No hay red como la red propia
Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
4 diciembre, 2018
Editorial: 260
Fecha de publicación original: 27 marzo, 2001
Manos que no dais, ¿qué esperáis?
«¿Dónde puedo encontrar información de calidad, fiable, que me interese?», «¿Usted qué buscador utiliza?», «¿Cómo sé quién sabe qué y cómo hago para que me transmita su conocimiento?». Estas son posiblemente las tres preguntas más repetidas por los internautas, ya sea en la soledad de su navegación o cuando tienen la oportunidad de expresarlas en un foro, sea de la naturaleza que sea. La semana pasada di cuatro conferencias seguidas en dos días en tres ciudades (y sobreviví al intento, creo). Una sobre gestión de conocimiento en una conocida compañía de seguros, otra sobre educación online en un centro de reciclaje de maestros, otra sobre organización de la información en la Universidad Complutense de Madrid y la última tomó la forma de un chat moderado en Inicia.es. Pues bien, en todas ellas surgieron, de una u otra manera, las preguntas mencionadas que, al mismo tiempo, conforman sin duda el punto de arranque sobre cualquier reflexión acerca de la actividad clave en la Sociedad de la Información: la gestión del conocimiento. O, lo que aquí, en en.red.ando, denominamos Gestión de Conocimiento en Red (GC-Red).
Por más que uno lee sobre esta cuestión, no deja de sorprenderme el alejamiento considerable entre el sentido común y los planteamientos en boga. A veces tengo la impresión de estar leyendo esos libros de recetas de cocina que te muestran una gastronomía exquisita, te explican incluso cómo cocinarla, pero no tienes forma de acercarte ni en sueños al plato que te muestra la fotografía: la distancia entre el ser y el deber ser es una categoría histórica que no se salva tan sólo con buenas intenciones. Algo parecido sucede con la GC-Red. Nos arrojan multitud de recetas con recomendaciones grandilocuentes, pero pocas explicaciones solventes sobre la mezcla de ingredientes y la temperatura necesaria y por cuánto tiempo para obtener el plato apetecido.
Cuando uno examina cuál es la información importante para cada individuo, colectivo o empresa, la respuesta es obvia, pero se olvida con extraordinaria facilidad: la información que uno más aprecia es la propia o la que sirve para enriquecerla. Es la información en la que se ha invertido mayor cantidad de energía para conseguirla y cultivarla. Y esto es así en todas las facetas de la vida, desde la familiar hasta la profesional o la dedicada al ocio. Curiosamente, cuando nos metemos en la Red, abandonamos este principio rector. Empezar a navegar y apreciar de inmediato la información de los demás parece un sólo acto. Coleccionamos buscadores y páginas curiosas como si fueran cromos de una colección interminable. Así saltamos, casi sin advertirlo, del buscador al que fiamos la responsabilidad de encontrar la información que nos interesa, a la frustración de sus resultados. Hasta que vamos aprendiendo a combinar el disparo desde un formulario mágico con búsquedas algo más difusas apoyadas en alguna gente a la que le solicitamos ayuda (a veces con demandas tan curiosas como: «Por favor, dígame todo lo que sepa sobre comunicación digital», a lo que uno se ve obligado a responder: «Mire usted, hasta las cuatro y cuarto de esta tarde la situación estaba así….»). Todos hemos pasado por esta experiencia.
Esta actividad titubeante es un reconocimiento implícito de la característica fundamental de la gestión de la información y del conocimiento en la era de Internet: su eficiencia y la calidad de su resultado depende de la eficiencia y la calidad de las redes que construyamos para obtener esa información y ese conocimiento. Y no hay red más eficaz y de mayor calidad, ni más inteligente, que la propia, que la construida alrededor de nuestros propios intereses. Las palabras clave aquí, como en todo sistema que se proponga gestionar conocimiento en red, son «pertinencia y pertenencia». Generación y gestión de información y conocimiento pertinente en un contexto definido por la afinidad que convoca a sus participantes, por su pertenencia a ese ámbito de información y conocimiento. No se trata, en realidad, de una experiencia nueva: algo parecido hacemos con las redes familiares, de amigos, de ex-alumnos, profesionales, incluso dentro de la organización o empresa donde trabajamos.
Ahora bien, ¿dónde reside la diferencia en la era de Internet? Pues en que la Red nos propone un espacio común, donde de repente todos nos vemos. Todos y todo lo que producimos, sea en el ámbito que sea, en principio es transparente. Y eso plantea problemas insoslayables, desde la necesidad de cortar la Red a nuestra medida, hasta la definición de los objetivos que permita establecer sus límites, todo ello sin perder la funcionalidad y las ventajas que ofrece Internet. La cuestión, entonces, consiste en regresar al terreno que conocemos y confeccionar «ex-novo» la red a la que queremos pertenecer por razón de la pertinencia de su contenido. Y aquí es donde comienzan las dificultades. Porque el espacio virtual posee características peculiares que no permiten una traslación mecánica de las redes del mundo real al ciberespacio.
Para empezar, la Red promueve un abanico de posibilidades impensable en el mundo físico. Ya sea de manera informal, o profesional o en el trabajo, a través de la Red nos encontramos con quienes nunca estableceríamos contacto. Y lo hacemos comunicándonos con ellos a través de informaciones, ideas, conocimientos. A priori, no sabemos si estos contactos son útiles, provechosos, interesantes…., a menos que se produzcan en el contexto de una red poblada por quienes poseen ciertas afinidades que permiten crear procesos de retroalimentación de la información y el conocimiento que comparten.
Ahora bien, ¿estamos hablando de cualquier red? ¿de un grupo de amigos que se conecta por correo electrónico? ¿de un departamento de una empresa que se comunica por la red de área local? No, por supuesto, estamos hablando de redes donde hay que invertir la energía y la inteligencia equivalente a la que ponemos en juego cuando queremos conseguir algo. En suma, nos referimos a sistemas de información con contornos específicos para que los individuos, las empresas, las instituciones, los colectivos, creen y se organicen en redes, tantas como sean necesarias desde el punto de vista de los contenidos y los conocimientos que se buscan o son necesarios para su funcionamiento, o de los objetivos que se propongan alcanzar. Redes intensivas en inteligencia: obtengo lo que busco, mejora lo que tengo, ofrezco lo que se me solicita y proyecta la actividad conjunta de sus participantes.
La pregunta de inmediato es, ¿cómo se configura una red de este tipo? ¿cómo llegamos a resultados tangibles sin quedarnos en las declaraciones imperativas de intenciones del tipo «el conocimiento es lo más importante en la Sociedad de la Información», «primero averigüe la información que le interesa, después aprovéchela», «hay que hacer mapas de conocimiento», «descubra quién tiene el conocimiento para captarlo y distribuirlo en la organización» (lo cual suena a una especie de: «Se busca conocimiento vivo o muerto. Se recompensará.»). ¿Existen formas de configurar estas redes de manera discreta, sin necesidad de artilugios especialmente adaptados al ordenador u ordenadores que yo o mi organización posee? ¿Cómo pongo mi conocimiento en una red y como sé que esa es «la buena»?. Sobre esto reflexionaremos la próxima semana.