Quien a factura mata, a factura muere

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
12 septiembre, 2017
Editorial: 132
Fecha de publicación original: 8 septiembre, 1998

Pon y más pon y llenarás el bolsón

La huelga contra Telefónica del 3 de septiembre marcará un hito en la lucha de los consumidores contra las corporaciones en la era de la Sociedad de la Información. Independientemente del resultado inmediato del movimiento iniciado en España contra las tarifas de la compañía, que castigan particularmente a quienes se conectan a Internet –la historia de Telefónica no deja mucho lugar para el triunfalismo–, se ha puesto en marcha un mecanismo de control popular que va más allá de este episodio particular, pero que beberá en su fuentes durante mucho tiempo. Por eso será muy importante su evolución y, sobre todo, el marco geográfico de su impacto. A diferencia de otras ocasiones, en que los consumidores se han visto reducidos a enfrentarse a las corporaciones tan sólo en el ámbito de sus ciudades o, como máximo, el país donde se desencadenaba la protesta, la globalización a través de las telecomunicaciones coloca a las empresas de este sector en el terreno que ellas mismas han contribuido activamente a desarrollar: la conversión de un mundo fragmentado por barreras de todo tipo en una parcela cada vez más transitable. Telefónica ya no es tan sólo la empresa de telecomunicaciones de los españoles, sino de gran parte de Latinoamérica. Y no hay mayores dificultades, en principio, para que el movimiento de protesta abarque también a aquellos países. No sólo se cuenta de partida con la comunidad lingüística, sino también con la comunidad de agravios.

Telefónica ha ejercido la dictadura de su monopolio fundamentalmente a través de la tarifa. Y, también, por supuesto, a través de servicios autistas a las protestas de los usuarios ante los movimientos inexplicables de las facturas. La experiencia de toda persona o empresa ante ese pedazo de papel es parecida al que experimenta cada ser humano desde San Agustín ante el misterio de la Santísima Trinidad: perplejidad absoluta ante lo indescifrable. De hecho, la factura de Telefónica es una de las integrantes de esa trinidad intrincada, junto con la factura del agua y la electricidad y la de las compañías aéreas. No hay forma de saber qué se cobra, por qué o cómo. Y ya no hablemos de sus oscilaciones, sean estacionales o atemporales.

El elemento agravante en el caso que nos ocupa es que las telecomunicaciones constituyen el eje del desarrollo de la Sociedad de la Información. Mientras las empresas como Telefónica siguen empeñadas en tratar su servicio como uno más al que debe aspirar todo ciudadano, las redes de transmisión de datos ya no son tan sólo una función de la sociedad moderna, sino que constituyen el elemento vertebrador de la emergente industria de la información y el conocimiento. Cualquier decisión que las corporaciones de la telecomunicación tomen por vía de la factura tiene una repercusión directa en la viabilidad de este nuevo sector y, por extensión, en la economía y la sociedad correspondiente. Educación, empleo, relaciones sociales y políticas, bienestar, etc., cada vez dependerán más de la forma como se desarrolle este sector.

Lo globalización abre las puertas a que sus protagonistas, empresas de telecomunicaciones, empresas en general y usuarios en particular, se encuentren cara a cara en todo el orbe. Pocas veces una protesta aparentemente tan localizada como la del 3 de septiembre en España ha tenido una repercusión tan amplia gracias a las redes. Como diría el científico Rupert Sheldrake, se ha producido una especie de resonancia mórfica en toda la especie. Los que no han participado en la protesta directamente han adquirido la experiencia de cómo realizarla casi a la misma velocidad que sus protagonistas. Esa es una nueva característica del ciberespacio y en ella desempeñará un papel preponderante la relación de los usuarios con las corporaciones, no sólo a través de la calidad y diversidad de los servicios, sino sobre todo del contenido y orientación de la factura. Y si ahora lo que nos mueve es la arbitrariedad del aumento decretado por Telefónica y el Ministerio de Fomento, todo indica que con el mismo tipo de acciones se puede abrir el debate sobre la oportunidad o el carácter de las inversiones de las corporaciones, su política empresarial o los criterios drásticamente neoliberales con que se aborda su expansión en los países menos desarrollados del planeta. En la era de las redes, podríamos decir que a quien factura mata, a factura muere. Y si no, al tiempo.

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