Una idea bajo el brazo

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
12 julio, 2016
Editorial: 12
Fecha de publicación original: 26 marzo, 1996

Fecha de publicación: 26/3/96. Editorial: 012.

Ninguna maravilla dura más de tres días

Los estudios de la población de Internet se están revelando casi, o más, complicados que los de la población del mundo real. Cada encuesta modifica alegremente en varios millones los resultados obtenidos hace tan sólo unos meses. Cada predicción sobre la evolución de la población internauta hacia el año 2000 proyecta un margen de error que oscila entre los 100 y los 500 millones de seres, lo cual no es un factor muy operativo. Si hubiera que diseñar una política de vivienda con estos resultados en la mano, no habría formación política capaz de aguantar los disturbios sociales cada invierno ante los cientos de miles de familias que se quedarían a la intemperie (doy por sentado que el verano lo pasarían en España).

Uno tiene la impresión de que estos estudios de demografía del ciberespacio adolecen de los mismos errores que suelen lastrar a los de la población real. Errores inducidos, sobre todo, por la adoración interesada de los criterios cuantitativos. Pareciera que la dinámica de la población se explicara tan sólo mediante el resultado de contar hasta la última cabeza visible de la especie. Esta es, desde luego, una postura simplista, pues los números no son el elemento crucial que afecta al comportamiento global de la población, ni mucho menos a la proyección de su evolución futura. El dato clave sigue siendo el volumen de recursos utilizado por cada grupo de población que, a fin de cuentas, determina en términos reales si hay aumento de población o no. Para decirlo en palabras del eminente ecólogo catalán Ramón Margalef: “La única forma que tienen las poblaciones con pocos recursos de mantener su capital génico es produciendo más hijos, que es la forma como compiten los organismos. Ahora bien, la parte de la población que se ha apropiado de los recursos en detrimento de la otra, tiene un crecimiento de población mucho mayor en términos reales aunque su tasa de natalidad esté en cero o sea negativa, porque cada nuevo individuo en su sociedad es un consumidor potencial de un volumen de recursos infinitamente superior al de cada individuo de las sociedades pobres. Y esta relación es la que impulsa precisamente a estas sociedades a incrementar su producción de hijos.”

Algo parecido está sucediendo en Internet, aunque los rasgos que determinan la dinámica de crecimiento de su población sean lógicamente diferentes. Por cuestiones de espacio, merece la pena examinar, aunque sea brevemente, dos de estos rasgos, quizá los más sobresalientes por actuar como locomotoras de este proceso que mantiene en constante incertidumbre a los demógrafos del ciberespacio.

Mientras que en el mundo real resulta todavía utópico establecer una relación medianamente significativa entre cooperación y competencia, en Internet funciona desde hace tiempo, aunque todavía no ha alcanzado su madurez. Por la forma como se desarrolló la Red desde el principio, la cooperación le imprimió un sello de identidad, una especie de código genético. La descentralización y desjerarquización, los dos factores que impulsaron su desarrollo y diseminación en los años 70 y 80, alimentaron el esfuerzo cooperativo hasta convertirse ésta en una fuerza que retroalimenta a las otras dos. Este proceso atraviesa ahora su prueba más dura al entrar en juego la competencia como un elemento nuevo a través de la explotación comercial de la Red. Sin embargo, tal y como muchos utopistas han sostenido desde Thomas More, la mezcla de competencia y cooperación en las proporciones adecuadas resulta en un combinado explosivo para la imaginación. Mientras la mezcla funciona, las variables “comerciales” y “sociales” no logran imponer sus propia dinámica a la otra lo que, de suceder, conduciría inevitablemente a procesos muy conocidos de esterilidad y colapso.

Esta mezcla de cooperación y competencia es precisamente la que está propulsando a Internet en esta fase. La conversión de la Red en una gran tienda –los parámetros económicos ahora son indivisibles de los demográficos– no sólo convive, sino que en gran medida depende, del componente social cooperativo que mantiene una difusa cohesión en el comportamiento global de la Red. Nunca tanta actividad comercial se ha desarrollado sobre un esfuerzo cooperativo de tales dimensiones a fin de recrear constantemente a escala ampliada el propio espacio electrónico donde tienen –y tendrán– lugar las transacciones.

Competencia y cooperación son como los dos chispazos necesarios para propiciar el rayo de la creación, como comprobamos cada día que encendemos el ordenador y nos conectamos a Internet. Este es el otro factor determinante a la hora de analizar la dinámica de la población internauta. Los habitantes de la Red, viejos y nuevos, no vienen al ciberespacio sólo a mirar. Vienen a hacer cosas y, en lo posible, a mejorar las existentes, y lo pueden hacer gracias a la extraordinaria ayuda que reciben desde miles de lugares extraños donde hay gente desconocida poniendo a su disposición potentes palancas que ayudan a pensar, innovar, crear. Y al hacerlo, vuelven a modificar las características de Internet. La avalancha de iniciativas están transformando a ojos vista la forma de distribuir información, de incorporar a nuevos y vastos sectores sociales a estas iniciativas que, de paso, siembran las semillas para idear otras vías de comunicar mucho más elegantes, entretenidas, efectivas y atractivas.

Este es el proceso fecundador que mantiene saturadas las “salas de parto” de Internet. No asistimos a una explosión demográfica cuantitativa –hoy somos 20 millones, pues dentro de un año seremos 40 y, a fin de siglo, unos 600 millones—-, sino cualitativa –hoy somos 20 millones con estos servicios, esto contenidos, estas formas de adquirir y distribuir información y conocimientos, pues su modificación y enriquecimiento triplicará el atractivo sobre los nuevos potenciales usuarios y casi seguro que a finales de siglo habremos desbordado por tres cualquier previsión–.

Mientras tanto, todos seguimos hablando de Internet por pura convención, aunque en realidad todo apunta a que estamos entrando en un espacio virtual diferente. Basta echar un vistazo a lo que era Internet hace dos años para comprobar (sin nostalgia) que las cosas ya no son lo mismo. Ni la información se distribuye de la misma manera, ni el usuario de dicha información se comporta de igual manera frente a ella. Internet cambia ante nuestros ojos precisamente por la presión creativa que ejerce la población internauta, y no sólo por el valor cuantitativo de su adhesión. Cada Internauta viene al ciberespacio con una idea bajo el brazo. Y la suma de estas ideas posiblemente esté cambiando radicalmente lo que hasta ahora llamábamos Internet y esté dando a luz a un fenómeno nuevo cuyos rasgos esenciales, aunque basados en la distribución de información y conocimientos por medios electrónicos de manera interactiva, están apuntando a horizontes diferentes.

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