No se enteran

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
25 diciembre, 2018
Editorial: 266
Fecha de publicación original: 8 mayo, 2001

Nadie diga bien estoy, sin añadir «hoy por hoy»

La semana pasada me tocó asistir a uno de esos eventos que parecen ir a contracorriente de todo y que, a la vez, manifiestan la riqueza y diversidad de ese mundo que tanto nos cuesta ver desde el prisma de la opulencia de los países industrializados. La ocasión me la ofreció la participación como conferenciante en las IX Jornadas de Infociencias 2001 en Barquisimeto, la capital del Estado de Lara en Venezuela. El viaje de ida lo entretuve con un poco de literatura «de rabiosa actualidad»: un par de informes sobre el frenazo de la «nueva economía» y de las inversiones en las empresas de Internet en EEUU y Europa, así como un excelente relato del regreso de una típica especie de aguas revueltas: los tiburones prestamistas con las puntocom heridas en el punto de mira de sus fauces. Cuando llegué a Barquisimeto parecía que los ponentes de las Jornadas, los asistentes y un cierto clima social, se desenvolvían de espaldas a este paisaje brumoso y preñado de amenazas. No es que se excluyeran de él: Venezuela no es precisamente una fiesta y en el reparto de la torta de desigualdades le toca una porción imposible de digerir. Pero esto no significa la parálisis y la depresión, sino todo lo contrario.

Las IX Jornadas de Infociencias 2001 es un buen ejemplo al respecto. Un par de meses antes de licenciarse, los estudiantes de la última promoción de la carrera de Ingeniería de Informática de la Universidad Centroccidental «Lisandro Alvarado» (UCLA) se encargan de organizar este evento. Este año, bajo el lema: «Hacia la Sociedad de los negocios basados en la información», los futuros ingenieros tuvieron la visión de mezclar en sus justas proporciones temas como la creación de redes para la economía del conocimiento, sistemas de inteligencia artificial y robótica aplicados a la organización de la comunicación en red, la función de la Internet móvil en América Latina, las dinámicas de crecimiento en relación con el valor de las ideas y un muestrario de casos prácticos sobre las relaciones electrónicas entre la administración pública y los ciudadanos. Las exposiciones corrieron a cargo de ponentes procedentes de varios países y de Venezuela.

El equilibrado cóctel temático permitió abrir un rico abanico de posibilidades sobre las aplicaciones de Internet, sin centrar la discusión solamente en su explotación comercial, sino integrando ésta en el marco más amplio de la potencialidad social de las redes. Los estudiantes-organizadores, con un entusiasmo y una capacidad de organización que ya la quisieran para sí entidades de renombre, consiguieron atraer a 600 asistentes de pago que se bebieron las intervenciones y mantuvieron un alto nivel de participación en los debates. En esta época en que uno asiste a reuniones típicas de países ricos, como las que mencionaba en el editorial «La venganza 2», en las que la voz del mundo opulento no cesa de recordarnos que se «ha acabado la época de los ríos de leche y miel para Internet», es bueno encontrarse cara a cara con una realidad mucho más colorida y compleja, donde las urgencias no permiten distraerse con disquisiciones hipotéticas: la lucha contra la pobreza exige echar mano de todos los recursos que pueda armar a la sociedad con las ideas y los conocimientos necesarios para afrontarla. E Internet es uno de ellos, cada vez más esencial. Incluso en las condiciones tan adversas como las que experimenta Venezuela con una tasa muy baja de penetración de la Red (o Argentina, por poner otro caso reciente que comentamos en el Editorial 264 del 24/04/2001: «El Laboratorio del Talento»).

Las cifras globales de personas conectadas indican que alrededor del 5% de la población venezolana es usuaria de la Red. Lo que esta estadística no refleja, como suele suceder en estos casos, es el grado de penetración de las tecnologías informacionales –no sólo de Internet– como la telefonía móvil (Venezuela usa el sistema europeo de GSM), por una parte, y el «tirón social» de algunos enclaves, por el otro. En este sentido, la Universidad de Los Andes (ULA) de Mérida (en el estado del mismo nombre) es sin duda un ejemplo emblemático, pues se ha convertido en una especie de sistema nervioso central de la ciudad, hasta el punto en que ésta se explica actualmente, en gran medida, por la omnipresencia de la institución académica. 35.000 de sus 300.000 habitantes dependen directamente de la ULA. Pero la influencia de ésta es mucho más densa y profunda. Aparte de que su presupuesto es mayor que el de la ciudad, la ULA apostó pronto por las redes. Cableó la universidad y se convirtió en uno de los nodos de la red troncal de Internet a través de una conexión vía satélite con Comsat.

Esto posibilitó, por ejemplo, que, en 1996, cuando una parte considerable de Internet se quedó «ciega» debido a un error en la gestión de la base de datos de las direcciones puntocom por parte de Internic, las comunicaciones pudieron restablecerse rápidamente en gran parte de EEUU gracias al nodo de la ULA, que redirigió el tráfico y eludió las zonas inutilizadas por el fallo de un operario de la empresa estadounidense. Desde entonces, la infraestructura de la ULA no ha hecho más que crecer y extenderse tanto dentro como fuera de la institución. Mérida es posiblemente la ciudad más conectada de Venezuela, sino de América Latina. La vida en la ciudad ya resulta inextricable del grado de penetración de la Red. Como me explicaba Luis Núñez en Barquisimeto, miembro del vicerrectorado académico de la ULA, «ahora llevamos el cable, la fibra óptica o el satélite allí donde vayan nuestros estudiantes y profesores». De esta manera, por ejemplo, todos los ambulatorios de Mérida están cableados y conectados a Internet como parte de la extensión reticular de la Facultad de Medicina. Y lo mismo sucede en muchos otros ámbitos. De hecho, la Universidad es el principal proveedor de acceso a la Red en la ciudad y, a la vez, una promotora de actividades sociales, científicas, tecnológicas, culturales, económicas o artísticas que tienen su reflejo, de una u otra manera, en Internet o a través de Internet.

Lo dicho: parece que hay gente por ahí que todavía no se ha enterado de que todo esto de las tecnologías de la información y de las redes están en crisis y de capa caída porque «no hay forma de conseguir que sean económicamente rentables». Yo, por cierto, no les saqué de su error y creo que, en todo caso, colaboré una pizca en consolidar sus equivocadas convicciones. Y mientras persistan en ellas, creo que seguiremos escuchando cosas sorprendentes de gentes como estas promociones de ingenieros de Barquisimeto, o de esas simbiosis entre ciudad y universidad como sucede en Mérida y a la que aspiran con tanta ansia y tan escaso arte e imaginación no pocas urbes del mundo industrializado.

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