Sexo agotador

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
2 agosto, 2016
Editorial: 17
Fecha de publicación original: 30 abril, 1996

Fecha de publicación: 30/04/1996. Editorial 017

Entre santa y santo, pared de cal y canto

La otra noche me dediqué a navegar por el lado “más salvaje de la Red”. Tenía que preparar un pequeño reportaje sobre un nuevo sex-shop digital, el primero que abría sus puertas en Internet desde Barcelona, y quise ver cómo estaba este tipo de oferta por el mundo de los bits. Primera sorpresa: lo que esperaba que no me tomara más de una hora para darme una idea del asunto, se convirtió en una larga y agotadora experiencia nocturna. No es que me viera envuelto en una irresistible vorágine de sexo ciberespacial, sino que no había forma de entrar al 99% de las páginas que contenían jugosas referencias y promesas de paraísos por donde discurrían ríos de leche y miel. O los vínculos estaban mal, o eran antiguos y se habían cambiado de lugar, o pedían más datos que para visitar al conserje de la CIA, o solicitaban el número de la tarjeta de crédito como contrapartida al número de la clave del crédito erótico, o, simplemente, se demoraban una eternidad en mostrar algo capaz de mantener en vilo las expectativas (lo cual, visto a través del tubo catódico, no es poco).

Tras un viajecito de estos uno acaba más exhausto que si hubiera aceptado en vivo y en directo la oferta del par de señoritas que finalmente pudo ver en una foto que tardó más de 15 minutos en aparecer de cuerpo entero en la pantalla. Como dijo el padre del jugador de fútbol Djukic cuando éste falló un penalti en el último segundo del último partido que le habría dado el título de campeón a su equipo: “Tanta  pasión para nada”.

Lo más interesante que me encontré fue la página de un físico cuántico de una universidad de EEUU, quien tras explicar la naturaleza de sus investigaciones, presentar al personal de su departamento y ofrecer vínculos a las páginas de laboratorios como el Livermore y a un amplio repertorio de trabajos relacionados con el suyo, mantenía un actualizado apartado: las mejores páginas de sexo del ciberespacio. Difícil de entrar a la mayoría de ellas, pero aparecían tan naturales en el contexto de toda la página como los títulos de las complejas investigaciones de este señor: ambas facetas –investigación y sexo, o sexo e investigación– formaban parte de sus preocupaciones vitales y así quedaba reflejado.

Esta página y sus vínculos son una clara demostración de la ingente tarea que le aguarda a los gobiernos –democráticos o dictatoriales, que en esto viajan cogidos de la mano– que con exclamaciones hipócritas y alarma pública pretenden acallar disidencias mayores bajo el pretexto del control del “material indecente” en la Red. Un somero vistazo a dicho material muestra las dimensiones de la tarea que les aguarda: no les será fácil derribar esta diversidad cultural; no tanto, por lo menos, como lo están haciendo con la diversidad biológica.

Un pene o una vagina, por reducir los ejemplos a sus expresiones más simples, son vistos o interpretados de diferente manera en diferentes culturas. Imponer criterios universales sobre los famosos “materiales indecentes” supone unificar la propia elaboración cultural de todas y cada una de las sociedades que hoy convergen en el planeta digital. Y uno tiene la impresión de que la tendencia es precisamente la opuesta: el ciberespacio permite, como nunca antes, que la diversidad cultural se manifieste libremente y busque una síntesis a partir de la propia actividad de los internautas, no de las regulaciones impuestas por Papá-Estado.

Respecto a la criminalización del comercio sexual en sus manifestaciones más extremas (una de las vertientes del material indecente más utilizadas como banderín de enganche por los defensores públicos de la moral privada), esperamos que los mismos gobiernos que estimulan, amparan o silencian el turismo de sexo infantil (por mencionar uno de los segmentos más lucrativos de cierta industria turística) actúen primero en el mundo de la carne y los huesos antes de decidir que lo realmente peligroso son sus manifestaciones en el siempre vaporoso y fugitivo paraíso de los bits.

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