes de la economía virtual (que participan en gran medida, lógicamente, de las anteriores), estas alianzas no bastan para detener a los intrusos. Todo lo contrario, estos se reproducen en un caldo de cultivo cada vez más densamente poblado de empresas o empresarios –una veces aliados entre sí, otras competidores y frecuentemente las dos cosas al mismo tiempo–, dedicados a la «manufactura» de bienes de información y conocimiento. La estrecha relación entre todos ellos está cambiando las reglas de juego: donde antes la competencia era el factor valedor de la supervivencia en el mercado, ahora aparece la cooperación como un valor de semejante rango y cuya potencialidad e importancia en la nueva economía apenas está todavía sospesado.

La diferencia entre los dos mundos es tan ostensible, que la pregunta del principio (¿quién gana dinero en la Red?) debería ser en realidad la última de la serie de interrogantes que nos permitiera auscultar en profundidad la economía de la Sociedad de la Información. En un entorno de trabajo colectivo, de inteligencia compartida y de alianzas determinadas por las redes en la que se elige actuar, no tenemos todavía un modelo que explique suficientemente esta nueva organización social en evolución. La Red favorece la hibridación y la mezcla de formas muy diferentes de comportamiento, y no sólo en el terreno de la economía, aunque finalmente hay que referirse a ésta. Por eso el futuro de la sociedad digital posiblemente no se encuentre ni en las fórmulas del mercado libre que nos llegan desde California para explicarnos qué sucede en el ciberespacio, ni en las formas de la democracia directa legadas por el Mayo francés del 68 como una alternativa al extrañamiento que producía el sistema capitalista en sus súbditos. Entre ambos se encuentra el ciberespacio, un mercado nuevo cuya dinámica esta determinada, por un lado, por el conocimiento, la influencia y la comunicación y, por el otro, por el papel que todo ello juegan las estrategias personales (empresariales), la capacidad de gestión de los actores involucrados y las alianzas que son capaces de fraguar en cada fase. En este contexto, la ilusión del control es una receta para la catástrofe, al contrario de lo que les ha sucedido a los bastiones de la economía real hasta ahora.

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