Todos con la IP en la boca (*)

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
15 noviembre, 2016
Editorial: 48
Fecha de publicación original: 3 diciembre, 1996

Fecha: 3/12/1996. Editorial 48.

Tenemos la información, pero no la verdad (proverbio chino, posiblemente post-Mao)

Lewis Mumford decía que el signo de «maduración» de una agrupación humana era la aparición de un cuerpo especializado en las tareas de vigilancia. Allí donde la función de policía había sido tradicionalmente asumida por el propio colectivo humano, llegaba un momento en que su complejidad organizativa y la consolidación de funciones de acuerdo a clases sociales (y viceversa), se confabulaban para segregar la institución que, a partir de entonces, se encargaba de mantener el orden. No hace falta que recorramos ahora nuestra historia para ahondar en todos los fenómenos que se desencadenaban a partir de ese momento. Uno de ellos, de particular importancia, era la disparidad que comenzaba a producirse entre la idea de orden de unos y otros, de los encargados de inyectarle contenido y preservarlo y de quienes debían acatarlo o querían reformularlo. En muchas instancias, que han dado lugar a procesos históricos señalados, la institución alcanzaba incluso una autonomía respecto al orden y la comunidad que muchos han sentido en sus propias carnes.

Internet, como colectividad humana, no es ajena al principio descrito por Munford. Durante más de veintitantos años, la Red se ha vigilado ella misma a través de las normas de Netiquette o del consenso puntual entre comunidades virtuales. Hasta que llegó la web, ese irresistible afrodisíaco digital, que disparó la población de Internet a escalas impensables hasta 1993 y convirtió a la Red de Redes en un proyecto de urbe global con todas las virtudes y defectos de cualquiera de las que hemos construido desde la noche de los tiempos. Su «maduración» ha agitado la consigna del orden y, tras ella, han comenzado a aparecer las ciberpolicías amparadas por el desconcierto creciente de los guardianes modernos del orden diseñado por ellos: los Estados. En EEUU, donde primero surgió la colectividad internauta, ésta ya se las ha visto cara a cara con la decente pluma digital de Clinton, con el FBI, la discretísima Agencia Nacional de Seguridad (NSA, con casa-cuartel en la Casa Blanca aunque no figura en los presupuestos), la CIA y otras agencias de seguridad. Todas ellas comparten la preocupación por introducir un elemento de su orden en el orden desordenado del ciberespacio. Esta fase de la «maduración» de Internet en aquel país ha dado a luz a su correspondiente contrapartida: las numerosas organizaciones dedicadas a defender los derechos de los usuarios y, sobre todo, el de auto-organizarse como mejor les depare su entendimiento, de una madurez irritante a juzgar por el nerviosismo que despierta en los sectores «desconectados”.

Europa, en general, y España, en particular, hasta ahora se habían mantenido en los márgenes de este proceso. Algún que otro hipo, por lo general al hilo de algún suceso puntual, pero poco más, aunque no por ello los poderes habían dejado de manifestar en varias ocasiones su creciente inquietud ante ese mundo virtual que se les escapaba de las manos. Pues bien, se acabó la fiesta. Debemos felicitarnos porque ya somos maduros y comenzamos a entrar en la modernidad digital. La Guardia Civil española ha decidido crear una «Comandancia Virtual», con página web propia, que saldrá a la Red en enero. Y, de paso, pondrá en funcionamiento un cuerpo integrado por especialistas que, además de vigilar las redes en las lenguas constitucionales, se coordinará con las policías de otros países para detectar y perseguir los denominados «delitos cibernéticos». El anuncio de estas viejas funciones en el nuevo medio se hizo en Barcelona el pasado fin de semana, a poca distancia de donde se celebraba el III Congreso de Periodistas, cuya ponencia central fue la de periodismo digital. Son este tipo de concomitancias las que solían sorprender a Pedro Navaja.

La ciberpolicía española cuenta con una gran ventaja sobre sus colegas de otros países, según confesión de parte: Infovía. Telefónica quiere que la Red sea cada vez más segura y está diseñando versiones de su sistema en las que cada usuario estará perfectamente identificado, aquí, en España, o en América Latina, donde la empresa espera que Infovía se convierta en el estándar para navegar por la Red. La razón es obvia, pero la aclaro por si alguien está espeso a esta hora del día: sin seguridad no hay comercio, y sin comercio no hay red. Eso dicen.

No vamos a levantar ninguna teoría conspiratoria a estas altura del partido. Ni vamos a caer en la estúpida trampa de «quien no tenga nada que ocultar no tiene nada que temer». No tengo ni tenemos nada que ocultar, ni tengo ni tenemos nada que temer. Pero sí quiero (no pluralizo en aras de la pluralidad), insisto, sí quiero saber lo que ellos van a saber. Porque si no tienen nada que temer de quienes no tenemos nada que ocultar, no tienen nada que ocultar de lo que nosotros no tenemos nada que temer: la información que queremos brindar de manera abierta y transparente en la Red. No quiero encontrarme con sorpresas, ni que alguien sepa más de lo que cada uno quiere ofrecer. Somos perros viejos en esta historia que suele empezar con la vigilancia del crimen organizado y terminamos todos organizados en la criminalización por razón de los webs que visitamos. Sobre todo si resulta que preferimos una idea del orden diferente a la que defienden los agentes del orden.

La única forma de evitar despropósitos es regular con claridad meridiana el ámbito de actuación de las ciberpolicías, encuadrarla en un marco legal en cuya definición y control participen los internautas y, por consecuencia, establecer la función que desempeñarán los organismos propios de que se dotarán éstos para debatir y decidir estas cuestiones. Esta es la parte de la maduración en la que vamos un poco retrasadillos. Estamos tan entretenidos con la interacción lateral, tan propia del mundo digital, que estamos dejando para otro día el de la acción directa. Mientras tanto, los servidores (las máquinas, no los otros) siguen siendo puertas susceptibles de recibir un patadón sin que el interfecto se entere. Si la cosa sale bien, siempre habrá tiempo para un mandamiento judicial. Si no, seguro que todo habrá sido cosa de los hackers. Nada y todo nos autoriza a ser malpensados. Por lo menos hasta que surjan organizaciones en la Red que asuman la vigilancia del ejercicio de los ciberderechos, lo cual debería marcar claramente el terreno de juego de la ciberpolicía. Porque no todo en Internet será negocio, por más que se empeñen en querer vendernos esta idea esos apasionados liberales que ven con desesperación cómo circula por ahí tanto bit suelto sin precio y, por tanto, descontrolado.

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A continuación, el discurso completo que el 29/11/96 debía pronunciar en Barcelona el Director General de la Guardia Civil, Santiago López Valdivieso, para inaugurar las Jornadas sobre el Delito Cibernético, subtituladas “El mundo digital y la Guardia Civil: el marco legal del Ciberespacio”. Debido a causas de fuerza mayor, el señor López Valdivieso no pudo acudir a la sesión de apertura y delegó en otro cargo de la Institución la lectura del discurso:

La Guardia Civil tiene como misión fundamental y principal razón de ser dar seguridad a los ciudadanos. Con este fin ha ido evolucionando a lo largo de su historia para dar respuesta eficaz a las nuevas demandas de seguridad de los ciudadanos. Demandas que han evolucionado de forma paralela a los cambios de la sociedad. Ahora se nos plantea un nuevo reto, el reto del mundo digital, y queremos afrontarlo con la diligencia que siempre ha caracterizado a los guardias civiles.

Estamos viviendo una nueva revolución de consecuencias espectaculares, aunque aún insospechadas en toda su magnitud. La era de las comunicaciones nos enseñó a trabajar juntos. Nos mostró el efecto multiplicador que sobre las potencialidades humanas tiene el esfuerzo compartido. Los avances de las tecnologías de la información hicieron que ese trabajo fuese más eficiente. Ahora, las redes de comunicación globales, la nueva sociedad digital, nos ofrecen un nuevo mundo de extraordinarias oportunidades.

Nunca tantas personas se pusieron simultáneamente a trabajar juntos, a convivir juntos en la nueva aldea global, y en la medida en que se tenga esperanza en la naturaleza del hombre debemos esperar los resultados positivos que esta revolución traerá. Los ciudadanos están cambiando su forma de vida con el descubrimiento del mundo virtual. En él se comunican, pasan su ocio, en definitiva, viven. Es nuestra tarea que se muevan en él con las mismas garantías y la misma seguridad con las que se mueven en el mundo real.

Estamos, pues, ante nuevas oportunidades, sí, pero también ante nuevos riesgos. Aparecen nuevas figuras delictivas y las ya existentes han encontrado una nueva vía de expansión. El nuevo Código Penal español ya recoge en su articulado delitos específicos de las redes digitales: violación del correo electrónico, uso de datos reservados de carácter personal, acciones publicitarias engañosas, estafa electrónica, uso y tenencia de dispositivos de desprotección de software, revelación de secretos, falsedades documentales, pornografía infantil… Sin seguridad no existe libertad. El libre ejercicio de los derechos de los ciudadanos exige un marco seguro para su aplicación. Debemos tener, pues, garantizada la privacidad de nuestras comunicaciones, la integridad de nuestra información y el uso en libertad de la Red.

Pero no es suficiente una regulación legal adecuada. Se necesita también una capacidad efectiva por parte de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado para garantizar el respeto a esta nueva legislación.

Asistimos al nacimiento de una nueva sociedad que necesita un marco normativo para su supervivencia como tal. Esta necesidad ha provocado la autorregulación, las normas de conducta que se han impuesto entre sí los cibernautas. En el límite de la autorregulación es necesario que los gobiernos, los organismos e instituciones implicados, las fuerzas y cuerpos de seguridad, se pongan a trabajar para crear ese marco seguro que la sociedad demanda.

Todos somos conscientes de la importancia de lo que aquí hablaremos Tenemos delante un gran trabajo por hacer. La Guardia Civil está dispuesta a ello. En el seno de la Institución ya existe un grupo de personas especializadas en Internet. A principios del próximo año esperamos dar nuevos servicios a los ciudadanos a través de la Red.

Estamos trabajando para acompañarles a todos en el descubrimiento de este nuevo mundo.

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(*) En la época de la represión franquista se puso de moda el dicho: «Vayan saliendo con el carnet de identidad en la boca», frase conminatoria con que la policía iniciaba sus acciones «disuasorias» ante la formación de grupos con evidentes intenciones aviesas y subversivas, ya fuera en un cine-forum o una célula de propaganda antifranquista. El titular de este en.red.ando se lo debo a Jordi Vendrell, quien me lo regaló mientras se comía un exquisito calamar a la romana en una pausa del III Congreso de Periodistas Catalanes.

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