La venganza 2
Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
18 diciembre, 2018
Editorial: 265
Fecha de publicación original: 1 mayo, 2001
No puedo, aunque quiera, dormir y guardar la era
La resaca de la mal denominada «crisis de la nueva economía» está asumiendo manifestaciones curiosas. En una serie de conferencias y foros celebrados en los últimos tres meses, muchos de ellos plagados de representantes de empresas del «cemento y el ladrillo», entidades financieras o consultoras con un joven pedigrí en el ámbito de Internet, comienza a aflorar una serie de actitudes que podría encuadrarse bajo un denominador común: «Ahora os vais a enterar, esto es El regreso: La Venganza 2». Lo que se respira en estas reuniones es una especie de artificial clima de alivio junto con el desasosiego por la perplejidad que, a pesar de todo lo sucedido, causa Internet. . Algo así como: «Uff, menos mal que todo esto ha pasado y las aguas vuelven a su cauce, pero ¿dónde está el cauce ahora?». En lo que sí parece haber acuerdo es que ha llegado la hora de modificar los criterios de actuación que, por lo general, ellos mismo impusieron: «Ahora hay que aplicar las buenas y sensatas prácticas de siempre, las que garantizan la rentabilidad de la industria».
Este ambiente se lo encuentra uno en escuelas de negocios, en conferencias o foros de debate donde, a modo de ejercicio catártico, se intenta descubrir un camino tras la vorágine bursátil y se termina anatematizando el recorrido hasta ahora. Un buen ejemplo de esta atmósfera nos lo brindó, entre otras, la Conferencia sobre Tecnología, Sociedad y Desarrollo, que se celebró en Madrid los pasados días 5 y 6 de abril. Entre los ponentes había algunos –pocos– representantes de la economía de Internet bajo siglas tan conocidas como Terra o Oracle, junto con dirigentes de industrias tradicionales como Endesa o Mercedes Benz.
Muchos de ellos no pudieron dejar de felicitarse por la práctica desaparición de los «sin corbata», esa especie de uniforme que caracterizaba a los portavoces de la nueva economía (esta declaración generalmente venía precedida de un acto de adhesión a las posibilidades futuras de Internet a la vista de la diversidad industrial que la Red había inyectado en la economía). Tras la exposición de estos dos principios y la admisión de que el consumidor es cada vez más importante (sin aclarar muy bien cómo relacionarse con esta peculiar figura en la era de las redes), comenzaban a aflorar las perplejidades de fondo, que se podían resumir en una sola: ¿qué hacer con Internet?
Lo bueno de la crisis actual es que ha hecho salir a flote no sólo lo que se ha hecho mal en la denominada nueva economía, sino este temor reverencial que la industria siente por Internet. Se intuye, desde luego, que las relaciones no son iguales a través de la Red, que la información considerada estratégica hasta ahora de alguna manera se escapa de las cuatro paredes donde había estado bien resguardada de miradas indiscretas y que, entre otros aspectos cruciales, los sistemas de control social se diluyen en redes, adquieren otro cariz. Todo lo cual plantea un cambio de paradigma cultural al cual no es fácil adaptarse y que se refleja, en gran medida, en el modelo de las dos velocidades: la de la mente y la de la tecnología. Mientras esta última funciona prácticamente a la velocidad de la luz, la mente requiere tiempos y entornos distintos que no son tan fáciles de soslayar. En este contexto, la pretensión de reducir todo al ámbito del intercambio económico actúa casi como una admisión anticipada de derrota en el intento de comprender la nueva situación creada por Internet.
En la conferencia de Madrid, fue desde la audiencia donde se planteó esta especie de encrucijada: «¿Cómo piensan ustedes aprovechar el capital social generado por las redes?» le preguntó alguien del público a una de las mesas redondas. Silencio sepulcral. Kevin Kelly, de la revista Wired, fue el único que resituó el debate al insistir en que la nueva economía no era lo que hacían, habían dejado de hacer o le habían dejado hacer a las empresas puntocom y cómo esta actividad se había reflejado en la Bolsa, sino que la clave residía en la construcción de redes que permitan modificar las bases culturales de nuestra sociedad (y no está claro que sus palabras calaran porque, mientras hablaba, la sala comenzó a llenarse de los miembros del servicio de seguridad del presidente Aznar, que clausuraría las jornadas minutos después).
Lo cierto es que, cinco años después de que Internet saliera del cascarón gracias a la ayuda de la web, la industria tradicional y muchas de las empresas que han surgido al amparo de ofrecer servicios a las empresas de la Red, como las consultoras, no tienen muy claro cómo meterle mano a este asunto. Hay una evidente disparidad de percepciones, entre la industria y lo que representa Internet. Este instrumento que salió de una investigación que nadie solicitó desde el mercado, que creció y maduró en el ámbito académico sin que llegara nunca a reflejarse en el Producto Interior Bruto de EEUU, de repente apareció en escena y, como si se lo hubiera sacado de la manga David Copperfield, sacudió los cimientos de la economía, obligó a que los presidentes de países, empresas e industrias hablaran de la Red como de una meta iniciática, los encuentros más copetudos –como Davos– la tuvieron como la principal estrella invitada y las Bolsas le rindieron el homenaje de sifonear miles de millones de dólares hacia su entorno virtual. Un misterio.
El desconocimiento de –y la fascinación por –la naturaleza de este entorno virtual hizo saltar por los aires los criterios establecidos de las inversiones financieras. Los flujos vertiginosos de información deslumbraron a los inversores. De la noche a la mañana se consolidó la cultura de que una buena idea bastaba para entrar al club de los multimillonarios. En el camino se perdió de vista que la Red propicia que los usuarios hagan algo más que seguir las indicaciones de los poseedores de las buenas ideas. Pueden construir sus propias redes, por ejemplo. Curiosamente, ahora se despotrica en los foros contra esta política de la «buena idea» que ha arruinado a millones de pequeños ahorristas en medio mundo y ha ocasionado cuantiosas pérdidas a empresas de renombre, sin que nadie asuma la responsabilidad de lo que ha sucedido. Así, hoy podemos encontrarnos en una conferencia con quien hasta ayer derramaba dinero a manos abiertas (o aconsejaba hacerlo) en proyectos de dudosa consistencia y hoy asegura que ese desenfreno se ha acabado, como si lo hubiera cometido otro.
Las empresas de capital riesgo, así como muchas de las empresas tradicionales que ahora enfocan una parte de su negocio hacia Internet, deberían reevaluar sus criterios de actuación no sólo a la luz de las benditas «buenas prácticas» (que nunca debieran haberse abandonado), sino de las prácticas nuevas que propone la Red. Las buenas prácticas tan sólo garantizan una gestión sensata, pero esto no es suficiente para desarrollarse en la Sociedad del Conocimiento. Cuando el conocimiento y la información se convierten en los bienes estratégicos del mercado a partir de las redes que los crean y distribuyen, el factor clave emergente es entonces la capacidad de movilización social para poner en contacto a individuos, colectivos, empresas y/o entidades que antes ni siquiera se rozarían, pero que ahora se encuentran cara a cara gracias a las redes, a través de las cuales pueden emprender proyectos conjuntos y crear nuevos sectores de actividad económica, a los cuales corresponderán, también, nuevos modelos de negocio.
Si además esto se hace con buenas prácticas empresariales, miel sobre hojuelas.