La sabiduría distribuida de CanasNet

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
16 enero, 2018
Editorial: 167
Fecha de publicación original: 11 mayo, 1999

El hoy aquí está, mañana ¿quién lo verá?

Un signo evidente de madurez de la Red es que los maduros llegan a ella. En los últimos meses estamos asistiendo a los inicios de una verdadera explosión demográfica de la tercera edad en el ciberespacio hispano. Los cursos de navegación para los mayores (más de cincuenta años) comienzan a traducirse en páginas estupendas donde aflora una mirada fresca a innovadora hacia y desde la Red. Si hay algún sistema vivo que encapsule mayor cantidad de información, conocimientos y experiencias ése es sin duda una persona mayor. Internet ofrece ahora la oportunidad de corregir una de las perversiones más significativas de nuestra sociedad: el abandono de este depósito de sabiduría simplemente porque la ley le pone fecha de caducidad a las personas.

Como ya había sucedido en EEUU en los últimos tres años, sobre todo a través de uno de sus servicios emblemáticos, SeniorNet, las personas mayores han comenzado a romper el tabú de las barreras tecnológicas. En los dos extremos de la pirámide social, la ancha base está ocupada por supuesto por los más jóvenes, quienes han crecido rodeados de la parafernalia propia de los mundos virtuales y lo han mamado con la naturalidad de quien se mueve en su propio territorio. La cúspide, sin embargo, le corresponde a quienes salen de la «cadena productiva» y se encuentran, de un día para otro, con que no sirven para mucho y que, por si eso fuera poco, no hay mecanismos sociales que les permitan cultivar su autoestima en los nuevos círculos que constituirán a partir de entonces su entorno habitual. Los viejos con los viejos, como si los años contaminaran.

Entre los «clichés» que abonan esta postura se cuenta, por supuesto, el de que las personas mayores de tecnología no saben nada porque llegaron tarde a la informática. A lo mejor es cierto, pero basta repasar los foros o las páginas que están poniendo en la Red para comprobar que, si de informática nada, de comunicar están sobrados porque tienen mucho que decir. Un vistazo al II Curso de telemática para gente mayor joven, organizado por el Ayuntamiento de Callús, disipará las dudas del más escéptico.

La Red permite, por una parte, reequilibrar las pequeñas catástrofes personales de la marginación de la Tercera Edad y, por la otra, ofrece la extraordinaria ventaja de convertirnos en nietos virtuales de esta «abuelidad global» que acude al ciberespacio para seguir expresándose, encontrar a los suyos y compartir sus vidas en el momento en que más de uno querría encerrarlos en la última habitación de la casa. La presencia de los mayores debería elevar el tono de las relaciones en Internet. De la inteligencia compartida que propone la comunicación a través de ordenadores, se nos abre la oportunidad de gozar de la sabiduría distribuida, como avisan a los navegantes los «Jubilonautas» de España, o sus compañeros argentinos de «La Tercera no es la Vencida». Para ello es necesario que de las páginas testimoniales se salte a la configuración de redes de la Tercera Edad, donde sus integrantes sean capaces de organizarse a través de Internet, crear clubs donde intercambien experiencias y pasar al mundo presencial a partir de iniciativas donde se recuperen sus propios conocimientos.

Estas «CanasNet» están llamadas a jugar un papel preponderante en muchas de las actividades propias de la Sociedad de la Información. De ahí la importancia de su alcance y poder de penetración. Las organizaciones enredadas de mayores tendrán mucho que decir, por ejemplo, en dos campos, el de la educación abierta y el de la elaboración de un concepto propio de calidad de vida. Por ahora, la idea de educación digital que se va abriendo paso en la administración y en las instituciones que están apareciendo en el ciberespacio, aparte de abundar en la necesidad de los contenidos multimedia, en la proliferación de ordenadores y en el acceso a Internet, descansa todavía en el viejo paradigma de la relación entre el sector que posee el conocimiento y está preparado para impartirlo –profesores, maestros, investigadores, la «academia», gestores de conocimiento (bibliotecas y centros de documentación), etc–, y el sector que aspira a obtenerlo. De esta manera se han creado ámbitos cerrados –escuelas, colegios, universidades– donde el individuo acude a educarse –a que le enseñen–a partir de la relación entre ambos estamentos.

La aparición de redes de la Tercera Edad en el contexto de Internet posibilita dinamitar estos muros medievales e inaugurar una era de educación abierta. Una educación que acuda a las fuentes del conocimiento real incorporado por la sociedad. En los próximos años, por ejemplo, no tendrá mucho sentido ni enseñar ni aprender disciplinas sobre las que ya hemos acumulado suficiente experiencia aunque no esté personificada en un cuerpo académico, pero que sí se encontrará depositada en redes de la Tercera Edad. La participación de éstas en el proceso educativo será, pues, imprescindible. Y será necesario diseñar los instrumentos para que puedan llegar hasta las aulas virtuales a través de sus propios canales de comunicación, como los que están surgiendo en La Página del Mayor o Aweblos.

El aspecto de la calidad de vida se refiere a la oportunidad que la Red le ofrece a las personas mayores para que construyan el territorio de sus relaciones personales. La marginación al llegar a una cierta edad no sólo se produce porque se cortan los accesos a la productividad social («de repente parece que ya no sirvo para nada») y al intercambio con otras personas, sino porque, al mismo tiempo, el espacio del jubilado se espesa con una serie de tabús sobre lo que significa «ser mayor». El horizonte se puebla de cosas sobre las que se puede o no se puede hablar, que se pueden o no se pueden hacer. Internet rompe con estas barreras y, como sucede en otros campos, ofrece la oportunidad de hablar, de interactuar, de intercambiar experiencias en territorios aparentemente vedados, como la sexualidad o la autoorganización del ocio. Los debates sobre estos temas, ya sea en listas de distribución electrónica o en sistemas más complejos de comunicación, se han convertido en los promotores de la necesidad de apoderarse de la herramienta telemática. Es curioso que sea a través de esta vía como miles de personas están descubriendo que el concepto «ciudadano útil» es una etiqueta oficial de quita y pon hasta que se recupera la facultad de hablar, encontrarse e interactuar con el prójimo. Y como aseguran muchos de los mayores en sus foros, cuantas más canas reunen en Internet, más jóvenes se sienten.

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