Periodismo en tiempo real

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
5 septiembre, 2017
Editorial: 129
Fecha de publicación original: 21 julio, 1998

Pecado confesado es medio perdonado

En las últimas semanas, una serie de encuestas en distintos países han revelado un dato al que ya se ha apuntado repetidamente a lo largo de los años noventa: la creciente desconfianza del público en los medios de comunicación de masas. Las dos últimas, una en España y otra en EEUU han mostrado que este sentimiento va para arriba como la espuma. Las razones son múltiples y en general se achacan a las malas prácticas del periodismo en un mundo cada vez más competitivo. Pero otros actores han entrado en el juego y a ellos también se les atribuye una buena parte de la culpa. En particular, Internet o el denominado periodismo de la Web.

El primero de abril pasado, la directora del Portland Oregonian, Sandra Mims Rowe, en la conferencia anual de la American Society of Newspapers Editors (ASNE), resumió su año como presidenta de esta asociación con una sentencia lapidaria: «Esta es una época áspera para los periódicos» y lo atribuyó al uso de fuentes anónimas, la mala gestión de los diarios que viven con los sentidos puestos en Wall Street y a la «degenerante» influencia de la Web. La señora Mims no está sola en este juicio. El editorial del periódico español El País del sábado 18 de julio también estaba dedicado a la crisis de credibilidad del periodismo, algo que «afecta a todos los países, a todos los medios y a todas las modalidades», según el editorialista. A la hora de buscar las causas de este progresivo divorcio entre los medios y la audiencia, el periódico decía textualmente: «La competencia creciente y con frecuencia salvaje entre éstos [los medios] tiene mucho que ver con el relajamiento de los criterios profesionales y éticos de los periodistas. Pero también la aparición de nuevos medios, como Internet, donde cualquier ciudadano puede colocar rumores sin confirmar y conseguir un efecto de arrastre de los otros medios». O sea, que esa es la madre del cordero, o al menos una de ellas. Los lectores desertan de las grandes y prestigiosas cabeceras que publican sin contrastar suficientemente las fuentes (Mims «dixit») o donde campa el relajamiento de los criterios profesionales y éticos de sus periodistas (El País «dixit») y entonces se dedican a escarbar entre los rumores sin confirmar de Internet que, al parecer, debe ser una forma superior de periodismo para estos indocumentados lectores.

Con explicaciones tan simples no llegamos muy lejos. Yo propondría una doble vertiente para entender lo que está sucediendo. Una interna a los propios medios de comunicación de masas en el contexto de la creciente competencia entre ellos. Y la otra referida a las consecuencias de la Sociedad de la Información. En primer lugar, los medios tradicionales funcionan con un soporte «fijo» a la hora de transmitir información. Tantas páginas por periódico, tantos minutos por informativo, sea de radio o TV, aquí y en Pekín. Dentro de ese formato, en un entorno cada vez más agresivo por la necesidad de mantenerse en el mercado, los medios le cuentan a sus lectores lo que ha sucedido en el mundo mediante una selección de noticias en cuyo criterio pesan tres elementos objetivos y uno subjetivo. Los primeros son la escasez del espacio disponible, la competencia entre acontecimientos que pugnan por ser publicados y la necesidad de mantener una variabilidad entre estos. El elemento subjetivo es, por supuesto, la línea editorial del medio en cuestión que permea a los tres anteriores.

La síntesis de estos factores produce una imagen del mundo pobre y claramente deficiente para quien paga por acceder a ella. Al lector estos condicionantes pueden importarle muy poco (excepto el subjetivo, del cual es muy consciente por su trasfondo ideológico), el resultado final es un batiburrillo diario inexplicable que no llega a arrojar una luz operativa sobre la realidad, no se puede hacer mucho con la información que finalmente le llega a las manos. Los acontecimientos no tienen continuidad porque es necesario cada día «vender» un producto nuevo, promocionar al medio a través de la sorpresa y la autopromoción más que con la calidad del contenido. El mundo de un día ya no existe al siguiente, ha sido sustituido por un conglomerado de noticias que, frecuentemente sin razones aparentes, han escalado hasta el centro del escenario donde los focos les quemarán rápidamente las alas y las pondrán en fuga. Por otra parte, él mismo –el lector– es sujeto u objeto de acontecimientos que podrían llegar a los medios con los mismos méritos, pero no «aparecen» o, cuando lo hacen, su proximidad a la información le hace percibir de inmediato la manera superficial como ha sido tratada por los medios. La sospecha de que se le escamotea una parte de la realidad, quizá de manera sistemática, toma cuerpo.

Esta última sensación viene reforzada por la era de la Sociedad de la Información, caracterizada por una multitud de medios electrónicos y nuevos canales de información, de numerosas vías alternativas para obtener información mucho más especializada (de especial), más segmentada, más adecuada a los intereses particulares de audiencias específicas. Y estos nuevos medios no actúan en un vacío llenado por ellos mismos, sino que interaccionan y se interrelacionan con todos los otros medios. Hasta hace poco, posiblemente era correcto decir que la mayor parte de la información significativa que obtenía un ciudadano en casi todo el mundo procedía de los medios de comunicación de masas. Eso ya no es verdad o, al menos, no tanto. El ciberespacio (Internet, radios digitales, canales temáticos de TV, TV digital, etc.) se ha convertido en un puente desde los grandes medios, cuyos contenidos suelen ser bastante parecidos en todo el mundo, hacia una diferenciación creciente de medios, tanto por su diversidad, especialidad o anclaje en realidades distintas. Mientras la tecnología empuja hacia lo global, la información tiene que pasar la reválida de lo local, donde se articula en el contexto más general generado por el hábitat electrónico. En esta relación entre los medios «generalistas» masivos y los medios «segmentados» específicos reside uno de los mayores focos de tensión del mundo actual de la comunicación.

La interrelación entre unos y otros introduce, además, un nuevo factor de distorsión notable con el que todavía no hemos aprendido a vivir: la velocidad. Mientras los grandes medios, a los que hasta ahora se les ha atribuido la conformación de la opinión pública a partir de su preponderante presencia social, permanecen anclados en sus enormes inversiones en infraestructuras, los nuevos medios proliferan rápidamente como patrullas de desembarco en una invasión aparentemente desorganizada y sin un objetivo evidente. La consecuencia no es sólo la creación veloz de nuevos emisores, sino la propia velocidad de la información. La competencia entre unos y otros, unido al dinamismo de los sistemas electrónicos de acopio, procesado y distribución de contenidos informativos, plantea cada vez más un tipo de nuevo periodismo: el periodismo en tiempo real ejercido al alimón por los profesionales clásicos y por los miles de nuevos emisores armados con una batería de tecnologías propia de los comandos. Sólo que en este caso son comandos de la comunicación, especialistas en dinamizar el proceso de giro de la información. La CNN fue el primer ejemplo de este tipo de periodismo desde el campo de los grandes medios tradicionales. Internet ha creado el territorio para la actuación de los nuevos medios.

Esta situación plantea toda una serie de problemas nuevos (y replantea bajo otro prisma muchos de los problemas de siempre) que simplemente no son abordables desde la perspectiva clásica del modelo de comunicación legado por la guerra fría. Los mercados específicos de información que están emergiendo en todas las sociedades van de la mano de la creciente desconfianza en el papel que juegan los medios de comunicación tradicionales. Apelar a códigos deontológicos creados por la profesión periodística (cuando no por las propias empresas) es reclamar que el pasado solucione los problemas de futuro que hoy tenemos sobre la mesa. La realidad, tal y como la vemos y la recreamos hoy día, exige mucha más imaginación que eso y un conocimiento profundo de lo que está sucediendo.

No basta con que la CNN o la revista Time pidan perdón por su penúltima metida de pata o que se achaque a la «guerra de los medios» en España la falta de credibilidad de su información política. Ni aquellos ni estos tendrán tiempo para recuperar el crédito antes del siguiente patinazo. Porque la velocidad actual de giro de la información se les volverá a convertir, en cualquier momento, en otra cáscara de plátano. Hasta que acepten que, en este mundo cambiante, existe también una audiencia cambiante que se guía por otros parámetros. Los pertenecientes a la información elaborada en serie en la gran fábrica de los grandes medios cada vez tendrán un menor atractivo para una parte creciente de esta audiencia. Para ella, lo que se ha quebrado es la tradicional relación entre el emisor y el receptor de información, porque éste ahora también es emisor, al menos potencialmente. Y contra más tarden los medios en reconocer esta nueva realidad y actuar en consecuencia, mayor tensión se generará en el mundo de la comunicación. Que es lo mismo que decir en el mundo de la política.

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