La noche del webteorito
Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
10 enero, 2017
Editorial: 64
Fecha de publicación original: 25 marzo, 1997
Fecha de publicación: 25/3/1997. Editorial 64.
Caen las hojas y caerán los árboles
Infosaturación, infodepresión, infoangustia, infoestrés, infodemencia, infosuicidio. Estamos a punto de resolver uno de los grandes misterios de este fin de siglo: ¿hacia donde conducen las infopistas? a los infocementerios. Cualquier internauta de pro, la primera declaración de principios que se ve obligado a emitir ante una audiencia educada en el ciberespacio es que está a punto de fenecer sepultado por trillones de bits que se le acumulan por todas partes. «Necesito a alguien que me gestione la información o regresaré desesperadamente a la era del papiro». Ambas soluciones son posibles, aunque sus grados de dificultad son diferentes.
El triunfo del amigo McLuhan estriba en que colocó el énfasis en la fascinación por el medio y nos hizo perder de vista su contenido. Y éste, ahora, regresa exigiendo su cuota de protagonismo: algo así como el mensaje es el mensaje y el medio, ya veremos. Internet ha creado una oferta extraordinaria de información. Pero lo más importante es que ha creado una demanda todavía más extraordinaria a medida que el número de ofertantes se multiplicaba. En realidad, y aquí está la madre del cordero, demandantes y ofertantes son los mismos. Es la perfecta cuadratura del círculo con estructura reticular y, encima, abierta las 24 horas del día. Se empieza en el momento en que se conecta. Todo está allí aguardando el fin del pitido del modem (o el sigiloso empalme de la RDSI). Y cada vez que uno se conecta, la dimensión del círculo, de su cuadratura y de la estructura reticular, ha aumentado. El resultado es palmario: un infoagotamiento crónico que pide féretro a gritos. Pero hubo una época en que las cosas no eran así (frase que inmortalizó el último tiranosaurio cuando comprobó que, efectivamente, todos sus colegas le habían dejado solo un nublado día de hace 60 millones de años).
El web ha funcionado como el famoso meteorito que se estrelló por aquel entonces en lo que hoy llamamos Golfo de México: indujo en millones de especies el sueño eterno y le abrió las compuertas del planeta a unos seres que, de no haber sido por aquel castañazo, nunca le habrían dado la oportunidad a nadie de escribir la histórica sentencia: creced y multiplicaos. Pues bien, en este caso, el WWW está en proceso de cepillarse a todos los dinosaurios de turno y ha propiciado otro salto evolutivo: El infomamífero se ha apoderado del paisaje. Y antes de que nadie le escriba su nueva Biblia, ha comenzado a crecer y multiplicarse como conejos en una isla desierta, con los típicos problemas que esto conlleva. Es una especie nueva, se alimenta de bits y su poder reproductor está en ascenso. Joven, vigoroso, insaciable, promiscuo, fornica con cuanto congénere se le pone a tiro y multiplica la infodescendencia a una velocidad pasmosa: cada segundo escupe miles de millones de nuevos bits que, en un santiamén, fertilizan los circuitos neuronales de nuevos individuos o de los existentes. Los bits actúan como patrimonio genético de la especie: empujan a ésta más allá de sus propios límites para asegurar la supervivencia. Si no hay suficientes bits, esto se acaba y nadie sabe cuántos bits son los suficientes. Lo curioso es que tampoco nadie, ni los infohumanos ni la especie anterior (humanos a secas), puede imaginarse cómo era el mundo antes del bit. Cuando se les pregunta, uno comprueba que el salto evolutivo digital ha escacharrado irreparablemente el cerebro de ambos en la parte donde debería elaborarse la respuesta. Ya no saben cómo darle al «return». El dilema ahora es proseguir o perecer.
Ahora bien, ¿proseguir hacia dónde? Aquí es donde se abre un paisaje muy interesante, sobre todo si lo colocamos en el entramado geográfico de la información, la comunicación y el conocimiento (que es el hábitat natural del infohumano). Allí, la evolución no se ha detenido con el web. Prosigue a una velocidad extraordinaria generando nuevos fenotipos de la especie con atributos cambiantes. Cada vez hay más seres que ya no viven cobijados por el árbol del web, de donde bajaron hace un tiempo para dar los primeros y titubeantes pasos en el suelo firme de la información. Estos individuos han aprendido a vivir a la intemperie y no requieren buscar su alimento escudriñando cada una de las ramas del web con la pasión de antaño. Y esto no significa que estén sufriendo un proceso de regresión genética hacia el estadio anterior. En absoluto. Al revés. Su índice de conexión per cápita sube sin cesar y la tasa de información gestionada/por segundo, también. Es decir, a medida que se visita menos el web, aumenta el uso de la Red en todas sus otras facetas, desde el correo-e a los agentes y otros mecanismos de generación, acopio, almacenamiento e interpretación de bits. En otras palabras, estamos entrando en una fase nueva del desarrollo de la especie.
Lo que guía esta fase es una pregunta ancestral, pero con ropajes propios de la época: ¿Dónde está lo nuevo? Antes, lo nuevo, era el propio web, el árbol del bien y el mal, el gran paridor (¿la metáfora infofemenina?). Ahora, generaciones de infohumanos nos estamos alejando del punto de origen. Por tanto, la noticia ya no está en residir en el árbol o sus proximidades. Cuando alguien anuncia una nueva web, su seña de identidad del acceso a la nueva especie, me (le) pregunto: ¿qué tienes o qué quieres decir? ¿qué visión traes que sea diferente de la que te ha caracterizado como humano? Porque si no la tienes, sospecho que tu destino es incrementar la infoangustia promedio para una gran parte de la especie y, de paso, contribuir decisivamente a la maduración de todas las profesiones infosanitarias que pujan desesperadamente por sacar su cabeza al nuevo sol del bit. Y la noticia tiene que ser algo realmente nuevo, no un simple camuflage de lo viejo, de lo contrario no encontrará terreno fértil entre generaciones cada vez más selectivas en el uso de la comunicación, la información y el conocimiento.
Esta búsqueda es la que aleja a muchos infohumanos del web o, mejor dicho, sólo acceden a ciertas webs, generalmente conocidas, donde encuentran alimento en abundancia y de calidad (¿será un signo típico de maduración, de envejecimiento, como cuando uno llega al punto en que regresa a «los libros de siempre»?). Y, al mismo, tiempo, incrementan otras formas de relacionarse por la Red, lo cual supone, por una parte, un fenomenal ejercicio discriminatorio con relación a la forma de comportarse antes (inmediatamente después de la caída del webteorito) y, a la vez, la apertura de nuevos frentes de comunicación repletos de nuevas necesidades y de una dinámica muy diferente. Si quienes ahora llegan al ciberespacio no se hacen las preguntas correctas acerca de esta nueva configuración de la especie, tengo la sospecha que lo pasarán muy mal bajo una infoatmósfera muy densa. Las empresas que salten a la Red armadas tan sólo del «animus escaparati» (exhibirse en un escaparate) sin enviar un claro mensaje de cuál es su noticia, qué es lo único y peculiar de su aparición en el nuevo hábitat, corren el riesgo de ser apiladas por las infobarredoras. Si creen, por ejemplo, que, junto con vender relojes o poner el catálogo de toda la institución en la Red, la forma de decir algo que ya no sabíamos (o podíamos saber) acerca de ellos es enchufarse a agencias de noticias o medios de comunicación («ofrecer servicios informativos»), harán huir a los infonautas de ellos como de la peste. ¿En cuantos lugares vamos a soportar leer, ver u oír que el Estado de Israel ha cometido otra tropelía en Jerusalén, que Clinton se ha torcido el tobillo jugando al golf o que la última inundación en Bangladesh se ha llevado a miles de almas? Esto ya no es noticia. En la Red se llama redundancia. Cada nuevo infonauta –sea empresa, administración o individuo– tiene que descubrir donde reside lo sobresaliente de su oferta si no quiere que se le quede cara de «rigor bítico» a las primeras de cambio. Y, según como defina y exhiba su noticia, así será la forma como se posicione –se relacione– en el ciberespacio. Todo lo cual, plantea la cuestión de qué constituye –o constituirá– noticia en el ciberespacio. Esto es materia para ser abordada otro día.