Orgía informática
Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
20 febrero, 2018
Editorial: 178
Fecha de publicación original: 27 julio, 1999
Más vale una onza de práctica que una libra de gramática
Los jóvenes entienden que ellos entienden la cultura de otra manera. Y si esa cultura se manifiesta hoy día, en gran medida, a través de los ordenadores, no hay nada comparable a encerrarse durante varios días en un salón repleto de ordenadores, cables, módem, programas, videojuegos, etc., y organizar un encuentro orgiástico donde lo digital es el lecho regenerador del placer. En estos momentos, cientos de jóvenes repartidos por España y el resto de Europa están guardando el ordenador en una mochila y se están poniendo en marcha hacia el Centro Eurolatinoamericano de Juventud (Ceulaj), situado en Mollina, un pequeño pueblo de Málaga, donde desde el 2 al 8 de agosto disfrutarán de un «Campus Party» a mayor gloria de la era informática y la cultura de las redes. Para muchos será un viaje iniciático. Para otros, una verificación de que el siglo que viene será el suyo. Todos buscarán una confirmación de sus presentimientos en el seno de esta reunión tribal.
Los «Campus Party» es una tradición del norte de Europa con más de 10 años de historia, lo cual es toda una era si unimos a jóvenes, informática y redes. Los chavales trabajan durante meses para pulir sus obras: demos, introducciones, módulos, etc, ya sean de videojuegos, programas, música o nuevas formas de hacer de manera más sencilla lo que las corporaciones de la informática venden bajo complicados paquetes de programación. Y después conciertan un encuentro al que acuden con sus ordenadores, trabajan juntos durante varios días, intercambian experiencias, descubren nuevos e insospechados caminos, aprenden enseñando y viceversa. Con el tiempo, estos eventos han crecido hasta convertirse en verdaderos acontecimientos estacionales, como las épocas de apareamiento. Si maestros, profesores, pedagogos y responsables de las políticas educativas se dieran una vuelta por estos «parties», posiblemente no haría falta gastar tantos argumentos para demostrar que el ámbito de la educación debiera adaptarse rápidamente para dar cabida a quienes se mueven por el mundo virtual con la misma naturalidad que los hipopótamos por el río.
Las «parties» expresan la quintaesencia de las tribus creadoras de redes y creadas por redes, las que miran hacia el nuevo milenio con el ansia de alcanzar un territorio propio, al que marcan día a día a través de nuevos conocimientos, de nuevas exploraciones. No importa los porcentajes de población que usan actualmente ordenadores, ni las amenazas por el irrefrenable descenso hacia la «fragmentación social, la soledad y el aislacionismo». Los jóvenes se meten bajo su gigantesca carpa y lo único que piden es un enchufe. Ya se encargarán ellos de recomponer juntos el rompecabezas social, aunque sea a partir de un catálogo de siglas más propio de una guía de la ONU que de un encuentro lúdico. El año pasado asistieron 1.000 personas al «Party ’98». Este año, hace meses que hay listas de espera y muchas velas encendidas rogando que se produzcan deserciones. El pastel que les espera no es para menos: aparte de los ordenadores, pues cada uno tiene que cargar con el suyo, los patrocinadores han instalado más de un millón de euros en material, desde redes locales a servidores de vídeo, juegos, gráficos, música, etc.
El lugar cuenta –a diferencia de otras ocasiones– con edificios habitables, polideportivo, salas de proyecciones y conferencias, zona de acampada, piscina, comedor y una temperatura que invita a vivir lejos del ordenador (¡perdón! esa es una impresión de otra época). En realidad, todo está preparado, desde los ánimos hasta los equipos, para bucear en una pantalla e inspeccionar los fondos digitales (¿abisales?) de un cambio de era. Por supuesto, los que no puedan asistir de cuerpo presente no tienen por qué perderse las conferencias, los cursos, los concursos y ni siquiera la inteligencia distribuida por las redes del Ceulaj. Internet tendrá una ventana abierta durante todas las jornadas para extender el radio de participación, a través de la cual se podrá intervenir incluso en los debates. Quienes usen esta vía tienen la ventaja de que nadie les preguntará, ni les «verá» la edad. Aunque la sospecharán si uno hace según qué preguntas.