Una Internet de juguete

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
6 febrero, 2018
Editorial: 173
Fecha de publicación original: 22 junio, 1999

Compra en la plaza y vende en tu casa

A poco que los españoles acepten el alud de ofertas para conectarse «gratis» a Internet, el panorama del ciberespacio hispano puede experimentar una saludable explosión demográfica. Las grandes operadoras de telecomunicaciones prácticamente se están atropellando entre ellas para saturar el espacio mediático con sus respectivos servicios de acceso gratuito a la Red. En las próximas semanas, miles de nuevos internautas –y unos cuantos veteranos– tendrán la posibilidad de acogerse a estos «planes digitales» y lanzarse a navegar por Internet. En muchos casos, el paquete incluye direcciones de correo electrónico y espacio de memoria para crearse páginas web. Si un pequeño porcentaje del porcentaje que ingrese en la Red por esta puerta aprovecha estas oportunidades, su presencia debería notarse. Para unos, el aspecto atractivo reside en el incremento potencial de contenidos digitales. Para otros, en particular las propias operadoras, el ciberespacio se llena de posibles clientes nuevos, tiernecitos, despistados, ingenuos y desconocedores del funcionamiento de la Red. Material idóneo para encauzarlo hacia el credo de los «portales fidelizados». Esto daría para unas cuantas risas, si no fuera por las elevadas inversiones comprometidas en tan ilusorios objetivos.

Los nuevos usuarios están recibiendo los programas y parámetros para acceder a la Red. En estas semanas, por ejemplo, se va a distribuir más de un millón de CD-ROM por parte de una de las operadoras entre sus usuarios registrados. Estos descubrirán que se les ofrece un navegador con la recomendación de que lo use «tal y como está». Es decir, con la página de entrada predeterminada por el autor del regalo que, lógicamente es la suya. Normal. Así, al menos durante un tiempo, se asegura un tráfico considerable por esa página. Hasta que el usuario descubra –porque más pronto que tarde lo descubrirá– que hay un menú de preferencias donde puede predeterminar la página que desee para empezar la navegación, por ejemplo con la suya cuando se la haga. Por otra parte, las direcciones de correo-e que se le proporciona en el «Internet gratis» son, en muchos casos, las que ya se ofrecen gratis desde otros servicios, como Hotmail, Webmail o similares. Tampoco tardará mucho en descubrir que puede usar un correo propio sin necesidad de acudir a la bendita página inicial de su operadora.

Como ésta sabe que su pretensión de «fijar» al usuario suele durar muy poco, entonces la oferta incluye la promesa de contenidos exclusivos y de calidad, que no necesariamente es lo mismo: una cosa son los contenidos exclusivos (propios) y otros los de calidad (por lo general, ajenos). En el primer caso, todas las grandes operadoras se han embarcado en una política de compras de –o asociaciones con– grandes portales, a los que adosan nutridas redacciones para elaborar «contenidos propios». El resultado, por ahora, es un incremento considerable de los servicios informativos redundantes. Lo cual no es suficiente para mantener la famosa «fidelización».

En algún momento, pues, comenzará el previsible éxodo. Aquí entra en funcionamiento el cebo de los contenidos ajenos. ¿Y dónde se colocan estos contenidos? Hay varias opciones. Pero mi favorita es la de incluirlos en los marcadores (bookmarks). No es broma. Algunas de las operadoras que están ofertando «Internet gratis» se han aproximado a numerosas empresas de contenidos para ofrecerles la posibilidad de formar parte de los marcadores de los navegadores que están regalando. Eso sí, a cambio de 250.000 pesetas (1.502 euros), porque van a integrar, nada más y nada menos, que la selecta escudería del nuevo portal de referencia. Será interesante saber cuántas empresas han aceptado esta imaginativa forma de «negocio»: pagar por estar en un bookmark. Esta posibilidad no se la había imaginado ni Marc Andreessen, inventor de Netscape.

Durante los años 80, en España se puso de moda la denominada «cultura del pelotazo», una especie de cruzada por acertar con un negocio (o un braguetazo) y forrarse de millones en un abrir y cerrar de ojos. Desde políticos hasta funcionarios, pasando por banqueros, industriales y financieros, se apuntaron a aquella moda que dejó un paisaje social calcinado, algunas celdas habitadas por ilustres personajes y más de un programa político irremediablemente arrugado. Ahora que acaba el siglo, es curioso que Internet haya despertado de nuevo los ecos de aquella cultura. Las ansias por hacerse rico con una buena idea está provocando un despilfarro interesante de dinero y recursos humanos y, a la larga, lo que es peor, despistes considerables en un sector al que todos atribuyen el papel de locomotora de la economía de la Sociedad de la Información.

Aparentemente, las víctimas inmediatas de esta política son los proveedores de acceso a Internet (PAI), quienes de repente se encuentran con que su negocio debería haber sido gratuito y no se habían enterado. En realidad, como indica claramente la letra pequeña de todas estas ofertas de acceso libre a la Red, lo que se ofrece es una Internet de juguete. La definición «técnica» es: acceso sencillo con facilidad de navegación. Sin tarifa plana y en el estado actual de las infraestructuras, eso suena casi a: no se queje si no funciona que es gratis. Y que conste que no me quejo. Me parece muy importante –tanto como lo fue en su momento InfoVía– que miles de ciudadanos tengan la posibilidad de adentrarse en el ciberespacio por esta puerta. Y contra más rápidamente la atraviesen, mejor. Así no tendrán la molesta sensación de que sólo los quieren como clientes y podrán descubrir las oportunidades que les ofrece la Red como personas.

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