Privacidad y Datos

Creced y multiplicaos, les dijeron a las ristras de bytes

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
16 septiembre, 2016
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Varias veces nos han preguntado qué hace ahí el exhibicionista que aparece a la derecha del faldón inferior de la web de Coladepez.com. Vigilarnos, como indica la leyenda. Es un señor de la Agencia de Seguridad de EEUU, la famosa NSA gracias a la estupenda campaña de marketing que le diseñó Snowden, a quien tanto tenemos que agradecerle. Yo también le ayudé, pero me parece que fue antes de que iniciara su carrera profesional. Además, en mi época, la situación era diferente. Por una parte, por lo general no me creían: ¿Pero a dónde vas, eso son especulaciones conspiranoicas, ves espías por todas partes? Por la otra, la clase política mantenía una aparente actitud bobalicona -o no- hasta que empezó a perder, literalmente, los papeles y se extendió la sospecha de que alguien los encontraba y no los devolvía. No se trataba de ver espías tras cada sombra, la historia te la contaban ellos mismo, pero había una diferencia esencial entre ellos y nosotros: el horario. Ellos dedicaban las 24 horas del día de los 365 días de año a su faena. Lo mismo sucedía con sus herederos, esas corporaciones, grandes, medias, pequeñas o diminutas, empeñadas en seguirnos hasta el baño. Y nosotros teníamos muchas cosas más placenteras que hacer que perseguir sombras.

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Hoy día, podemos ser idiotas por conveniencia, pero no necesariamente descuidados. Sabemos, como dijimos en Si atacan la privacidad ¿qué debemos defender?, que cada segundo que respiramos generamos miles de millones de ristras de numeritos, queramos o no. Somos eso, hasta ahí hemos llegado. Y por las razones que sean, ya las analizaremos, hay gente preocupada en capturar y trabajar esas ristras aparentemente aburridas. Insisto, la famosa frase “Y yo a qué le voy a temer si no he hecho nada”, ya no es una mera declaración de inocencia avant la lettre.

Eso es casi lo mismo que afirmar que puedo atravesar la avenida de mayor tráfico 500 veces en una hora con los ojos tapados porque “Yo a qué o a quién le voy a temer si no he hecho nada” Muchos dijeron algo parecido en Argentina, por ejemplo, en la peor época de la represión, sin advertir que las agendas de los familiares o amigos, o de cualquiera que las hubiera usado sencillamente para lo que sirven, eran un pasillo a la muerte. A pesar de las historietas, las novelas y las películas que admiramos cada día, nos cuesta aceptar que, para empezar, los servicios de seguridad de los estados atropellan antes de preguntar si debes temer algo o no, no por gusto, sino porque consideran que ese es su trabajo y así se lo indica la ley de su respectivo país en cada caso. Pueden torcerla en algunos casos, pero solo para garantizar la seguridad de los ciudadanos, dicen. Si uno parece sospechoso, ¿van a esperar a un juicio y una sentencia antes de decidir si deben confiar en tu mirada, reír tu broma, analizar tu desliz freudiano, perseguir a tu amigo impertinente…?

Si vas bajando por esa escala, al final te encuentras con lo más idiota de todo en el mundo de la ristra de números: la señorita que contó con todo detalle en un email (o en una de esas famosas plataformas de comunicación) que le gustaba tu culito, que entraba justo en las dos palmas de tu mano que medían nnnnn… y alguien, porque siempre hay alguien, ideó la fascinante frase que le permitió a su empresa, corporación, o lo que sea, vender millones de calzoncillos de topitos para culitos como el tuyo. Resultado: calzoncillos, miles de millones de $, culito, cero. Ni siquiera queda una pequeña comisión para la que tomó cuidadosamente las medidas.

¿Debería importarnos que alguien se infle a ganar dinero a costa de…, bueno, de nuestra cosas, individuales o colectivas? Sí, por la simple razón de que quienes persiguen las ristras de números, y siempre hay alguien haciéndolo con la intención que sea, nunca sabremos, jamás, hasta donde llegan. Las herramientas para arribar a alguna parte las tienen siempre, siempre, ellos (eso nos hacen creer) y, encima, su campo de entrenamiento somos nosotros. Pregúntate, si no, la razón de que cualquier aplicación, ya sea para tomar un autobús o medirte la circunferencia de tus nalgas para comprarte unos calzoncillos de topitos, requiera, como escalón imprescindible para proporcionarte el dato que quieres, tu correo electrónico.

O trabajan con los números, que solo son datos, o a vivir bajo el puente, sean emprendedores, inversores, soñadores, trabajadores, miembros de las agencias estatales de seguridad, policías o hackers. Hablamos de una fuerza laboral de miles de millones de personas. Y hablamos de datos que, por ahora, puestos uno tras otro, darían vuelta varias veces a la vía láctea (esto me lo acabo de inventar, pero hay cifras peores que también se han inventado y nos las creemos y fundamos empresas o ideas en esas invenciones. Así nos va luego).

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