Quiebras en la Red

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
10 julio, 2018
Editorial: 218
Fecha de publicación original: 6 junio, 2000

Nunca digas que llueve hasta que truene

Todo el mundo sabe que, tarde o temprano, el globo de Internet se pinchará. El crecimiento del capital especulativo, la cantidad de carcasas que circulan por ahí con la meta de convertirse en «el lugar de referencia de la Red donde el usuario encontrará todo y de todo» y la inflación laboral de muchos de estos nuevos lugares en la Red, es como un iceberg a la deriva clamando «Más Titanic, esto es la guerra». No obstante, en la era del ciberespacio las cosas suceden tan de prisa que a veces ni siquiera la expectativa del «crack» tiene tiempo de engordar. Tan pronto como se produce «la primera quiebra de una empresa en Internet» con gran alharaca de parte de los medios de comunicación, la misma empresa es comprada por otra sin que quede muy claro porqué, para qué y qué es en realidad lo que adquiere. Todo indica que durante bastante tiempo, estos vaivenes se van a convertir en carnaza mediática. Al aluvión de noticias sobre los miles de millones de cualquier divisa que aparecen bajo las piedras para jugársela en la Red, ahora viene el reflujo de las previsibles quiebras y despidos de personal. En realidad, esto, más que noticia puede llegar a ser pasto para el aburrimiento.

Boo.com se fue al garete con gran fanfarria a mediados de mayo. Televisión, radio y prensa de papel abrieron sus respectivos espacios informativos con la gran noticia: la primera empresa de Internet que quiebra. 15 días después, Fashionmall.com compró Boo.com por un buen fajo de billetes. ¿Qué compró? el nombre, la marca, los derechos sobre el contenido. ¿Para qué? Para convertirlo en el mejor portal mundial de la moda, faltaría más. No está claro si la moda de vestir o la de quebrar, pero ya nos enteraremos a su debido tiempo. Mientras tanto, unos y otros, medios de comunicación y analistas de la Red, siguen navegando por los acontecimientos de la Sociedad de la Información con una superficialidad extrema.

Por más llamativo que sea la quiebra de una empresa de Internet, las sacudidas laborales importantes siguen siendo las que suceden en el mundo industrial, donde miles de trabajadores se van a la calle sin remisión, como hemos visto también estos días en la industria automotriz británica. Algo muy diferente de lo que le ha ocurrido a Boo.com o a las empresas digitales que en EEUU comienzan a reducir plantilla: apenas su medio centenar de trabajadores se van a la calle, ya tienen otro trabajo aguardándoles ya sea en otra empresa o en su casa ante el ordenador.

Como hemos dicho en anteriores ocasiones, la economía clave de Internet reside en el trueque y en el aprendizaje de cómo funcionan los flujos de comunicación en la Red. Estas son dos actividades básicas en un entorno donde todo usuario goza, en principio, de las mismas posibilidades de crear contenidos (participar), aprender a difundirlos entre otros internautas (relacionarse) y responder a las acciones de estos (crecer). Y esto lo puedes hacer independientemente de la relación laboral que se tenga en el mundo real (dueño de tierras, banquero, heredero privilegiado, traficante de sandías, asalariado o desocupado) o en el digital. La Red es una formidable escuela de emprendedores donde no hay más remedio que aprender a tratar con la materia prima (datos e información), procesarla, empaquetarla y distribuirla, con la ventaja que el propio emprendedor puede diseñar todos estos procesos para alcanzar los objetivos que se proponga.

Esta escuela, que abrió oficiosamente sus puertas el día que la web permitió ir atando los cabos de la inteligencia distribuida por la Red, ha colocado en el mercado digital a miles de empresas y emprendedores de nuevo cuño. No comenzaron con una fuerte inversión (como se exige hoy), ni contaron con una plantilla de trabajadores asegurada. Pero su actividad fue la que moldeó la Red que hoy conocemos y sus innovaciones las que pintaron los trazos sustanciales del paisaje digital que hoy contemplamos. Y en este sector de Internet, el fundamental para comprender la economía de los flujos de comunicación en toda su extensión, se han producido ya numerosas bajas.

No todos pudieron sostener su dedicación a la «nueva economía» y debieron abandonar para dedicarse a otras tareas, ya fueran dentro o fuera de la Red. Pero su paso, como diría el poeta, dejó una huella indeleble sobre la que hoy transitan los diplodocos de las finanzas que tanto admiran los medios de comunicación, tradicionales o de la Red, porque en esto de la adoración del gran inversor y del regodeo por su caída no hay muchas diferencias entre unos y otros.

Esta es en gran medida, y valga la contradicción, la economía real del mundo virtual. Sobre ella se han venido edificando los que hoy comienzan a considerarse sistemas medulares de Internet, desde los invasivos portales hasta los engranajes más rutinarios y esenciales. Por ejemplo, en todos los países de la OCDE (los industrializados) el ritmo de búsqueda de empleo por la Red se está doblando cada año. Y esta es una actividad que comienza a ser transfronteriza: el que sale a ser pescado no sabe muy bien donde está la caña, si en su ciudad, su país o en el extranjero. Junto con la oferta y demanda de empleo, viene la oferta de gestionar empresas online, es decir, la deslocalización de tradicionales actividades internas a fin de reducir la estructura necesaria de funcionamiento y reducir costes.

El crecimiento de estos sectores –todos ellos puestos a punto desde hace un lustro por numerosas empresas pioneras, algunas de las cuales han sobrevivido y otras se han deslizado por los desaguaderos digitales–, donde todavía predomina el trueque como elemento básico de funcionamiento, apunta a un fenómeno de considerable proporciones al que dedicaremos más atención en las próximas semanas: la creación de redacciones de proporciones considerables para sostener el ritmo de crecimiento de los portales, ya sean generalistas o sectoriales. En muchos casos, se trata de pan, mucho pan para hoy, y un poquito de hambre para mañana bajo la forma –espectacular o no, eso dependerá de la moda del momento impuesta por los medios de comunicación– de las quiebras en Internet que todos aguardan como agua de mayo.

print