Tecnología de encuentro
Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
23 enero, 2018
Editorial: 169
Fecha de publicación original: 25 mayo, 1999
Quien hace la jaula fuerte, no se le va ni se le pierde
El volumen de servicios en Internet se multiplica constantemente, tanto por el aumento de la población internauta, como por el «efecto traducción». La gran convergencia en el inglés ha disparado la producción de contenido digital en el último año y, de paso, ha generado el lógico centrifugado hacia las lenguas de origen, en particular el japonés, el francés, el alemán y el castellano. La guerra entre los portales también estimula este proceso. Aunque ahora compitan con servicios redundantes (correo electrónico gratis, agendas online, noticias a la carta, etc.), poco a poco emergerá la necesidad de marcar el territorio a partir de contenidos altamente diferenciados, lo que incrementará la diversidad de la oferta.
Todo esto –y mucho más– pone de relieve la necesidad de desarrollar «tecnologías de encuentro», sistemas conceptuales que conduzcan al internauta –sea individuo, organización, empresa o administración– hacia las áreas o espacios donde reside el contenido que necesita (o descubre que necesita cuando «llega»). Tecnologías que, además, no sólo sirvan para organizar el flujo de la comunicación en una dirección, sino que, al mismo tiempo, sean capaces de generar información a partir de la propia actividad de los usuarios. Puntos organizados de encuentro de la demanda y la oferta.
Por supuesto que estoy pensando en tecnologías parecidas a en.medi@, desarrollada por Enredando.com, cuyo comportamiento en sus primeros tres meses de funcionamiento analizaremos en un próximo editorial. De todas maneras, esta es una parcela de la comunicación digital que permanece casi virgen, por lo que impera la confianza en los «atractores naturales» de la Red. Y la verdad es que estos resultan cada vez más ingobernables y más ineficaces. Internet comienza a pedir a gritos enterrar la era del «poster», donde cada uno muestra sus poderes en una bella página web y espera que su magnetismo sea suficiente para atraer visitas (cosa que para muchos es el fin último, cuando en realidad debería ser tan sólo el comienzo de una eterna amistad).
Lo que la Red reclama en esta nueva fase, donde la decidida entrada del comercio electrónico –a pesar de sus todavía pasos dubitativos– comienza a inyectar una buena dosis de complejidad a los sistemas digitales de información, es desarrollar la capa de las «tecnologías de encuentro», donde el flujo de comunicación está organizado de tal manera que los internautas hallan los entornos interactivos donde consumir y generar los contenidos que andaban buscando o que ni siquiera se imaginaban que ellos necesitaban. Algo parecido a las tecnologías homologadas mundialmente por la TV , el cine, o los medios de comunicación de papel, pero adaptadas a la interactividad.
La clave del éxito del cine y la TV reside en su depurada tecnología de encuentro. No importa adónde vaya uno en el planeta, si quiere ver una película sabe que el primer paso es buscar en la cartelera la película que quiere ver y la sala donde se proyecta. Una vez en la puerta del cine (que son prácticamente iguales en todas partes), la tecnología es la misma en todo el mundo: primero uno se encuentra con la taquilla donde se vende la entrada y, después, la puerta de acceso a la sala (lo del bar en el vestíbulo es una tecnología ornamental: unos tienen, otros no) donde hay un montón de butacas ordenadas en hileras y orientadas hacia la pantalla. Atrás, en un cuartito, se encuentra el proyector y los carretes del film. A la hora señalada, uno casi puede escuchar las voces mágicas: ¡luces, cámara, acción! El teatro se apaga y ahí está lo que uno andaba buscando: una pantalla iluminada por la película.
No es muy diferente lo que sucede con la TV, donde el engorro de la cartelera ha cedido su lugar al mando a distancia, o con los periódicos, cuya tecnología de encuentro está más repartida, pero resulta igualmente eficaz, ya sea que se trate de kioscos, vendedores callejeros, distribución hasta la puerta del hogar. Internet, a pesar de todo lo que ha avanzado gracias a la evolución de los directorios, todavía no se ha acercado a los otros medios en el diseño y puesta a punto de estas «tecnologías de encuentro». Por ahora, las que tenemos se basan en métodos bastante burdos y rudimentarios, como el «spamming» (bombardeo de direcciones y de explicaciones farragosas de sus contenidos), el boca a boca, o, quien se lo pueda permitir, mediante acciones mediáticas en periódicos y revistas especializadas con el despilfarro que ello supone, pues una gran parte de quienes leen las informaciones sobre nuevos servicios en la Red ni siquiera son internautas. La variedad de colocar la dirección de la página web en cualquier parte, desde las vallas publicitarias hasta en la carrocería de los coches, las camisetas, los llaveros o las banderas corporativas, forma parte de esta metodología peleona y simplista. Por suerte, como parte de esta política, nadie se ha atrevido todavía a poner en público las indicaciones de las listas de correo: «Escriba a xxx@xxx.xx, ponga subscribe en el cuerpo del mensaje, no incluya la firma y no toque el «subject». Tendrá noticias nuestras».
En estos momentos en que la gran industria del audiovisual inicia su asalto a la Red y comienzan a llegar contenidos multimedia abiertos a la interacción de los usuarios, la ausencia de estas «tecnologías de encuentro» es aún más clamorosa. Mientras las corporaciones saben cómo dirigir a los usuarios hacia el consumo de sus productos en el mundo real (cine, vídeo), en el mundo virtual se las ven y se las desean para «encadenar» a la audiencia. Yahoo, el lugar más visitado de Internet apenas tiene el 1% de todo el tráfico de la Red, lo cual puede parecer mucho, pero como canal de TV apenas sobreviviría unos minutos en el competitivo mundo de la industria audiovisual. ¿Cómo responde ésta? Gastando millones de dólares en portales o comunidades virtuales con la esperanza de rebañar una audiencia significativa que no sólo visite el lugar, sino que también compre. Una inversión arriesgada, pues presupone la existencia de internautas de comportamientos estables.
Lo irónico de la situación es que quizá ya no baste con tener contenidos y la competencia ni siquiera sea por ver quien los tiene mejores. Sino por quien logra organizar mejor la información de tal manera que facilite el encuentro de quienes la vayan a utilizar y enriquecer. Irónico, pero no insólito, porque la materia fundamental de Internet sigue siendo la comunicación, algo que están olvidando muchos de los protagonistas de la Red. Y cuando la organización de la comunicación genera flujos de información que promueven el encuentro interactivo entre los usuarios, esa comunicación, la tecnología que lo posibilita, se convierte en un activo estratégico, como lo eran las lonjas o las plazas para las ciudades prósperas. Lugares donde la demanda y la oferta se encontraban para las transacciones económicas, pero también para el ocio, pasar el rato, informarse, chismorrear, divertirse, actuar o educarse con las más variopintas manifestaciones culturales. Hoy, Internet requiere promover la investigación, la innovación y la creatividad para diseñar «tecnologías de encuentro» que desemboquen en auténticas lonjas electrónicas.