La Web Inteligente

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
21 agosto, 2018
Editorial: 231
Fecha de publicación original: 5 septiembre, 2000

Entre la cruz y el agua bendita el diablo se agita

Que nadie se extrañe si dentro de poco alguien, un experto en medio ambiente, por ejemplo, recibe un correo electrónico del tipo: «Hemos detectado que no hay suficiente información sobre la toma de decisiones en red ante crisis causadas por catástrofes en zonas densamente pobladas. Usted es una autoridad en la materia. Por favor, publique un artículo de 5.000 caracteres con los enlaces de hipertexto pertinentes. Tiene usted siete días. Aviso: si ignora este mensaje, se le suspenderán todas las facilidades de pago que usted haya acreditado en la Red, así como el acceso a Internet, que le serán restaurados cuando se haya recibido y aceptado su artículo». ¿Quién firmará este mensaje? ¿el Comité por una Información Suficiente y Fiable en la Red (CoInSuFiRed)? ¿Una ONG, un departamento de un gobierno? No, lo más seguro es que la solicitud la haya generado espontáneamente el «Cerebro Global de la Web».

¿Ficción? ¿Utopía digital? En absoluto. Laboratorios de EEUU y Europa llevan ya varios años trabajando en esta dirección: convertir a la web en un sistema nervioso central compuesto de miles de millones de neuronas que se abastecen de la inteligencia distribuida en la Red. Una vía hacia esta mente global es lo que Tim Berners-Lee, inventor de la WWW, denomina la «Web semántica», donde la información contenida en las redes es comprensible para las máquinas, de manera que éstas pueden reorganizarla, estructurarla, completarla y ofrecerla en cada momento según las necesidades –explícitas o no– de los usuarios.

Una web de estas características tendría que estar dotada de una esfera «volitiva» propia, producto de la comprensión de sus propias conexiones y de la actividad de los usuarios de la Red. Un «Cerebro Global» que dirige los pasos (la evolución, el crecimiento, la maduración y la reproducción) de una especie de superorganismo basado en la inteligencia colectiva de todos sus miembros. Enunciada así, la tarea aparece como un empeño gigantesco, por no decir temerario, propio de un relato futurista. Pero si hay algo en este cerebro global no es precisamente futuro, sino mucho pasado, pues los requisitos fundamentales para este salto evolutivo de la web ya están sobre la mesa, tanto conceptualmente como desde el punto de vista de la arquitectura informática necesaria para que las máquinas entiendan la información con que las estamos nutriendo.

La idea de un superorganismo basado en la inteligencia colectiva de la sociedad efectivamente no es nueva. La encontramos ya en Herbert Spencer (1876-96), quien la plasmó en sus «The Principles of Sociology» al explicar la evolución de la sociedad como un organismo. H. G. Wells, el autor de «La máquina del tiempo» entre otros libros de ficción, también reflexionó sobre la emergencia de una Mente Mundial. El filósofo francés Pierre Teilhard de Chardin, jesuita y paleontólogo, cuyos escritos fueron rigurosamente vigilados por la iglesia católica, propuso la «noosfera» (la esfera de la mente), una red de pensamientos, información y comunicación que cubriría el planeta. Recientemente, Francis Heylighen, un joven investigador belga, co-director del Centro de Investigación transdiciplinar «Leo Apostel» (CLEA) y editor de Principia Cybernetica Project, ha puesto manos a la obra para desarrollar una filosofía sistémica evolutiva de la mente global. Su ventaja con respecto a sus predecesores en la historia de este pensamiento es evidente: Heylighen tiene a su disposición la web, un sistema de inteligencia distribuida de carácter global.

Y, además, no está solo ni tiene que actuar como pionero en territorio virgen. Numerosos centros de investigación trabajan en la misma dirección, desde el MIT donde Tim Berners-Lee dirige un proyecto orientado a conseguir que las máquinas comprendan la información que circula por sus entretelas y sean capaces de negociarla en la Red, hasta el Laboratorio Nacional de Los Alamos en Nuevo México (EEUU), cuyos Sistemas de Conocimiento Distribuido (DKS, en sus siglas en inglés) comienzan a brindar resultados tangibles. En el medio estamos nosotros, creando, recreando y alimentando constantemente las neuronas de esta mente a la que creemos dominar pero que, cada vez más, determina la forma como nos desempeñamos, lo que hacemos y cómo lo hacemos.

¿Cuáles son las premisas del Cerebro Global de la Web? Para empezar, como sucede con nuestro cerebro, tiene que ser capaz de estructurar y organizar la información y el conocimiento que posea, para lo cual debe generar, multiplicar y mantener sus conexiones neuronales. Dicho de otra manera, debe reconstruir sus enlaces de acuerdo a las necesidades de los usuarios. Eso es lo que hace el servidor Web de Principia Cybernetica desarrollado por Heylighen y Jopan Bollen. Actualiza y recompone constantemente sus enlaces según la demanda del internauta e incluso «deja morir» los que van perdiendo actualidad por el escaso o nulo grado de consultas que reciben.

La máquina asigna un algoritmo a cada visitante que le permite rastrear el camino que sigue dentro de una web y memorizar la historia de su comportamiento. La próxima vez, este programita mostrará las páginas que le interesan al usuario y ajustará la estructura de enlaces para guiarle por la esfera de sus intereses. El servidor de Principia Cybernetica puede encontrar incluso atajos entre lugares que no conoce, pero cuya importancia deduce por la frecuencia de paso que atraen. De esta manera, acumula conexiones neuronales no sólo por la intensidad del tráfico o el tipo de consulta, sino por la naturaleza del propio contenido.

De ahí a detectar la redundancia o la escasez de información y conocimiento en áreas de interés para los usuarios hay sólo un paso. La misma distancia que le separa de intentar subsanar ambos extremos. En un caso proponiendo la supresión de lo que, en el fondo, supone despilfarrar espacio neuronal por falta de uso, como también sucede en nuestro cerebro. En el otro, guiándose por las necesidades de los usuarios, buscará la forma de procurarse la información necesaria para llenar las lagunas de conocimiento que vaya detectando. A fin de cuentas, si todos vamos a beneficiarnos del cerebro global, todos adquiriremos también algún tipo de obligación con respecto a su funcionamiento, a sus conocimientos y a su comportamiento.

La inteligencia del cerebro global de la web no será, por tanto, tan sólo la sumatoria de las inteligencias individuales de la Red, sino una inteligencia colectiva en plena evolución que a duras penas lograremos entender desde nuestra individualidad. Algo así como lo que ya nos ocurre, por ejemplo, con la estructura tarifaria de los billetes de avión o con tantas otras cosas que ocurren en el ámbito de la supuesta «inteligencia social» de la que formamos parte. ¿A qué distancia estamos de esta «Gran Mente de la Web»? Según los investigadores, hace tiempo que ya estamos trabajando con ella, sólo que en la fase más rudimentaria –o infantil– de su evolución. Heylighen sostiene que si los organismos que regulan la adopción de protocolos y estándares en Internet dan luz verde, hoy ya se podrían incorporar a los servidores web los agentes inteligentes (programas autónomos) y los algoritmos capaces de inyectar en las máquinas un considerable grado de conocimiento sobre la información que almacenan. En cinco años, la web se comportaría con una inteligencia que la convertiría en el nervio central de un superorganismo del que cada uno seríamos una pequeña parte.

Cinco años es el tiempo que ha pasado desde la irrupción pública de la web en la Red. O sea, estamos hablando de que el «Cerebro Global» formará parte de nuestro quehacer cotidiano en el lapso de un suspiro. Y todavía no hemos empezado a reflexionar sobre las implicaciones sociales, culturales, políticas, educativas, recreativas, etc., de que a nuestro cerebro le crezca una prótesis viva de memoria colectiva comandada por una mente constituida por cientos de millones de neuronas distribuidas por redes de ordenadores interconectados. A lo mejor un rasgo de esta prótesis es que, a medida que se desarrolla, disminuye nuestro sentido crítico sobre sus consecuencias.

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