R.U.D.
Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
11 octubre, 2016
Editorial: 38
Fecha de publicación original: 24 septiembre, 1996
Fecha de publicación: 24/09/96. Editorial 038.
Cada loco con su tema
En la Red hay mucha basura. Apenas se encuentra información buena. Lo mayoría de páginas son raspas de pescado, mondas de naranja, restos de comida, en fin, material que pide a gritos un vertedero digital donde se descomponga cuanto más pronto mejor. Expresiones de este tipo son cada vez más frecuentes en los debates sobre Internet y sobre qué tipo de futuro perfila la Red. Son afirmaciones que brotan con una espontaneidad preocupante. Provengan de internautas o de “analfabetos digitales”, no deja de asombrarme la frivolidad con que la mayoría del material que hay en la Red es etiquetado urgentemente como R.U.D. (residuos urbanos digitales) a la espera de que pase el próximo camión de basura para llevárselos a la incineradora de bits.
En el fondo, este es un debate sobre algo tan polisémico como “la calidad de la información”. ¿Qué significa calidad en este caso? ¿Quién posee la varita mágica que establece la línea de demarcación entre lo que merece la pena y lo que no, no sólo para él, sino para toda la comunidad de internautas? Si hablamos de la información expuesta en un quiosco, en una librería o en una biblioteca, entendería el debate desde el punto de vista de las opciones exclusivamente personales. Pero ese es un rincón al que hemos sido conducidos por la propia evolución de las políticas neoliberales y el famosos “reajuste estructural”. La red ha dinamitado, en gran medida, este punto de vista, al colectivizar el quiosco, la librería y la biblioteca (y muchas otras cosas) y colocarlo en mi ordenador en orden sucesivo, mezclado o sintetizado mediante el simple click del ratón. A mí, por ejemplo, no me interesan particularmente los gatos. No tengo nada en contra, ni a favor, de ellos. No obstante, me asombra la vasta y rica enciclopedia digital que sobre estos felinos han sido capaces de elaborar los amantes de los gatos. Una enciclopedia cada vez más compacta, más fácil de navegar y mejor estructurada, como corresponde, por otra parte, al –aparentemente contradictorio– proceso general de “compactación” de la información y el conocimiento en la Red a medida que el abanico de “calidades” se hace más amplio, más variado y más denso.
La inquietud de quienes no cesan de quejarse de la basura que prolifera por la Red no deja de ser preocupante. ¿Les pica las manos porque no pueden coger unas tijeras y cortar por lo sano? ¿Tanto les molesta el ruido que provoca el hecho de que gente de distintas procedencias culturales, sociales y económicas manifiesten sus puntos de vista y sus intereses, por más triviales que les parezca a estas mentes iluminadas? Pareciera que, de pronto, o somos todos unos Aristóteles consumados y urdimos de golpe la “perfecta polis digital” desde lo más alto del partenón internetiano, o mejor empaquetamos el ordenador y nos dedicamos a otros menesteres. Lo curioso es que quienes más vociferan su preocupación por el cariz comercial que está adquiriendo Internet, son quienes mayor intolerancia muestran para lo que califican como una red plagada de “excéntricos”.
Esta actitud pontificadora sobre la calidad de la información o el conocimiento, sobre esa gente que nos cuenta tan sólo intrascendencias y banalidades, me trae a colación un libro fascinante que estoy leyendo estos días, cuyo título, lógicamente, es Eccentrics, del doctor David Weeks (Villard, Nueva York, aún no traducido al castellano). Se trata del primer estudio científico de la excentricidad humana. Y aunque, por supuesto, no me parece que en el caso de la Red estamos hablando de excentricidades, sí creo que algunas de los planteamientos del doctor Weeks son pertinentes. Sobre todo cuando dice: “La mayoría de nosotros hemos hecho las paces con gente de diferente religión, con los homosexuales, con los altos, los bajos o los gordos. Pero, admitámoslo o no, es una paz delicada, quebradiza. Hay algo en lo más profundo de nosotros que puja por asegurarnos que nosotros somos los “correctos”. Y los que son diferentes amenazan ese filamento conservador, sobre todo cuando no sabemos donde encasillarlos”.
Estamos en la era de la estandardización, la homogeneidad, el pensamiento único. Toda esa gente que trata de ser diferente, de contarnos cosas tan extrañas (e “inútiles”), nos parecen, como menos, sospechosas. Algo en nuestras mentes se ha encallecido que nos impide percibir la divertida rebelión que están perpetrando al desviarse de las normas establecidas de lo que es información correcta y conocimientos aceptables. Basta mantener los ojos un poco abiertos y atentos, para apreciar la riqueza de colores de esta paleta comunitaria con la que miles de personas están “pintando la cueva digital”, como reclamaban los organizadores de la primera Expo Mundial en Internet. Son estos trazos aparentemente caóticos los que, finalmente, imprimirán el sentido colectivo de la Red, y no las conocidas rayas, círculos y figuras geométricas que pueblan el mundo de los intercambios comerciales.