La voz de la agitación digital

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
8 octubre, 2017
Editorial: 140
Fecha de publicación original: 3 noviembre, 1998

Con cada miembro, el oficio que convenga; no hables con el dedo, pues no coses con la lengua

El constante crecimiento de la población hispanauta parece que no alcanza un ritmo suficiente si hacemos caso a recientes estadísticas sobre la presencia del castellano en la Red (algo parecido, supongo, debe ocurrir con las otras lenguas del estado español –catalán, gallego y vasco– aunque no hay datos al respecto). Sin embargo, los análisis de estas cifras siguen siendo claramente unilineales e hipotéticos y nos dicen bien poco sobre lo que puede estar sucediendo, aparte de la aburrida declaración de que el inglés cada vez se impone más. Sobre esto último, disiento, como señalé en el primer editorial de en.red.ando. Si algo está pasando, es que las otras lenguas, desde el castellano al italiano, el francés o el alemán, además de todas las consideradas «pequeñas», cada vez son más importantes en Internet, en detrimento del inglés.

Pero, aclaro, esta impresión es también una suposición. Para comparar cifras sobre las lenguas usadas en Internet habría que tener una perspectiva más cualitativa. Por ejemplo, puede ser que Internet está creciendo más en los países anglosajones, en particular en EEUU, por la dinámica arrolladora de la Red en aquel país, lo cual no significa que los demás seamos una mota de polvo en el mar digital. Las estadísticas, además, hablan de páginas web, pero no dicen nada sobre lo que está sucediendo en las listas de distribución y los otros sistemas de comunicación no-web que existen en la Red. También puede estar ocurriendo que los hispanos-parlantes colocan sus páginas en los dos idiomas, con lo cual hacen crecer tanto el inglés como el castellano e incrementan con ello marginalmente, aunque considerablemente, la tasa de expansión del idioma de Ben Jonson (coetáneo de Shakespeare: su inglés me gusta más si hay que tirar de ejemplos manidos). Puede ser que todo esto esté sucediendo a la vez. Y, finalmente, no se puede descartar que efectivamente la tasa de crecimiento de recursos en nuestra lengua no se corresponda con el lugar que debiéramos ocupar como segundo grupo de población lingüística del ciberespacio… hasta que China diga aquí estoy yo.

De todas maneras, cualquiera de estas tendencias, menos la última, tan sólo valora aspectos cuantitativos de menor importancia. Si queremos referirnos sólo a la lengua –y no a lo que se hace con ella– habría que traer a colación lo que dice Esther Dyson en una entrevista en en.red.ando: el que sólo habla inglés tiene un problema en la Red, pues sólo puede entender a los que se expresan en su lengua . Los verdaderamente ricos son los bilingües (o plurilingües), porque pueden moverse por diferentes frentes de Internet, además del propio. Esto lo han reconocido las empresas de EEUU que han empezado una frenética carrera para traducir sus servicios a otras lenguas, en particular el castellano. Y ahí sí que reside un peligro sobre el que las estadísticas no dicen mucho, a saber: que una parte sustancial del crecimiento del castellano en Internet sea simplemente traducciones de sistemas elaborados originalmente en inglés, para el mercado anglosajón. Si esto es lo que está sucediendo –y todo apunta a que sí está sucediendo–, entonces en vez de quejarnos por lo poco que hay de nuestra lengua en la Red habría que preocuparse por lo que se hace en nuestra lengua en la Red. Porque la cuestión de fondo no reside simplemente en el uso de la lengua como el indicador de nuestra apropiación de Internet, sino en su uso para expresar a través de ella manifestaciones culturales concretas que se apropien de Internet.

En España, hasta hace muy poco, nadie había visto nunca una película de Disney en inglés. Hasta las canciones estaban traducidas. Y eso no significaba que éramos los dueños de la industria del dibujo animado, sino que Disney era el dueño de la cultura canalizada a través de sus dibujos animados, aunque lo hiciera en nuestra lengua . En Internet puede suceder tres cuartos de lo mismo. Los pueblos que hablamos más de una lengua somos más ricos en el punto de partida. Y ahí es donde se va a decidir el papel que cada cual va a jugar en la Sociedad de la Información. Nuestras lenguas tienen dificultades objetivas para canalizar sus respectivas culturas a través de Internet no porque el inglés lleve camino de convertirse en la lengua franca del ciberespacio, como proponen algunos analistas posindustriales, sino porque los internautas tienen cada vez mayores dificultades para sobrevivir en la Red. Desde las arbitrarias tarifas telefónicas, a la carrera de obstáculos que supone crear y mantener empresas dedicadas a la información y el conocimiento, pasando por la sorprendente desidia oficial ante este sector estratégico, lo milagroso es que Internet siga creciendo por el barrio de nuestras lenguas.

Queda pendiente la tarea de medir la producción cultural propia en la Red como un indicador más fiable de la presencia de la lengua. Y esto no se puede hacer solamente mediante la simple adición del total de páginas en castellano, catalán o cualquier otro idioma. Esto requiere un examen más detallado de los sistemas de información que se crean en estas lenguas, su campo de acción, la densidad de información que aportan a la Red y la «agitación digital» que proponen –y consiguen– en su relación con las audiencias a las que se dirigen. Este es un campo donde la publicación electrónica será cada vez más determinante, pues ella representa el ecosistema natural –los flujos continuos de la comunicación como el hecho singular y explosivo de la Sociedad de la Información– donde se expresa la lengua y sus productos culturales. Pero, a tenor de la visión que se nos propone hasta ahora con los estudios al uso, estamos todavía lejos de obtener las herramientas conceptuales para poder entender cabalmente este proceso.

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