El Bicho
Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
30 septiembre, 2016
Ayer, un par de amigos me preguntó cuál era el plan de los artículos que estaba publicando en la sección de Privacidad y Datos de Coladepez. Me sorprendió la pregunta porque presuponía que había un plan preconcebido. Si se trata de números, claro que lo hay, pero lo desconozco, no llego más allá de «tenemos que hablar de esto, preocupa tal cosa, interesa tal otra, etc.» No sé por qué, imaginaba que, con lo dicho sobre el comportamiento “social” de las ristras de números, estaba claro que no puede haber un plan, que por donde entres al tema, sea por donde sea, esa es simultáneamente una puerta principal y una de salida. Sea la que sea. Ahí está la gracia del big data en la era virtual.
Esa no era la gracia del big data desde la época de los hititas. Tomemos como ejemplo los denominados cinco incunables del big data mostrados en la exposición sobre el tema en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) en 2014. Se enteraron de qué iba la cosa aquellos que tuvieron la oportunidad de acceder en aquel momento a aquella densa cartografia, guiada por datos que sólo contaban una historia cuando se relacionaban entre sí –no per sé–, entre sí y un contexto, y entre ese contexto y una historia capaz de aparecer y explicarse a partir del precipitado de todas estas relaciones.
Algunos tuvieron la suerte de conocer esos hitos y sacar conclusiones -no siempre pertinentes-, pero gracias a eso orientaron a otros sobre cómo trabajar y tomar decisiones a partir de datos masivos aferrados a hechos concretos, generalmente con un origen conocido y, por tanto, casi con un destino «predestinado». Libros, leyes, historias e historietas, decisiones que brotaron del complejo arco que conectaba desde la política, la economía, la guerra, la salud, la cultura, a un largo etcétera, se basaron en esta orgía de datos, interpretaciones, relaciones, conclusiones, para impulsar modificaciones culturales que ejercieron un impacto más allá de su impacto coyuntural. Sabían, hasta cierto punto, de dónde venían y, hasta cierto punto, hacia dónde iban. La comprensión estaba al lado del acontecimiento y su trascendencia al lado de la estela que dejaba.
Reconozcamos que Internet y su big data no constituyen la horquilla ideal para entender qué sucede en el entorno virtual, no digamos ya en el mundo físico. A casi todos nos entusiasma el big data no porque nos entrega llaves cruciales para comprender nuestra posición y la de los otros en el mundo, ya sea virtual o físico, sino porque si tengo correo electrónico, web, móvil, tableta y utilizo Internet casi las 24 horas del día, debo estar muy cerca de poder aprovechar a mi favor semejante tesoro disfrazado de ristras de datos. Ya sé que hay fuerzas ocultas que tratan de hacer lo mismo con poderosos apoyos políticos y tecnológicos, pero sé quiénes son y los tengo ahí al lado. Esa es la buena noticia. La mala es que al estar ahí al lado, ellos, –quienes quiera que sean y cualquiera que sean sus intenciones que, por cierto, aparte de la codicia, no coincidan con las tuyas–, también están ahí al lado. Ni siquiera tienen que ir a buscarte. Te tienen a mano. Esa es una de las razones por las que tratamos de abrigarnos con la defensa de la privacidad.
Para comprender Internet, sin saber a ciencia cierta de qué hablamos o realmente qué hacemos y qué nos hacen en el mundo virtual, una analogía interesante es considerar a la Red como un Bicho. Un Bicho en plena y constante evolución desde que vio la luz en la caverna digital allá por los años 60, un bicho que se ramifica y diversifica sus funciones a tal velocidad y con mutaciones tan extrañas en lugares tan diversos de la geografía virtual, mental, física, espiritual, etc., en fin la que queramos imaginar o mezclar, que no hay forma, por más esfuerzo que le dediquemos al asunto, ni siquiera de perfilar sus diferentes y potenciales desarrollos.
El Bicho cambia él mismo sin cesar, no sólo de forma y fondo, supera barreras y muros. ¿Criptografía?: un pase por aquí, otro por allí, y hay que inventar algo nuevo para sujetarle. ¿Aquella agencia, institución, Estado, concentra sus esfuerzos en potenciar el valor de estas o aquellas ristras de números? Aparecen nuevas combinaciones -o denuncias- que iluminan su extraordinaria capacidad para expresar, desde su inteligencia o como lo queramos llamar, su poderío bañado de sencillez, casi de simpleza.
Muchos llaman IA a la facilidad con que descubre caminos aparentemente inexistentes por donde acomodar sus miembros (¡!), modifica los que hay o hubo y, como los gases, pero con parámetros nuevos propios de la lógica virtual, tiende a crear, recrear y ocupar todo espacio susceptible de ser “conquistado”. No solo los conquista, sino que los satura y, por tanto los reconfigura. Aparentemente, no hay cartografía posible o comprensible de esta «conducta», lo que quiere decir que, otra vez, nos encontramos con algo que podría ser un infinito que es infinito. Sí, he repetido dos veces el concepto infinito.
Lo interesante es que hacemos cosas con el Bicho como si supiéramos de qué va la cosa, como si bastara con habitarlo para entenderlo y domarlo. Energía que él aprovecha a la vista de todos para sus “propios intereses”. Lo cierto es que, ante esta somera descripción, cualquiera diría “¿Pero nos va a morder?” Cariño, nos está mordiendo sin cesar con nuestra aquiescencia o supuesta prevención desde hace más de cinco décadas. ¿o no lo sientes? Siempre tiene la boca abierta y tú no paras de meter la cabeza dentro sin saber bien qué haces, no porque seas incompetente o especialmente negado ante lo que otros denominan “riesgo, peligro, participación, innovación, marketing, genialidad, etc., etc.” con gran beneficio propio, no, simplemente porque es difícil saber si tenemos la cabeza dentro de algo que no vemos, oscuro, virtual, con o sin dientes, que evidentemente se mueve, no sabemos hacia donde, cuyas palpitaciones experimentamos, pero no deja de ser un bicho que solo vemos en lo que nos haces tú o lo que tus gafas culturales te dejan ver, o en lo que te hacemos nosotros a ti.
Hace tiempo traté de trazar algunas de sus consecuencias, que denominé el Agujero Negro Digital. ¡Cielos, qué boca, cómo traga, cómo arrasa y reconstruye el territorio virtual, cómo deglute y vomita nuestros recursos, o lo que muchos llamarían nuestras pasiones, nuestros sueños¡ ¡Menuda tontería ante este panorama!. Ahora, con un poquito más de experiencia en este Bicho tan raro, que también podríamos llamar La Cosa Virtual, sin exagerar, para el que todavía no hay antídoto posible, trataré de compendiar algunas de sus facetas en las próximas semanas, aunque ya lo he hecho en las semanas anteriores. A eso me refería cuando comentaba con mis amigos cómo estaba planificando esto de la privacidad. No nos preocupemos. Lo que nos estamos contando será engullido por el bicho sin proferir ni siquiera un eructo numérico. Mi defensa no deja de ser un ejercicio extraño de zombismo: resucito a uno de sus muertos, aunque sé que le estoy dando ideas… porque sus muertos nunca están, ni estarán, realmente muertos, tan sólo hemos elegido «no saber», como hacemos con tantas otras cosas que no nos gustan.
¿Podríamos calificar de locura no saber en este caso? Bueno, me parece que esconder el cerebro ante todo aquello que puja por cambiarnos no deja de ser una patología que, por lo general, pagamos de una u otra forma de manera bastante cara. El Poder sabe mucho de esto. Pero no todo, ni de lejos. También dejaremos que se nos escapen algunas ideas e impresiones al respecto.
De todas maneras, la poca experiencia que ya hemos acumulado nos demuestra que el Bicho no nos saldrá gratis, alguien nos lo hará pagar por vías repletas de imponderables, lo que no descarta por supuesto que también conseguiremos disfrutarlo. Pero dadas sus dimensiones y su forma de crecer, de invadir y de quebrar barreras aparentemente firmes, así como nuestra activa contribución a insuflarle vida cada segundo de su vida, no podemos esperar que no tenga consecuencias.