Noticias de Zacatecas

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
30 enero, 2017
Editorial: 67
Fecha de publicación original: 15 abril, 1997

Fecha de publicación: 15/4/1997. Editorial 67.

Lo hablado se va, lo escrito, escrito está

A los expertos, literatos y académicos que acudieron al I Congreso Internacional de la Lengua Española en la población mexicana de Zacatecas se les ha escapado una gran noticia. No fue, por supuesto, la existencia del ciberespacio, al que dedicaron una gran atención. Es más, aprovecharon el altavoz del encuentro para lanzar una voz de alarma: es necesario diseñar un plan estratégico para poner el español en el planeta digital. Este aviso vino rodeado de una profusa cháchara sobre los peligros que corre nuestro idioma en un mundo crecientemente envuelto en el manto del inglés al amparo de las nuevas tecnologías. Lo que expertos, literatos y académicos se dejaron en el tintero (literalmente) es que nunca ha habido tal producción de castellano escrito y nunca esta producción se ha puesto libremente a la disposición de una audiencia tan vasta como la que pulula por el ciberespacio. Y eso que todavía somos pocos y la verdadera fiesta todavía no ha empezado.

Pero, para certificar este fenómeno, los expertos tendrían que haber asumido, por una parte, una posición menos elitista con respecto a su vocación de sacerdotes lingüísticos y, por la otra, habría sido necesario que sacaran humildemente a flote el principal rasgo del ciberespacio: la lengua escrita no le pertenece ya (y quizá nunca más) prioritariamente a quienes viven de la mal denominada industria de la cultura (editoriales, medios de comunicación y difusión, escritores, librerías, academias de la lengua, etc.).

El ciberespacio ha puesto ese mundo del revés y ahora el idioma ha quedado a disposición, en principio y en gran medida, de un nuevo espécimen desconocido hasta ahora en los tratados de filología: el internauta. Decenas de miles de personas han recuperado el gusto por lo escrito (que no es lo mismo que todo lo escrito sea de buen gusto), por la comunicación epistolar y por la exhibición personal, empresarial o institucional a través de la palabra expresada en las redes. Desde este punto de vista, la lengua está atravesando sin duda uno de sus períodos más vigorosos. El hecho de que académicos, escritores o los denominados «creadores de opinión» no participen decisivamente en este proceso –e incluso lo contemplen con cierto aire de sospecha– no quiere decir que no exista, sino todo lo contrario y muy a pesar suyo (los debates del Congreso se pueden consultar en todos los medios de comunicación hispanos, para lo cual lo mejor es ir a un quiosco para examinar las respectivas interpretaciones locales).

Esta es la parte optimista de la noticia. La otra cara es que esta eclosión sin parangón del ejercicio del idioma escrito (y cada vez más hablado, visual y simbólico) está sostenida fundamentalmente por los internautas que se pueden denominar, aunque el término sea demasiado riguroso en muchos casos, «bilingües». En otras palabras, los más propensos en principio a dejar la ventana abierta a los anglicismos y a la contaminación cotidiana del lenguaje tecnológico. Pero ese, con ser importante, no es el riesgo más grave. A fin de cuentas, lo que ellos hacen por las calles del ciberespacio es una gigantesca digestión del idioma global equiparable a lo que sucede en las calles, barrios o grupos sociales que, durante un tiempo, acunan una forma peculiar de expresarse e imponen una cierta moda lingüística. El riesgo, en realidad, es más serio que éste y es aquí donde asume su debida trascendencia la proclama de que es necesario desarrollar un plan estratégico para estimular el desarrollo de la lengua en el ciberespacio, aunque sería bueno archivar las frases para el afiche y detallar en qué consiste en la práctica semejante plan, cuyo run-run venimos escuchando por lo menos desde hace un par de años.

El castellano –como las otras lenguas no inglesas– afrontará dentro de poco un reto crucial en Internet. El volumen de la población internauta que ha usufructuado del medio gracias a su bilingüismo posiblemente tocará techo. A partir de entonces, la Red tendrá que crecer de lo aluviones de nuevos usuarios que buscarán lógicamente recursos en su única lengua. Si para ese entonces el volumen de información en castellano no es suficiente como para soportar el interés, la curiosidad, el trabajo y la explotación del nuevo medio, pueden suceder dos cosa (en principio, aunque hay más posibilidades): que se produzca un bajón sensible de usuarios desconcertados, desolados y decepcionados por la falta de utilidad evidente de la Red para sus intereses, o que estos sean satisfechos por la armada de USA Inc.

En otras palabras, si la producción de contenidos escritos (y hablados) en castellano no alcanza un punto crítico suficiente para mantener la atracción sobre las nuevas oleadas de internautas, entonces «ellos» escribirán por nosotros, como lo han hecho en tantos otros campos de la producción cultural. Ellos, por supuesto, es la industria estadounidense de la información, el ocio, la cultura y el trabajo a través de las redes telemáticas. En este segundo caso, los expertos, literatos y académicos sí que tendrán sobradas oportunidades para preocuparse por el idioma, porque sufriremos en un ámbito mucho más contenido y preciso que el del mundo presencial, como es el ciberespacio, el bombardeo de las modas lingüísticas impuestas por las necesidades de aquella industria, desde la neutralidad higiénica (y estéril) de sus traductores, hasta los buscadores de información diseñados para fortalecer el empuje comercial de sus empresas. En tiro por elevación, el mismo cuadro podría pintarse para el catalán (y me imagino que la situación del gallego y el vasco no debe ser muy diferente).

Esta es la gran paradoja de nuestras lenguas en la era del ciberespacio: mientras, por una parte, se produce el mayor proceso de democratización y de fertilización cruzada que hayan experimentado jamás en todo el ámbito hispano, por la otra, el riesgo de empobrecimiento es también mayor que nunca. Pero no porque las hablaremos «mal», o porque no las hablaremos lo suficiente, sino porque las hablaremos a través de los contenidos que otros colocarán en la Red para nosotros, como ya sucede en la vida real a través de la omnipresencia de la industria cultural estadounidense.

Frente a esta eventual invasión, se nos avisó desde Zacatecas, la mejor frontera es la defensa de las identidades propias. Yo creo, junto con eminentes filósofos como Di Stéfano, Kubala y Cruyff, que la mejor defensa siempre es un buen ataque. Y el ciberespacio ofrece una oportunidad estupenda de practicar esta máxima. En la reunión de México, los expertos vieron Internet como otro de los territorios atacados por la globalización y el predominio del idioma inglés. Vieron de hecho otro espacio como en el que ellos viven, donde la industria de EEUU impone su ley con la complicidad abierta o implícita de los gobiernos que la acoge, financia y proporciona extraordinarias facilidades para su implantación y crecimiento. Para muchos de estos expertos, Internet es Microsoft, The New York Times, la CNN o, en menor medida, El País o el Boletín Oficial del Estado. No parecen ver a esos 800.000 internautas españoles (de América Latina y EEUU no tengo cifras fiables) que han recuperado el habla en los espacios públicos digitales y se expresan ya sea en el web, en las listas de distribución por correo electrónico o cualquiera de las otras variables de expresión que permite la telemática.

Por supuesto que los riesgos de perder la identidad lingüística son considerables. Pero, fundamentalmente, debido a que los gobiernos siguen hablando para que los retraten y cuando tienen que meter la mano en la cartera deciden que la mejor industria del ocio, por ejemplo, son adefesios como Port Aventura, un parque temático al estilo Disney donde se han enterrado varios miles de millones de pesetas. Por eso no cabe establecer la línea de defensa, como se ha manifestado en Zacatecas, sólo «en fortalecer las industrias culturales propias», entendidas éstas como las integradas por la prensa, libros, radio, televisión, cine y nuevas tecnologías. En este saco tan amplio predomina la industria piramidal, jerárquica, basada en cuantiosas inversiones y dominada por la cultura del estilo corporativo. Es decir, la misma industria que ha estimulado –por razones que a veces superan sus buenas intenciones, si se las suponen– la colonización cultural de EEUU al premiar todo lo que procedía de allí, desde las noticias hasta los productos o los tics culturales más ínfimos.

La línea de ataque, que no la defensa, hay que situarla en el estímulo real de una presencia creciente en la Red de nuestras lenguas, en crear las condiciones para que la administración, el sector privado, las entidades sociales, las ciudades, tengan las debidas oportunidades y facilidades para acceder a Internet y desarrollar sus propios contenidos. En la última encuesta del Estudio General de Medios, aunque no es muy fiable debido a la metodología empleada, aparece un dato revelador: 58 de las 100 webs más visitadas en España son españolas. Este porcentaje no tiene más remedio que crecer si queremos que nuestras lenguas se conviertan en el motor incuestionable de una nueva industria con identidad propia. Y esto depende de la población internauta española y de las facilidades que encuentre para extender el «tejido digital». De lo contrario, los resultados los conocemos de sobra.

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Los expertos de la lengua reunidos en Zacatecas se manifestaron preocupados por varios aspectos relacionados con el ciberespacio:

– La llamada globalización del mercado es en realidad una norteamericanización.

– La uniformización de contenidos, actitudes y lenguajes que llegan desde los nuevos centros de poder parece en estos momentos imparable.

– Este proceso empobrece el lenguaje y el pensamiento al imponer patrones culturales ajenos.

– El reto es fortalecer industrias culturales propias.

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