Lo nuevo de la nueva economía
Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
22 mayo, 2018
Editorial: 203
Fecha de publicación original: 22 febrero, 2000
Todas las frutas maduran, pero el “pero” nunca
Nunca tan fuerte como en Davos había escuchado Europa el mensaje del éxito actual de la economía estadounidense. El propio Clinton, a la cabeza de casi todo su equipo de política económica, razonó la receta que resumió en una frase aparentemente sencilla: Alan Greenspan se dio cuenta muy pronto de la importancia de las tecnologías de la información para las empresas y, en un tiempo relativamente corto, decidió crear los instrumentos fiscales y de otro tipo necesarios para “premiar” a las que incorporaban las nuevas tecnologías a sus procesos. ¿Cuándo sucedió esto? Hace 8 años. Esa es una de las ventajas –hay otras, por supuesto– que la economía de EEUU mantiene sobre la europea: el tiempo y la experiencia acumulada en el uso, primero, de tecnologías de la información y la comunicación y, después, de tecnologías informacionales (Internet).
El resultado está a la vista, sobre todo en incremento de la productividad. Por primera vez, las cabezas visibles de las grandes corporaciones europeas comienzan a decir públicamente lo que hemos venido expresando desde hace cuatro años: “Si seguimos así, los americanos nos absorberán”. En esta ocasión, las palabras pertenecen a Ron Sommer, presidente de Deutsche Telekom, esta semana en Madrid. Pero cada día se suman nuevos suscriptores a esta idea. Y cada día hay más conversos a la causa de Internet. Lo que no está claro es que su nuevo fundamentalismo, alimentado por el resplandor celestial de la Bolsa, les lleve necesariamente a la salvación.
Y la razón, por irónica que parezca es que se aferran al clavo ardiendo de Internet en su versión más ingenua. A fin de cuentas, Davos también lo expresó con una claridad contundente: la Red es el tótem de la nueva economía, el factor esencial para recuperar el terreno perdido. Sí, pero hasta cierto punto. O sí, pero no sólo. La recién encontrada devoción en las propiedades milagrosas de Internet encumbra ahora, de manera torrencial, la tendencia de estos últimos años de exponerse a la vista del mundo con una página web. Esto puede dar un toque de modernidad, pero tiene poco que ver con la incorporación de las tecnologías informacionales al funcionamiento de empresas, instituciones, administraciones o colectivos humanos de diferente signo e interés.
Cuando Greenspan decidió promocionar la diseminación de las nuevas tecnologías por el tejido económico la web no existía. Lo que sí existía, como ahora en Europa, era una necesidad evidente de mejorar la comunicación interna de las empresas y adaptarla a procesos emergentes de reorganización y ajuste de los flujos de información para optimizar el proceso de toma de decisiones. Este fue –y sigue siendo– uno de los factores claves del despegue de la economía de EEUU. El impulso de arranque procedió de una sensible modificación de la organización interna de las empresas, acortando la distancia entre los poseedores de información, conocimientos y experiencias y diseminando estos activos por la estructura a través, sobre todo, de flujos transversales. En esta tarea, tanto las tecnologías de la información como las informacionales, sobre todo estas últimas en cuanto creadoras de entornos virtuales con una alta capacidad resolutiva, se mostraron como herramientas muy eficientes.
Ahora bien, “tecnologías de la información y tecnologías informacionales” es la etiqueta que define a un grupo más bien variado de sistemas de diversa índole y características, que van desde el fax hasta las redes de área local y las intranets. Pero también incluyen diseños conceptuales para gestionar el conocimiento, racionalizar los procesos de toma de decisiones e inyectar valor a la información y a ese conocimiento. Por esta vía, se redefinen quienes son los agentes de innovación en la organización, quienes son los clientes en los nuevos entornos –pues se descubren muchos que no integraban la cartera tradicional–, se mejoran las unidades productivas o se desarrollan otras nuevas, se integran las escalas con los proveedores y se abren nuevos circuitos de distribución.
Se crea, en fin, un ámbito de relaciones definido por la virtualidad de las redes y por las nuevas oportunidades que estas brindan, lo cual posiciona a la empresa de una manera específica en un mercado de características muy diferentes al presencial. Esa es otra ventaja de EEUU, donde la incorporación de estas tecnologías a las empresas ha disparado un mercado de la información y el conocimiento como parte integral de la economía. En esta parte del Atlántico, y ya no digamos en los países latinos, eso de pagar por la información o la gestión del conocimiento es el acto más parecido que podemos encontrar a un pecado mortal, una especie de onanismo culposo y condenable.
Esto se traduce en una especie de desaliento sobre todo para las empresas que descubren que Internet no consiste tan sólo en la factura nimia de una web (por más caras que las cobren algunos), sino en un flujo de inversiones sustanciales en innovaciones de signo incierto que, en principio, parecieran deglutir las operaciones tradicionales. Innovaciones que, además, afectan seriamente a los mecanismos habituales de control y jerarquía organizativa, ponen en cuestión metodologías ya probadas pero orientadas hacia mercados en disolución y “agreden” a culturas empresariales atrincheradas en torno a un ilusorio poder de la información y el conocimiento en las organizaciones. Cuanto más tarden en descubrir que el negocio hoy reside en la incorporación de sistemas de reorganización interna de esos flujos de información y conocimiento para convertirlos en un activo estratégico en la nueva economía, mediante una aplicación sistemática de tecnologías informacionales y conceptuales de gestión de conocimiento en red, mayor será el riesgo de que se cumplan las amenazas que tanto escuchamos hoy por doquier.