Privacidad y Datos

La ideología de los números

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
23 septiembre, 2016
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Sabemos, casi a ciencia cierta, que al menos en nuestro planeta nosotros somos los únicos que disfrutamos o nos matamos con eso que llamamos ideología. Nosotros, humanos. Ya sé que saltará alguno con el sempiterno ejemplo de las hormigas o las abejas -¡monarquías autocráticas!-, o los chimpancés. Pero, por más que estiremos la cuerda y busquemos las trazas de cooperación o de organización jerárquica, no tenemos por ahora constatación de luchas en seno de estos bichos por imponer regímenes comunistas o neoliberales, por más que nos diviertan estas interpretaciones. Hasta ahora. Ahora tenemos números, ristras de números, que organizados ya sea de manera autónoma o por nosotros mismos, aunque en general sin tener ni idea de cómo lo conseguimos, tienen efectos ideológicos: socialistas, neoliberales, anarquismo del bueno, o derrumbe del capitalismo “a la Grossman”.

Todo mechado con su respectivo floreciente – o no- estado del bienestar, o de administración pública y privada hipervigilante, o de tipo “laisez faire”, o…. Lo mejor de esta irrupción política de las ristras de números en que nos hemos convertido cada uno, multiplicadas además por nuestras acciones entrecruzada, es que nuestras preferencias por esta o aquella ideología numérica hasta cierto punto reflejan las que tenemos en el mundo no numérico. Hasta cierto punto, insisto a modo de advertencia, porque nos movemos todavía -y quizá para siempre- en un escenario del que desconocemos casi todo, a pesar de nuestra audacia para describirlo e incluso otorgarnos roles y personajes, arrogarnos vestiduras y dotarnos de los equipamientos propios de cada caso. Pero, como dijo Galileo, sin embargo la ignorancia aflora.

¿Por qué? Porque Internet nos ha convertido en profetas. Y no sabemos de la misa ni la mitad de un nano milímetro. Lo contrario -la mesura en las predicciones- es prácticamente imposible. No vemos lo que sucede, no sabemos cómo sucede y, mucho menos, no tenemos ni idea de las consecuencias de lo que no vemos. Por tanto, predecir, profetizar, pronosticar, adivinar mundos, “avanzar visiones”, incluso votar públicamente por nuestras preferencias, nos sale gratis. Ejercer esta profesión antes de Internet era muy costosa. No estábamos de humor. Aparecían guerras con efectos devastadores, surgían corporaciones que estaban lejísimos de nuestro alcance, el día a día era solo el día a día, apenas había algún emprendedor que trataba de pegarse a nuestra solapa. ¡Incluso había solapas! En cuanto a la tecnología, por ejemplo, los aparatos domésticos irrumpían casi sin previo aviso, como sucedió, por cierto, con Internet. De la fresquera a la nevera apenas percibíamos el salto evolutivo, a pesar de su trascendencia. El coche llegaba al garaje de tal manera que dejaba obsoletos caminos y carreteras de un volantazo. ¿Cómo ibas a predecir cómo serían, por escoger una de las historias preferidas hoy día, las ciudades del futuro? Eso era cosa de eruditos, de muy eruditos.

Ahora, sentados sobre las sombras de las ristras y los rastros de los números, cualquiera se atreve a explicarte no sólo hacia dónde vamos, sino por qué vamos, en qué vamos y, lo más importante, cómo vamos y por qué él o ella va a montar una empresa basada en su diagnóstico y van a dejar por fin de ser pobres o buenos profesionales. Y si hay dos o tres que se inflan a ganar dinero de la noche a la mañana y el valor en bolsa de sus iniciativas empaña, por una parte, el brillo de las clásicas y tradicionales corporaciones, que vienen tambaleándose desde hace dos décadas, y por la otra, “crean tendencia” contradiciendo la historia y favoreciendo la eterna invención de la rueda, le inyectamos nuestro suero predictivo y, aunque no tenga ni remotamente algo que ver con lo que está pasando, en realidad confirma que todo el mundo vamos exactamente hacia donde decimos nosotros. Para confirmarnos, no hay más que leer, escuchar o ver lo que dicen los medios de comunicación, hacia dónde apuntan los nuevos ricos y poderosos e, incluso, cómo se deslizan las tendencias más oscuras montadas en ristras de números que no vemos pero que sabemos que existen.

Se puede interpretar de mil maneras esta furia genital de la predicción. La mía es elemental, pero reconozco que no pertenece a la tendencia dominante: casi todo se reduce a la caótica concupiscencia de la ristras y los rastros de números debidamente ordenados, lo cual no deja de ser una hermosa contradicción en los términos. Tenemos trillones de números haciendo lo que les da la gana, una parte de los cuales pretendemos domarlos de un solo tortazo. Si eso es lo que quieres hacer, sólo te puedes meter en semejante berenjenal si tienes una fenomenal predicción en el bolsillo. De lo contrario, estás fracasando antes de empezar.

Esta es la razón de que los números, en concreto los números del universo digital, ahora encarnen diferentes ideologías. O van a mejorar todo alcanzando niveles de eficiencia nunca vistos, para algo son números. O, por el contrario, mejor nos mantenemos en alerta porque nos las van a dar todas en el mismo carrillo. En el primer caso, no sabemos, ni nos atrevemos a saber, hasta qué punto va a mejorar nuestra salud, la planificación y organización urbana, la seguridad alimentaria, el control de los suministros básicos, como agua o electricidad, el incremento de la precisión en todas las rutinas que nos han vuelto locos o, al menos, seres irritables, la mejora de la eficiencia de los ejércitos, los cuerpos de seguridad, las empresas sin empleados, la penetración y beneficios de Internet de las Cosas y un etcétera infinito. Todo lo cual tiene, lógicamente su contrapartida, su otra cara de la moneda.

Pero el discurso que se impone, con algún que otro sobresalto, es el de la mejoría global en todos los campos. ¿Y alguien está en contra de mejorar? Si el beneficio es global en todos los ámbitos imaginables, gracias a como trabajamos y trabajaremos esta producción estajanovista de ristras de número y la persecución y manipulación de sus rastros ¿quién es el guapo que pregunta: Seguro que esto es mejoría en todos los campos del quehacer humano? ¿No nos falta algo antes de lanzarnos a esta frenética carrera en pos de mejorar todo sin ni siquiera poseer una pizca de soberanía sobre lo que otros están diciendo y haciendo para que todos mejoremos?

Algunos, a quienes no les llegan todos los beneficios proclamados, o se preocupan en exceso por el estado de las cosas en el plantea, no se quedan muy tranquilos cuando los profetas digitales pregonan: “Tranquilos, si no os llega el maná prometido y la situación se acerca a la alarma tipo: ”INSOSTENIBLE!”, nos iremos a otro planeta montados en ristras infinitas de números y probaremos suerte de nuevo”. Sabemos que lo intentarán, porque han predicho que para ese entonces nuestro dominio de las ristras de números se habrá acercado a la periferia de su doma.

Esta fiebre profética la sufren desde presidentes de países de todo tipo, tamaño y PIB, hasta los que están en plena campaña electoral. ¿Qué mejor que ofrecer el votar por una ciudad inteligente ya que ellos evidentemente no lo son? ¿O por una ciudad/región/país cuyo tráfico por fin se solucionará gracias al coche autónomo, sin mencionar, por supuesto, que eso no tiene nada que ver con el problema que pretenden solucionar de manera tan ingeniosa, sino con el número de automóviles que ocupan el espacio vial? Y así lo mismo con la salud, la alimentación, el empleo, el tráfico aéreo, la vigilancia personal o colectiva, el turismo o lo que se nos ocurra que será resuelto una vez que domestiquemos el ingente volumen de datos que generamos hasta con un simple estornudo?

Por cierto, como cada día nos sirven un ejemplo más de qué somos y en qué nos hemos convertido, ahora hemos saludado con gran festejo y algarabía que toda la información del feto irá a un reloj monitor de actividad que le acompañará toda la vida. Así se sabrá cuando hay que darle un tortazo químico o en qué momento sería mejor llevarlo al psicoterapeuta, o la profesión que lo sustituya en el formato que corresponda. Ese bebé, ¿qué tipo de educación tendrá? ¿qué se le recomendará para que mejore a partir de las escuelas, o de lo que sea, que haya emergido de la baraja de datos? ¿cómo se lo tratará cuando ingrese en el mercado laboral, o en el mercado creativo, como profetiza gente que, por sus credenciales, obtenidas en centros e instituciones académicas actualmente de prestigio, deberían engañar por lo menos de una manera más seria? No profetizo, todo son noticias reales y viejas, de, por lo menos, hace una semana.

Todo lo dicho hasta aquí, tiene que ver con el intento de análisis que venimos tratando de elaborar sobre la privacidad. Y como aún queda mucho vacío antes de comenzar a profetizar, insistiremos en ello. Pero las preguntas ya están expuestas. Por si no las ha encontrado, ponga en marcha su particular programa de inteligencia artificial y se sorprenderá de la velocidad a que las encuentra. Es solo cuestión de oler la ideología de los números.

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Artículos anteriores de esta serie sobre privacidad, seguridad y datos:

Si atacan la privacidad ¿qué debemos defender?

Creced y multiplicaos, les dijeron a las ristras de bites.

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