Telepatía digital

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
9 agosto, 2016
Editorial: 19
Fecha de publicación original: 14 mayo, 1996

Fecha de publicación: 14/05/1996. Editorial 019.

La olla en el sonar y el hombre en el hablar

Internet ha disparado la imaginación de los internautas como si estuviéramos en vísperas del día de los Reyes Magos. En los foros sobre lo que ofrece la Red y la forma de utilizarla, casi invariablemente se produce ese momento mágico en el que empiezan a salir propuestas sobre cómo debería comportarse Internet, qué nos debería brindar para que cuaje finalmente como el paraíso anhelado y jamás alcanzado. Con una facilidad asombrosa se traspasa el umbral de la herramienta tecnológica para entrar en el ámbito de los sentimientos. Es tanto lo que ofrece Internet en estos momentos, que ya no parece que deba progresar según lo que la razón determine, sino de acuerdo a lo que la imaginación sea capaz de exigir. El ejercicio es desde luego fascinante (y en ocasiones muy fértil), porque cuando la demanda es masiva se llega a una especie de pliego de peticiones del sindicato de la fantasía que casi nos hace ver como posible lo que las verdades terrenales se empeñan en ahogar en el pozo de los gozos.

Lo curioso es que el sindicato alcanza alturas frenéticas cuando acoge a los recién convertidos al planeta de los internautas o a los que aspiran a serlo lo más pronto posible. Para ellos, de repente, la Red debe hacer de todo como si fuera un territorio ajeno al tiempo y al espacio. No les sucede ni en lo más inmediato y, aparentemente, controlable, como es la relación personal más íntima. Pero en Internet, ¡ah, en Internet todo debiera ser posible, hasta la felicidad perfecta, eterna, gratificante!

Pues bien, me uno al coro del sindicato de la fantasía y añado a la lista de peticiones otra, para mí, definitiva: la telepatía digital. El punto de arranque es la pregunta más frecuente cuando se entra en contacto con Internet: “Si yo quiero buscar una cosa, un tema, una persona, ¿Internet la encuentra?”. Yo siempre respondo, avergonzado: “Es una lástima, desde luego, pero la telepatía digital todavía no se ha inventado. Lamentablemente uno tiene que especificar con todo lujo de detalles lo que quiere, con los parámetros precisos y necesarios de lo que debe acompañar o no al criterio de búsqueda que establezcamos”.

Pero, ¿por qué no? ¿Por qué el amigo Negroponte no ha dado todavía las pertinentes instrucciones a sus brujos del Media Lab en el MIT para que empiecen a explorar la telepatía digital? ¿Cómo es posible que aún no se haya iniciado la investigación que me permita pensar en algo que me gustaría consultar , aunque yo ni siquiera esté conectado a la Red, y ésta, por su cuenta y riesgo, a partir de mis divagaciones, emprenda la tarea de buscarlo, encontrarlo y prepararlo para sorprenderme cuando encienda el chisme que en ese momento me introduzca en el ciberespacio? “Luis Ángel, aquí tienes lo que deseabas. Quedo a la espera de tu siguiente pensamiento”.

Es más, la Red telepática debería actuar por su cuenta y riesgo. Es decir, cuando yo pienso en algo concreto, debería buscarlo inmediatamente y si no lo encuentra, crearlo. Por ejemplo, si quiero mandarle un correo electrónico a un amigo y éste ni siquiera conoce Internet, la Red debería hallarlo, mandarle los impulsos psíquicos pertinentes y darle de alta, aunque no quiera, para que se pueda conectar conmigo, qué diablos. Lo mismo digo si quiero saber, pongamos por caso, la receta del plato menos típico de Mongolia Exterior (¿existe todavía?).

Si esta línea de investigación cumple con las especificaciones mínimas, la evolución lógica está cantada. Ni siquiera haría falta una red material. La información me debería llegar por la misma vía que yo la solicito: por telepatía. Pienso en algo, la Red lo capta, lo busca y me lo envía a mi cerebro. ¿Cómo? ¡Y yo qué sé! Yo sólo doy las ideas, ya se encargarán los del MIT de resolverlo, que para eso les pagan y les permiten explorar el futuro muchos años antes de que llegue. Lo que está muy claro es que si no consiguen una nimiedad como la telepatía digital, lo que tenemos ahora no deja de ser una estupidez. ¡Menuda tontería tener que conectarse con un cacharrito a una red física para recibir información, conocimientos y sabiduría desde la otra punta del mundo sólo si alguien la ha metido previamente en la Red! ¡Y además, a veces, hay que esperar hasta más de dos minutos en que llegue y se despliegue en la pantalla! Como sigamos así habrá que llamar a Internet por su verdadero nombre: un fraude.

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