Las redes de la mujer

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
19 diciembre, 2017
Editorial: 159
Fecha de publicación original: 16 marzo, 1999

No se hacen tortillas sin tocar los huevos

Si te invitan a una reunión de mujeres donde tú eres el único hombre, puedes sospechar que saben algo de ti que nunca te han contado y que, casi con seguridad, nunca te contarán. Esa fue la sensación que tuve con ocasión del congreso internacional «Las mujeres construyen el Mediterráneo del Siglo XXI», que se celebró en Valencia los días 8, 9 y 10 de marzo. Asistieron mujeres de toda la cuenca: de Marruecos, Túnez, Argelia, Turquía, Croacia, Italia, Francia y España, entre otras. Los temas que se abordaron fueron de una urgente actualidad. Desde «Los aspectos socioculturales de la diversidad mediterránea que condicionan la participación de la mujer como protagonista del desarrollo. Conciliación entre tradición y modernidad», hasta «Acceso a la información y el uso de las tecnologías de información y comunicación como medios para la participación y la promoción de la mujer en el área mediterránea». Todos l@s orador@s durante las tres jornadas fueron del género femenino, singular o plural, según. Excepto en este último tema, en cuya mesa me tocó participar casi como género masculino peculiar.

La experiencia, por supuesto, fue muy rica. Aprendí mucho, muchísimo, de un debate colorido, con tonos propios e intransferibles y de una trascendencia enorme, como bien enunciaba el título del congreso. Aunque las organizadoras del evento, el dinámico equipo de la Dirección General de la Mujer de la Generalitat de Valencia, encabezada por Ester Fonfría, nunca me aclararon qué hacía yo allí, les agradezco muchísimo la oportunidad que me brindaron de poder participar en este debate y abrir, de paso, una línea de colaboración con uno de los sectores más dinámicos de nuestra sociedad. Porque si algo quedó claro de esta reunión, es que si las mujeres no toman la sartén por el mango (¡con perdón!), la clase política se quedará asfixiada en su propia verborrea en todo lo que tiene que ver con la cuenca mediterránea. Y lo que aquí suceda tiene todos los visos de convertirse en una especie de banco de pruebas de las relaciones entre zonas ricas y pobres en la Era de la Información y, en particular, del papel que pueden desempeñar las mujeres en este proceso. No es un simple lugar común decir que cuestiones como educación, salud, procreación, medio ambiente, relaciones interculturales o el empleo de la mujer, adquirirán una creciente importancia en los próximos años y que, según se resuelvan, así serán las sociedades que convivirán en el Mediterráneo.

Desde esta perspectiva, la incidencia de las mujeres en la política que se desarrolle en la cuenca dependerá en gran medida en su capacidad para crear medios de comunicación propios. Muchas de las discusiones que se plantearon en el congreso, a pesar de la trascendencia para las vidas particulares de los diferentes colectivos y de la envergadura de los problemas que deben afrontar, llevan inscrito el código del raquitismo si no se plantean sobre plataformas que permitan una participación efectiva de todos los sectores involucrados, tanto en la escala local, como la global. Y las tecnologías informacionales asumen, en este campo de acción, una importancia crucial.

Estas tecnologías, que nos convierten en emisores/receptores de información en un contexto de ordenadores interconectados, con la posibilidad de acceder a la información de manera simultánea y desde cualquier parte del mundo, abren un campo de oportunidades inigualable para la mujer. Hasta ahora, el modelo de comunicación vigente las excluía o, mejor dicho, las incorporaba en la medida en que ellas no eran las propietarias de su propia voz. La comunicación, hasta ahora, ha estado poblada en gran medida por intermediarios de todo tipo que se han arrogado la tarea de representar la problemática específica de la mujer. Cuando ésta ha querido construir sus propios canales de comunicación, ha requerido una inversión energética considerable con unos resultados más bien magros al tener que competir en un terreno que le era ajeno.

La crisis de este modelo, propiciada sobre todo por la disolución del mundo bipolar típico de la guerra fría y por el surgimiento de este poder blando sostenido por tecnologías que potencian el ámbito de actuación de las redes humanas, ha jugado definitivamente a su favor. Sin embargo, el esfuerzo para trasladar estas redes humanas, generalmente caracterizadas por localizaciones geográficas, culturales, religiosas, étnicas y un amplio surtido de elementos identitarios, a las nuevas redes telemáticas, donde alcanzarían un elevado grado de interrelación con otras redes y permitiría actuar sin las limitaciones impuestas por las condiciones locales, no va a ser una tarea fácil. En el camino habrá que superar no sólo la carencia de infraestructuras básicas de telecomunicación, sino, sobre todo, cuestiones de percepción sobre el alcance real de estas nuevas redes y la forma de trabajar en y con ellas desde la perspectiva de la mujer.

Al respecto, me gustaría señalar tan sólo dos puntos de una agenda evidentemente mucho más extensa. En los últimos años nos hemos hartado de leer estudio tras estudio que colocaba a la mujer en el furgón de cola de los grupos sociales a la hora de utilizar las nuevas tecnologías (en tan amplia denominación en realidad sólo entraba el ordenador). Hemos escuchado y leído desde que el ordenador no estaba hecho para ella, hasta que su diseño correspondía a una lógica masculina en la concepción de estos cacharros. Las que lograban superar lo que parecía ser una patología tecnófoba congénita apenas representaban una minúscula fracción del total. Este análisis se está trasladando con cierta frivolidad al ámbito de Internet. Se da por sentado que si eran lerdas para abrir un procesador de textos, son lerdas para utilizar el TCP/IP. Lo que no se toma en cuenta es que aquello era, por decirlo así, poder duro, es decir, una relación con una tecnología férreamente estructurada desde el exterior y cuyo funcionamiento guardaba una estrecha relación con el cumplimiento estricto de la «intuición» según los ingenieros. Todos, no sólo las mujeres, hemos sufrido esta irritante relación con la informática.

Internet, sin embargo, es poder blando, es decir, es comunicación ejercida a partir del diseño del espacio propio donde ésta va a discurrir. Los aspectos tecnológicos están supeditados, en gran medida, a la propia funcionalidad de la tecnología. Es más importante lo que hacemos –y conseguimos– con ella que la particularidad de su funcionamiento. Para expresarlo de otra manera y rápidamente, las mujeres son creadoras innatas de redes humanas. Redes humanas cimentadas por su capacidad de comunicación. E Internet permite trasladar estas redes, de una manera sencilla y eficaz, sobre la poderosa plataforma de los ordenadores interconectados que articula la Red. Yo diría que si las redes son de alguien en términos del antiguo derecho natural, sería de las mujeres. Pero como esto suena a pecado mortal, hagamos la idea de que no lo he dicho, incluso aunque sea verdad.

En segundo lugar, y puestos en el enunciado de la reunión de Valencia, las mujeres tendrán que aprender a utilizar esta tecnología para diseñar espacios propios de comunicación con una fluida relación entre emisores y receptores. En las relaciones entre países industrializados y países en desarrollo se suele colar con suma frecuencia una visión de la razón de la riqueza frente a la cultura de la pobreza. Aquí están los ricos, con su opulencia en equipamientos e infraestructuras, y tienen que hacer algo por los pobres, con su crónica escasez de medios. Esta arraigada concepción es deudora, en primer lugar, de la dificultad de los primeros de escuchar la problemática de los segundos contada con la propia voz de ellos. Así lo ha consagrado el modelo de comunicación vigente, que siempre nos ha contado lo que les pasa a los demás sin dejar que los demás nos lo dijeran con sus propias palabras. En la Sociedad de la Información, «los demás» llegarán hasta el salón de nuestra casa y nos dirán lo que piensan no sólo de lo que les ocurre, sino de lo que nosotros hacemos, razón por la que también les ocurre lo que les ocurre.

Este tradicional autismo, que también existe entre las mujeres en un contexto multinacional y multicultural a la hora de plantear sus problemas específicos y la mejor forma de abordarlos, afecta seriamente a la percepción de estos problemas y la búsqueda de soluciones. El cambio social que supone un mundo estructurado en redes modifica la forma como se construye ese mundo. Si las relaciones son diferentes, si la comunicación es diferente, si la propia transmisión del conocimiento es diferente, entonces hay razones para pensar que los problemas y sus soluciones también van a ser diferentes. Por ejemplo: es casi un dogma de fe que la vía más expedita para salir de la pobreza reside en la educación. Y para esto se necesitan escuelas y maestros. Lo cual presupone la existencia de ciertas infraestructuras básicas. Ahora bien, la consecución de estos simple objetivos, en las condiciones actuales de muchos países, ha supuestos esfuerzos fenomenales con magros resultados: unas cuantas escuelas perdidas en el medio de unas circunstancias adversas de dimensiones oceánicas.

Internet debería servir para romper este esquema y plantear la posibilidad real de globalizar la educación a través de diferentes tipos de redes, ya sean de equipamientos colectivos que reciban señales multimedia por vía satélite (caso de México), de la telefonía móvil en locutorios colectivos (Bangladesh) o por cualquier dispositivo que abarate el uso de estas tecnologías y las coloque al alcance de todos. Internet debería servir también para evitar que los congresos de mujeres empiecen y terminen en su encuentro físico en un determinado lugar. Tan o más importante que el congreso de Valencia, por ejemplo, resulta el mantenimiento de la comunicación entre todas las participantes a partir de ahora, ya sea por medio de listas de correo de distribución electrónica o de cualquier otro recurso barato de este tipo. Si las mujeres quieren que su voz y su acción sean determinantes en la construcción del Mediterráneo del Siglo XXI, ya deberían estar construyendo los canales de comunicación por donde discurran sus voces y acciones a lo largo y ancho de toda la cuenca. Si lo consiguen, habrán dado un paso gigantesco para superar muchos de los temores que expusieron durante el congreso, como la exclusión, la marginación y el riesgo cierto de aislamiento sin poder aprovechar cabalmente los frutos de la solidaridad que emerge de las redes humanas que ellas mismas están construyendo.

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