La red que nadie pidió (*)
Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
15 enero, 2019
Editorial: 273
Fecha de publicación original: 26 junio, 2001
De lo que ganes, nunca te ufanes; y de lo que pierdes, ni lo recuerdes
Con el aire todavía saturado por las secuelas de los actos celebrados en Barcelona contra el suspendido encuentro del Banco Mundial, nos hemos visto de nuevo envueltos en la retórica del denominado movimiento antiglobalización. Como ya he dicho en otras ocasiones, en esta canasta están entrando cosas que tienen que ver con este proceso y muchas otras que le son ajenas, que vienen de muy lejos, pero que añaden su pizca de confusión al debate. Tengo la impresión de que vamos a tardar bastante en ponernos de acuerdo sobre qué entendemos por globalización y decantar consecuentemente los campos de actuación para saber dónde está situado cada uno, y dónde cada una de las cuestiones que se atribuyen a esta especie de rodillo que todo lo puede.
En el caso del periodismo, hemos vivido diferentes oleadas de acontecimientos, cada una de ellas con sus propias peculiaridades, pero que, ahora, a la vista de las fusiones entre grandes compañías, de la formación de conglomerados mediáticos donde se mezclan empresas de medios de comunicación con operadoras de telecomunicación, pareciera que la única explicación posible a este baile de empresas y de cifras es, por supuesto, la globalización. Sin embargo, me parece que, por traumáticos que parezcan estos movimientos, en realidad estamos viviendo la efervescencia de una serie de tendencias que despuntaron, sobre todo, en los años setenta y que, además, no tenían nada que ver con la susodicha globalización. Tendencias cada una de ellas armada con su propia lógica y que comienzan a converger junto con Internet y, a veces propiciadas por ésta, lo cual colabora bastante a difuminar los contornos del debate.
Aunque en un artículo de estas características no se puede ahondar lo suficiente en cada una de estas tendencias, intentaré por lo menos apuntar algunos de sus rasgos más sobresalientes:
La microelectrónica llama a la puerta.
En los años 70, el tradicional sistema de producción de los medios de comunicación basado en la máquina de escribir y el plomo fue sustituido por la microelectrónica, en particular en los principales periódicos del mundo occidental. La resistencia a este cambio fue tenaz. Hubo conflictos épicos en Fleet Street (sede de los grandes medios británicos), en The New York Times, The Washington Post y muchos otros periódicos. Se cerraron algunos medios y muchas huelgas desembocaron en asaltos a talleres gráficos. Cuando el polvo se asentó tras la batalla, el paisaje había cambiado considerablemente. Aparte de los cambios más evidentes en las redacciones y los talleres de los medios de comunicación, había aparecido un nuevo sistema de procesar, almacenar y distribuir información, barato en comparación a sus prestaciones y ubicuo en cuanto a sus funciones.
La vida está en los medios.
Desde mediados de los setenta, y sobre todo en los años ochenta, se desata el furor que podríamos denominar «sólo existe lo que aparece en los medios». La pugna por la presencia mediática de toda entidad social conduce a que todo individuo, colectivo, empresa, organización, administración, etc., con una misión en este mundo se dote de su correspondiente gabinete de comunicación, de su órgano de información corporativo. En pocos años se multiplica exponencialmente el número de emisores de información cuyo destino natural era «salir» en los medios de comunicación. La pugna por el espacio (y el tiempo de atención) comienza a convertirse en una categoría organizadora del contenido de los medios.
La era del asalto (desde mediados de los ochenta).
El crecimiento constante de los emisores de información significa, en realidad, el crecimiento constante del volumen e importancia de la información corporativa. Las audiencias y la publicidad calientan este proceso que genera múltiples alianzas estratégicas entre medios y corporaciones (políticas, comerciales, económicas, culturales, espirituales, religiosas, estatales) que van más allá de la mera afinidad ideológica. Al mismo tiempo, esta pugna por mantener audiencias -(por encontrar el equilibrio entre espacio informativo y tiempo de atención)- desencadena una espiral sin fin a partir del matrimonio P&P (Promoción y Publicidad). P&P entendida no como la fórmula tradicional de generar ingresos a través de la publicidad y la promoción, sino como una actividad intrínseca de los propios medios: la información corporativa del medio de comunicación se convierte en noticia de primera plana. El círculo iniciado en los años setenta hasta cierto cierto punto se cierra.
La globalización que nadie pidió.
En 1969, sin que nadie lo demandara, sin que el capitalismo lo exigiera (porque, en realidad, no lo necesitaba), sin que sus autores ni siquiera imaginaran lo que estaban haciendo, apareció la globalización. El primer ensayo de cuatro ordenadores interconectados en otras tantas universidades de EEUU creó un nuevo espacio, un espacio virtual, cuyas características fueron definidas por los técnicos e ingenieros que lo diseñaron como una «Red de Arquitectura Abierta» (RAA). La podían haber articulado de otra forma, con otras características. Pero, por motivos del proyecto (y del momento) la prefirieron así.
¿Y cuáles fueron estas características de la RAA?:
a) El contenido lo pondrían los usuarios.
b) el acceso sería universal: todos verían lo que había en la Red.
c) el acceso sería simultáneo: todos se verían, aunque no estuvieran conectados en ese momento.
d) el acceso no dependería ni de distancia, ni de tiempo, siempre que el usuario lograra conectarse a un ordenador de la Red.
e) la Red crecería de manera descentralizada por la simple adición de ordenadores (servidores).
f) la Red crecería de manera desjerarquizada, es decir, ningún ordenador controlaría las funciones de los demás.
Estas dos últimas decisiones fueron verdaderamente sorprendentes si tomamos en cuenta que el proyecto estaba respaldado por la organización más centralizada y jerarquizada que ha parido la humanidad en mucho tiempo: el Ministerio de Defensa de EEUU. Este espacio virtual tenía, pues, un rasgo muy peculiar: los usuarios no tenían que moverse de donde estaban para procesar, almacenar o distribuir información, pero lo hacían en todo el espacio virtual de inmediato, de manera visible para todos los demás. En otras palabras, actuaban localmente en un entorno global. Y éste, a su vez, dependía para su desarrollo de lo que denominamos la fórmula PIC: Participación, Interacción y Crecimiento (de la información y conocimiento en la Red a partir de los dos factores anteriores). Por si fuera poco, a este sistema se le añadió poco después el correo electrónico.
Nada ha cambiado desde entonces, ni cuando se empezó con cuatro ordenadores en red, ni ahora que hay más de 80 millones. Ni cuando había 14 usuarios, ni ahora que hay más de 400 millones. En principio, salvo particularidades personales, todos los usuarios de esa red tienen voz, pueden manifestarse, pueden relacionarse, pueden actuar. Es decir, sin que nadie lo hubiera pedido, aparecía en una zona cautiva de la sociedad (el estamento militar y los centros de investigación de EEUU) un nuevo modelo de comunicación descentralizado, horizontal, multicéntrico, basado en la acción de los propios usuarios. Todo ello en un entorno global, sin que nadie tuviera que moverse de su casa (o puesto de trabajo).
A principios de los 90, cuando el Ministerio de Defensa y la National Science Foundation (NFS) deciden que ya no invierten más en aquella red (denominada ArpaNet), comienza el proceso de interconexión de todas las redes basadas en su protocolo de comunicación –TCP/IP– que habían florecido durante los años 80: ArpaNet, Compuserve, AOL, APC, Prodigy, redes académicas, comunitarias, «free-nets», etc). Así nace Internet (Internetworks, Entre-redes). Nadie la solicitó. Nadie y mucho menos el Banco Mundial, los grandes centros del capitalismo o los departamentos estratégicos de las transnacionales. Pero el efecto sobre todos ellas, sobre todos nosotros, fue brutal. Es la historia de estos últimos 6 años.
Las audiencias se multiplicaron, las alianzas de los años 80 se convirtieron en fusiones en toda regla, las fronteras mediáticas comenzaron a dibujarse con dos polos cada vez más nítidos. Por una parte, los grandes conglomerados con sus intereses tradicionales pero sin comprender muy bien cómo sacar ventaja de eso que llaman globalización, aparte de tratar de invadir cuanto espacio les ofrezca la sospecha de alguna rentabilidad. Por la otra, la voz de millones de personas que hasta ahora eran la carga pasiva del modelo de comunicación industrial. Millones de personas que irrumpen para unir voces, tejer nuevas relaciones, abrir nuevas fronteras, explorar las posibilidades de las relaciones virtuales. Millones de personas que comienzan a experimentar que, gracias a esa construcción tecnológica tan peculiar que da lugar a un espacio glocal (global/local), ellas pueden impulsar la globalización, exigir que se las escuche, transmitir información y conocimiento, construir incluso un nuevo «status quo».
Entre ambos polos hay todavía un extenso territorio. Donde antes había sólo un tipo determinado de información, que oscilaba entre la de corte generalista hasta la más especializada, ahora aparecen muchos otros tonos, segmentados desde una perspectiva personal, que el modelo tradicional de comunicación no podía satisfacer. Aparece, en realidad, una capacidad nueva para expresar demandas que aquel modelo no se podía permitir al estar estructurado de arriba abajo, de manera jerárquica y orientado por la oferta.
Sin duda, la confrontación que estamos viviendo es formidable. En la superficie aparece fundamentalmente el resplandor del choque entre, por una parte, los grandes conglomerados, temerosos de la globalización porque esto significa tener que escuchar y actuar en consecuencia. De ahí que, a pesar de ciertos cambios en su retórica, su huida hacia adelante sea precisamente antiglobalizadora: yo sigo decidiendo lo que es mejor para los demás (v.gr.: Banco Mundial). Por la otra, las redes cortadas a medida de los intereses de las personas, los colectivos, los movimientos sociales, las empresas y las organizaciones que desarrollan sistemas de interrogación para escucharse, expresarse y satisfacer las demandas. Este es el núcleo duro del movimiento globalizador y el motor que tira del nuevo modelo de comunicación de la sociedad de la Información.
(*) Este texto sirvió de base a la Conferencia que pronuncié sobre Periodismo y Globalización en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona el 25/6/01. En el evento, organizado por el Sindicato de Periodistas de Cataluña, también participaron el sociólogo Manuel Castells y Alfredo Maia, presidente del Sindicato dos Journalistas de Portugal.