Quintos en la Liga, y bajando

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
16 enero, 2018
Editorial: 168
Fecha de publicación original: 18 mayo, 1999

Malo, pero ajeno, sabe a bueno

La situación del castellano «empeora» en Internet. Según «El español en el mundo. Anuario del Instituto Cervantes 1999», la única lengua que ha crecido en la Red es el inglés (70% de las páginas), tras la que vienen el japonés (5%), el alemán (3,3%), el francés (1,9%) y el castellano (1,5%). Pedro Maestre, director del Centro Virtual Cervantes, sin duda la entidad más activa en Internet en pro de la presencia del castellano, achaca este descenso al «poco interés de los hispanohablantes por poner sus contenidos en español». Maestre apunta a la clamorosa carencia de una cultura informativa en los países hispanohablantes, desde España hasta el resto de América Latina. Pero no es la única causa y, en la actual coyuntura, quizá ni siquiera sea la más importante. Tras el previsible crecimiento cuantitativo del castellano en los últimos años en la Red debido al aumento de la población conectada de los países hispanohablantes, ahora se experimenta un retroceso debido a que los factores determinantes comienzan a ser los «cualitativos». Y estos ya no son tan fáciles de resolver.

Por irónico que parezca, si nos atuviéramos sólo a los criterios cuantitativos –crecimiento constante de la población internauta castellano parlante– la situación debería ser muy diferente de la que expone el Anuario del Instituto Cervantes. Por una parte, la población bilingüe inglés-castellano probablemente ha venido tocando techo en el último año, mientras que, por la otra, crecía el número de quienes sólo hablan castellano o son bilingües pero no en inglés. A medida que se han ido abriendo nuevos espacios en Internet, como la salud, la educación, la tercera edad, el arte o los sistemas de información locales, debiera haber aumentado la necesidad de disponer de más contenidos en castellano. Sin embargo, no está sucediendo, o, al menos, no al ritmo de crecimiento de la población internauta. Esto no quita, sin embargo, que las cifras del Anuario no cuenten toda la verdad, pues se refieren a páginas web. El uso del correo electrónico ha experimentado en los últimos años un crecimiento notable y eso se trasluce en la proliferación de listas de discusión. Pero la cuestión de la escasez de contenidos permanece como un dedo acusador de nuestra dificultad para convertir a la lengua en una industria de la información.

A mí entender, aquí se están conjugando varios factores que, con el tiempo, cada vez van a pesar más en el destino del castellano en la Red y, consecuentemente, en el desarrollo de una cultura digital adaptada a las necesidades que ya está planteando la Sociedad de la Información. Aunque la lista es larga, mencionaré los cinco puntos que me parecen más evidentes (y urgentes de abordar) en España y América Latina, no necesariamente en orden de importancia:

– Las deficientes infraestructuras de las redes telefónicas y el alto precio por acceder a ellas, lo cual impide que la mayoría de la población hispanohablante incorpore Internet a su vida cotidiana. El informe de Forbes sobre el estado de Internet en Europa destacaba este aspecto en el caso de España. Telefónica carga con una gran responsabilidad en este sentido. La falta de velocidad de la comunicaciones, la rígida política de interconexión, una estructura tarifaria confeccionada para el enemigo, las escasas inversiones en mejorar las redes de telecomunicación y la inflexibilidad de la arquitectura de éstas, conspiran contra las nuevas remesas de internauta, quienes navegan más con el ojo puesto en el taxímetro que en las oportunidades que les ofrece Internet. Y si para aprovechar estas oportunidades tiene que esperar tanto para verlas o sufrir cortes constantes de las comunicaciones, no deja de ser heroico el permanecer atento a la pantalla.

– El tamaño de nuestra industria de contenidos es insuficiente, tanto a escala individual como colectiva, por una parte, como desde su perspectiva mental, por la otra. Esto se debe, en gran medida, a un espectacular error de percepción sobre cómo funciona esta industria en un contexto como Internet. Por una lado, la vasta mayoría de las grandes empresas no han detectado todavía cuáles son sus contenidos propios, ni cómo deberían prepararlos para competir en Internet. La globalización sigue siendo para ellas un fenómeno externo que no tiene que ver con su organización interna. Craso error. Por el otro, las que han descubierto el ciberespacio adoptan de inmediato una curiosa actitud de «esto es mío y no me lo va a quitar nadie porque soy la mejor». Desconocen que en la Red las posiciones dominantes –con las que sueñan apenas inyectan Internet en sus discursos– duran tanto como un congreso de gacelas inspeccionado por una manada de leones. La economía digital se sustenta en la interrelación de una amplia diversidad de actores y en flujos de comunicación impredecibles. Si a esto unimos que la innovación en Internet todavía carece del prestigio social que le permita difundirse a través de la Red como productos de éxito (a menos que los mitómanos de siempre nos vendan todo cuanto llega desde EEUU), tenemos entonces un cuadro donde resulta bastante milagroso que siquiera tengamos algunos contenidos en castellano.

– El apogeo de la cultura del marketing del despilfarro. Administraciones, empresas, entidades, corporaciones de distinto pelaje, etc., prefieren invertir en gestos mediáticos para una posteridad de pocos días, que en el desarrollo de la industria de contenidos propios. Los grandes y espectaculares acuerdos ganan titulares en los medios de comunicación de masas (Retevisión-Excite, portales de todos los colores, etc.), pero después no se traducen en productos apreciables y apreciados en la Red. Es pan para hoy, hambre para mañana.

– Faltan «intelectuales orgánicos de la Red», capaces de pensar y filosofar sobre las implicaciones del cambio social que se está operando y, al mismo tiempo, de romper amarras con la nostalgia de un mundo que se va. No los hay y ello colabora en el retraso del castellano en la Red. Por otra parte, la administración pública juega un papel ambivalente respecto a Internet. Por un lado se felicita de las extraordinarias oportunidades que abre un mundo en red y, por el otro, o no pone los medios para crearlo o enfatiza los ángulos más emparentados con políticas de seguridad, censura o control, o sea con el miedo. Si se quiere que los contenidos en castellano se conviertan en los cimientos de una cultura digital sustentada en la lengua, intelectuales y figuras públicas deberían conocer y alentar el tempestuoso alud creativo que están experimentando las redes y que afecta a la economía, a la política, al ocio, a todos los sectores sociales, a cuestiones como la marginalidad, la exclusión, o el paro, temas todos ellos que tanto espacio ocupan en discursos públicos vacuos de soluciones.

– Finalmente, el destino de la lengua como industria, en un mundo donde la información actuará como elemento organizador de la economía, estará unida a su capacidad para expandir Internet hacia los aspectos más cotidianos de la vida ciudadana. Descubrir las nuevas oportunidades, enlazar comunidades cuyos intereses comunes permanecen envueltos en el velo opaco de la falta de interrelación, invadir los terrenos que hasta ahora han permanecido cuidadosamente parcelados por un tipo de conocimiento elitista, son algunas de las tareas pendientes donde los contenidos en castellano apenas han incursionado. En el fondo, se trata de fundir la cultura de lo real en la cultura de lo virtual y vehicular este tránsito a través de la lengua. Si no lo hacemos, otros lo harán traduciendo sus productos, como ya viene sucediendo ante la parsimonia de quienes teniendo los resortes para plantar cara prefieren unirse a ese carro en aras del marketing mediático. Esta es una actitud más regalada que clavar los codos y desarrollar contenidos propios. Y es una de las tantas que contribuye a mantenernos en el quinto puesto de la liga de lenguas en Internet, a pesar de ser la segunda en el occidente del mundo real.

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