Las tres lenguas
Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
25 diciembre, 2018
Editorial: 267
Fecha de publicación original: 15 mayo, 2001
Mejor es precaver lo venidero, que disputar sobre lo pasado
La relación entre las lenguas que usamos en Internet y las culturas que vehiculan es un proceso cada vez más complejo. Muchas sociedades, entre ellas las nuestras, perciben que su futuro como entidad cultural, la preservación de sus señas de identidad más características, depende en gran medida de lo que suceda con sus lenguas en la Red, de su grado de implantación en el ciberespacio. A pesar de la trascendencia de este planteamiento, lo cierto es que todavía tenemos pocos datos significativos a nuestra disposición para saber qué está sucediendo desde este punto de vista. Por una parte, las estadísticas sobre el uso de las lenguas no dibujan una imagen nítida del mapa lingüístico de la Red y, por la otra, ésta misma, en cuanto espacio virtual, nos propone constantemente nuevas formas de comunicación que afectan decisivamente a las lenguas que las vehiculan. Precisamente nos encontramos en vísperas de un cambio tecnológico en el funcionamiento de Internet que volverá a poner patas arriba todo lo que hemos dicho hasta ahora sobre las lenguas de la Red.
Estos fueron algunos de los temas que se abordaron durante las X Jornadas sobre Sociolingüística, que se celebraron en Alcoy (Alicante, España) los pasados días 11 y 12 de mayo. Bajo el título de: «Lenguas globales, lenguas locales», un grupo de expertos examinó, en el contexto de la emergencia del nuevo espacio global que proponen las redes, la interacción cultural entre las lenguas, la posibilidad de establecer políticas lingüísticas o el impacto del, cada vez más invasivo, espacio audiovisual. A mí me tocó abordar la cuestión de las lenguas en la Red, precisamente el tema del primer editorial de en.red.ando, del 8 de enero de 1996, y que se titulaba «La Torre de Babel inteligible».
Aunque muchos de los supuestos que planteaba en aquel artículo todavía no se han cumplido, no cabe duda de que cada vez nos acercamos más hacia un espacio de las características allí apuntadas. Sólo que la conformación de un mundo virtual donde seamos capaces de negociar nuestra presencia cultural a través de las lenguas propias se ha hecho mucho más intrincada y compleja. Como era de prever, la Red va tejiendo un espacio virtual único que comparten de manera simultánea y universal todas las lenguas y las culturas que acceden a él. Esta Babel fenomenal, un conglomerado tal que no tiene precedentes en la historia, posee todos los números para convertirse en un crisol de culturas con la capacidad de absorción de un agujero negro. No nos va a resultar una tarea sencilla adaptarnos a esta nueva situación –nueva por el entorno, por los tiempos involucrados y por las dimensiones de las interacciones– y, al mismo tiempo, distinguir con nitidez donde están las ventajas evolutivas de cada una de nuestras culturas para apuntalarlas en medio de este torbellino de encuentros.
Por eso resultan claramente insuficientes las cifras sobre uso de las lenguas en Internet basadas tan sólo en un análisis cuantitativo. Esto no nos dice mucho sobre la estructura demográfica de la Red, sobre la función del inglés (ya sea como lengua de recambio o de intercambio), sobre el «efecto traducción» y, sobre todo, acerca de qué sucede en esa parte de la Red cada vez más difícil de medir, como es el correo electrónico, las listas de distribución, los foros, etc, por donde discurre, según diferentes estadísticas de difícil cualificación, casi el 70% de toda la información que fluye por Internet. Hacer mapas lingüísticos –no digamos ya culturales– basados en el números de webs en tal o cual idioma apenas tiene un valor ilustrativo, a menos que se acompañen con el análisis de un abanico de variables mucho más amplio.
Dicho lo cual, ¿cuáles son hoy día las lenguas de la Red? En principio, tres. La primera de todas es la «lengua única». Sin duda, la lengua predominante hoy en el mundo y la más importante de todas: la de los ceros y unos, la lengua digital de los chips. Esta es una lengua que, sin verla ni conocerla, ni escribirla ni hablarla, todos utilizamos de una u otra manera. Es la lengua que permite delimitar, entre otras cosas, el espacio virtual, el ciberespacio, y su contenido. Gracias a ella todos habitamos el mismo lugar, la naturaleza virtual creada por las redes de chips interconectados, donde podemos encontrarnos, manifestarnos, interactuar, exponer nuestras ideas y crear flujos de comunicación para transmitirlas, negociarlas y convertirlas en información y conocimiento. La manipulación de esta lengua, además, determina en gran medida la forma como utilizamos nuestras propias lenguas (versión oral, escrita, audiovisual, juntas o por separado, etc.) y confiere un determinado valor a cada una de ellas a través de los intercambios. El impacto de la lengua digital quedó fielmente registrado en aquel chiste que mostraba a dos perros ante un ordenador conectado a Internet. Un can le decía al otro: «Lo bueno de Internet es que nadie sabe que eres un perro». Efectivamente, sólo eres ceros y unos y para relacionarte con el otro no queda más remedio que hacerlo a través de ceros y unos.
Afortunadamente los ingenieros han conseguido que la lengua digital exprese nuestras respectivas lenguas. Aquí aparece la segunda lengua en importancia, la «lengua global», el inglés. La preeminencia del inglés en la Red, como hemos examinado en varios editoriales de en.red.ando, se debe en parte a que Internet se origina y crece en EEUU durante casi tres décadas, y en parte a que ésta es una lengua de intercambio cada vez más generalizada. Desde este punto de vista, el inglés es en la Red tanto la lengua del mundo anglosajón, como la de los suecos, los nigerianos, los latinoamericanos, los chinos o los españoles.
Por eso, esta segunda lengua es el combustible que dispara el «efecto traducción», es decir, el incremento constante del volumen de información en la Red que aparece en su lengua original y en la lengua de intercambio común, el inglés. Y por eso, también, es una lengua global con determinadas limitaciones intrínsecas, pues depende del bilingüismo de las sociedades no angloparlantes para afianzar su posición dentro de la Red. Previsiblemente, a medida que se incremente la población que desconozca el inglés, por una parte; y que aumenten los sistemas que permitan algún tipo de traducción simultánea (ya sea oral, escrita o ambas), por la otra, entonces la tercera lengua, la «lengua local», irá adquiriendo una mayor relevancia, por más que aquí habría que examinar en detalle las circunstancias culturales de cada una de estas lenguas locales y la forma cómo se la utiliza en la Red.
Este es el contexto, a mi entender, que nos permite comenzar a analizar la fortaleza o debilidad de las lenguas en la Red, así como su proyección a partir, sobre todo, de la forma en que se expresan diferentes culturas y de los intercambios que permiten. Pero no podemos perder de vista que la evolución de la lengua única puede tener un efecto devastador sobre las posibilidades reales de las lenguas locales de actuar en el espacio virtual, en el espacio global. Como explicaremos en los dos próximos editoriales, la investigación actual más avanzada en Internet es la que apunta hacia la implantación de «la web semántica» o «web inteligente», la cual repercutirá directamente sobre las lenguas de la Red, en particular sobre las lenguas locales, y, por tanto, sobre lo que hasta ahora percibimos como la asociación entre cultura y lengua.