Terra, mar y aire

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
3 abril, 2018
Editorial: 190
Fecha de publicación original: 23 noviembre, 1999

No hay más chinches que la manta llena

El subidón especulativo de Terra Networks ha retumbado por Internet con tanta intensidad como en las bolsas de Madrid y Nueva York. Tanto se ha dicho en estos días al respecto, que no creo que merezca la pena repetir más de lo mismo sobre esta operación de «ingeniería financiera» de Telefónica. Pero sí hay dos aspectos interesantes que son dignos de destacar. Uno de tipo general, sobre la orientación de las operadoras telefónicas en la actual estructuración de Internet en España y, por proyección, en varios países de América Latina. El otro, de tipo particular, relacionado con la visión con la que los políticos han abordado el fenómeno de Internet. El núcleo de Terra, el buscador en castellano OLE, se desarrolló en Cataluña y, específicamente, en el ámbito del gobierno de esta comunidad. Todavía no se conocen todos los detalles de la rocambolesca historia por la que acabó en manos de Telefónica y se convirtió en uno de los puntales de la operación de Terra. Pero más de uno en ciertos despachos políticos (y financieros) debe estar llevándose las manos a la cabeza cada vez que le echa un vistazo a la cotización de la bolsa.

Como bien señala el amigo Vicent Partal, estamos asistiendo a un serio intento de verticalizar Internet de la mano de las operadoras de telecomunicaciones: Telefónica, Retevisión, Jazztel, Uni2 y las que viene a la cola. El dibujo del negocio es simple, pero efectivo. A la cabeza está la propia operadora. Por debajo hay un proveedor de acceso a Internet (en apenas un año y medio han barrido el mercado y se han engullido los más importantes: Servicom, Redestb, CTV, Jet, etc.). A continuación viene el buscador como cabeza de playa del portal: OLE, Excite, Alehop/Iddeo, etc. Y la pirámide se remata con los módulos de comercio electrónico que están asentados, según esta estrategia, en los «contenidos». Estos contenidos, sobra decirlo, son propios: cada uno tiene una redacción que se dedica a elaborar los contenidos de los que vivirán TODOS los internautas.

En todos los casos, por supuesto, subyace la pretensión de crear un modelo cerrado donde la vida digital sea posible sin necesidad de escurrirse por un enlace, no sea que se descubra que efectivamente hay alguien más allá de estas cámaras acorazadas. El núcleo de este montaje no está en Internet, sino en el negocio de las telecomunicaciones. La Red es tan sólo el entorno instrumental para captar una clientela interesante. Parafraseando al conocido anuncio de un coche: joven aunque suficiente preparada para gastarse los cuartos en telecomunicaciones. En Internet convergen esta población, por una parte, y la capacidad demostrada de estas empresas para gestionar grandes volúmenes de clientes, por la otra. Por tanto, la palabra mágica es tráfico y lo demás son cuentos.

¿Se sostendrá este modelo? Bueno, lo único claro por ahora es que está requiriendo inversiones considerables, que la fecha para empezar a trazar la curva de la rentabilidad está por allá lejos, bien entrada la primera década del próximo siglo y, por no hacer la lista muy larga, que, si bien no se tratan de operaciones desdeñables dado el respaldo financiero con el que cuentan, tendrán que convivir con otras opciones y otras visiones de la Red. Desde hace un par de años, los portales están experimentando en EEUU una sensible baja de tráfico ante el incremento paulatino, pero constante, de nuevas formas de negocio y de contenidos que ya no son asumibles por estas grandes bocanas de los puertos digitales. La perspectiva de naufragio si se les escapa el aire con el que han llegado hasta la Bolsa no debe estar ausente de sus cálculos. Yahoo, ya lo hemos dicho varias veces, a pesar de ser el lugar de más tráfico de Internet, apenas representa un poco más del 1% del total. Y los 16 principales buscadores de la Red apenas «ven» el 16% de toda la Red (véase el editorial «Penumbras en la Red», 20/7/1999). Eso deja fuera a demasiada gente y a demasiado contenido. Lo cual no deja de ser un panorama interesante para esta costosa estructuración vertical de la Internet española (y, hasta cierto punto, latinoamericana: no olvidemos que la vocación de Telefónica es esparcir Terra por todo el continente).

Respecto al segundo punto que mencionaba al principio, todos sabemos que una parte sustancial de la oferta de Terra se ha vertebrado alrededor del buscador OLE. Pep Vallés, allá por el año 95, llegó con la idea de un buscador en castellano bajo el brazo a la Fundació Catalana per a la Recerca (FCR), organismo creado por la Generalitat de Catalunya, que a la sazón había fundado Cinet, una empresa proveedora de servicios y acceso a Internet. En ésta quedó encuadrada la iniciativa de Vallés. La FCR, presidida entonces por Maciá Alavedra, Consejero de Economía de la Generalitat, gestionaba la red de alta velocidad para la investigación y el Centro de Supercomputación de Cataluña (CESCA), entre otras cosas. Esto planteó, en su momento, algunos roces entre algunas empresas proveedoras de acceso a Internet y Cinet al disponer esta empresa de una ventaja comparativa con respecto a ellas.

De todas maneras, todo marchaba viento en popa para OLE. El buscador se convirtió rápidamente en líder en su sector y el tráfico se contaba por cientos de miles, millones de accesos al mes. Internet, sin embargo, no era todavía percibido, ni por los políticos ni por los magos de las finanzas, ni mucho menos por la operadora de telecomunicaciones –la única entonces, Telefónica– como un terreno al que merecía hincarle el diente. Por eso, entre otras razones, de repente ocurrió lo que ocurrió. Alguien se dio cuenta en las altas esferas de la Generalitat que el gobierno catalán estaba amparando nada más y nada menos que a una empresa que se llamaba OLE. La resonancia española de la palabrita debió chirriar en los oídos impolutos de los fundamentalistas de la lengua. Sin decir agua va, se desencadenó una batalla de inexplicables proporciones, pero de evidente trasfondo político, que llegó hasta el Parlament. Casi todos los partidos pidieron cuentas por esta trasgresión lingüística

El fuego cruzado se saldó con lo que a altas instancias del gobierno catalán pareció entonces una solución salomónica: la salida de OLE de Cinet y, por ende, de la órbita de la Generalitat. Pep Vallés se encontró de repente en la otra parte de la calle, con el control de su empresa tal y como se había pactado al principio en caso de una eventualidad de este tipo. Y, encima, con problemas para registrar el nombre, pues la autoridad española de los dominios en Internet se negaba a concedérselo a una denominación genérica. Vallés lo consiguió convirtiendo OLE en siglas: Ordenamiento de Links Especializados. A partir de entonces, el buscador incrementó su velocidad de despegue, posiblemente con un endeudamiento constante con su principal proveedor, Telefónica, a costa de un saldo favorable en tráfico de usuarios, y sin dejar de buscar socios que apuntalaran el negocio. Algunas entidades financieras y empresas de servicios en Internet que hoy gastan millones en iniciativas de dudoso futuro, se negaron entonces a aportar la inversión necesaria para poner a la empresa en números negros.

Hasta que Telefónica decidió que había llegado el momento de jugar la baza de Internet. Cuando miró alrededor, se encontró en el patio de casa con uno de los servicios más populares del ciberespacio español: un pequeño Yahoo en castellano. Abrió las fauces y se lo tragó. Al principio, no era su única opción para edificar su «gran portal». Pero tras unas cuantas vueltas, bastantes desaguisados y no pocas estrategias alternativas y contradictorias, finalmente emergió Terra Networks colgada en la percha de OLE. Alguien deberá estar ahora pegándose con un martillo en los dientes para celebrar su profética visión del negocio de Internet.

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