La masa crítica de la experiencia (*)

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
16 octubre, 2018
Editorial: 246
Fecha de publicación original: 18 diciembre, 2000

Recordar es desandar, y lo que antes se vivió, volverlo a recordar

Estamos en diciembre en Barcelona, luego toca Cornella e Internet. Por quinto año consecutivo, el amigo Alfons ha convertido este mes en una cita obligatoria para que una decena de personas reflexionemos públicamente sobre el futuro de Internet… durante el año próximo. Esta vez, con su flamante empresa Infonomía bajo el brazo, Cornella decidió abandonar el anfiteatro de Esade –que se nos estaba quedando pequeño– y llevarnos hasta el Palacio de Congresos de Barcelona para reunirnos con unas 500 personas. Allí se dijeron muchas cosas, algunas muy interesantes, otras repetidas y unas cuantas que apuntaban al ambiente que se respiraba la sala: la madurez de Internet. Esta fue precisamente la línea argumental en la que basé mi «predicción»: el segmento de población experimentada y con un tiempo de vida en Internet superior a los 24 meses se acerca a una masa crítica que colocará en el centro de sus preocupaciones su capacidad para expresarse, para formular sus demandas y, por ende, para gestionar información y conocimiento. Esta actitud será cada vez más predominante en el desarrollo y madurez de la Red.

A pesar de la crisis de un sector significativo de las empresas «puntocom», el crecimiento de la población de Internet prosigue batiendo récords como si la cosa no fuera con ellos. La gente hace caso omiso, incluso, de la fase furiosa de clientelización a que se ha visto –y se ve– sometida. Pero, por encima de la repercusión mediática de todo cuanto acontece alrededor de las grandes corporaciones y de los vaivenes de las bolsas tecnológicas, los internautas –ya sean tomados en cuanto individuos, empresas, colectivos, organizaciones o administraciones– siguen comportándose como algo más que meros potenciales compradores. La gente conectada es muchas cosas al mismo tiempo: curiosa, emprendedora, emisora y/o receptora de información, educadora, aprendiz, padre/madre/pariente en cualquier grado, ciudadana, ociosa, discutidora, doliente, gozosa, etc., además de vendedora y/o compradora.

El problema está en la mezcla. Y esto desarbola las mejores previsiones de hasta el más pintado, por más que apriete las mandíbulas y quiera hacer caso omiso de las «leyes de hierro de Internet», que están hechas para fundirse en cada hornada. El crecimiento constante de la población de Internet y la misteriosa ecuación resultante de la combinación entre el segmento bisoño y el maduro de los internautas ha derribado –y derriba sin cesar– muchas de las hipótesis sobre la Red, muchos planes de negocio y muchos sistemas confeccionados para que nos comportemos según ciertas pautas definidas para nosotros, «en nuestro beneficio». A mayor número de internautas, más incontrolables son los flujos –y los comportamientos– en la Red, mayores son las posibilidades de interacciones y, por tanto, mayor también el ritmo de trasvase de experiencia de un segmento –el veterano– al otro –el bisoño–. Esto último resulta fundamental para consolidar «masas críticas de experiencia» que, a fin de cuentas, van a determinar una parte fundamental de la actividad en la Red. Siempre habrá «retrocesos» en estos procesos, como es natural. Cualquier innovación puede generar, en cualquier momento, nuevas oleadas de internautas, como la conexión a Internet de regiones enteras de la noche a la mañana por cable, o la aparición de nuevas tecnologías inalámbricas que nos coloquen en el bolsillo o la billetera el acceso a potentes servidores de información.

De todas maneras, me parece que estamos entrando de lleno en esta fase de trasvase. En estos dos últimos años, la demanda en Internet se ha visto desbordada y desarbolada por la oferta. Al compás de las oleadas de nuevos internautas empujadas por las políticas de acceso gratis, la oferta se ha anclado en lo que se sabe hacer y lo que se tiene, no necesariamente en lo que puede hacer y exigir una población dotada de poderosos medios de expresión. Una población, además, sometida a un vertiginoso proceso de cambio personal, organizacional, empresarial, profesional, etc. A esta población se la ha tratado de una manera indiferenciada –fundamentalmente como cliente–, sobre todo por la ausencia de sistemas capaces de interrogar y extraer conclusiones significativas de una demanda que exige un trato mucho más fragmentado, más sectorializado y mejor adaptado a las circunstancias peculiares de cada uno. Muchas de las nuevas empresas que han movilizado cuantiosos recursos en los últimos dos años se han asfixiado en sus propias ideas sin explorar las de quienes ellos reclamaban como sus «clientes». «La gente es así y quiere esto o aquello» ha sido el eslogan favorito de la época.

La marea comienza a remitir, lo cual no quiere decir que haya cesado. Ahora crece la necesidad de poseer estos sistemas de interrogación, que, en el fondo, no son más que espacios virtuales para generar información y gestionar conocimiento en red a partir de la participación de los propios usuarios. Ahora comenzamos a reconocer que tenemos un problema no sólo de volumen y fiabilidad de información, sino de plataformas donde nos encontremos con quienes nos sintamos capaces de colaborar, ya sea dentro de una organización o en cualquier otro espacio de la Red. Tenemos un problema para convertir en valor estratégico la información que nos rodea y el conocimiento que se nos supone, tanto individual como colectivamente. Curiosamente, en estos últimos meses nos hemos encontrado con tiendas virtuales que esperaban alcanzar la celestial categoría de hipermillonarios vendiendo jamones, por poner un ejemplo, que nos solicitaban, a en.red.ando, que les asesoráramos para variar su negocio hacia la consultoría o la creación de foros moderados al estilo de en.medi@ con el fin de atraerse a una hornada de internautas más experimentados, preocupados por obtener información de calidad relacionada con intereses personales que se expresan en un amplio abanico de temas.

Por tanto, la flexibilidad y la adaptación a esta creciente madurez de la Red se van a convertir en virtudes de aquellas que antes se denominaban intangibles, pero que nunca debieron abandonarse en aras de ofrecer sistemas cerrados y perfectamente empaquetados donde estaba prefijado hasta el último click. Lo mismo podríamos decir respecto a la posibilidad de participación e interacción que ofrece la Red como ingredientes indispensables de este proceso de maduración. Siempre han estado ahí, pero el aluvión de recién llegados a Internet incrementó el espejismo de que la gran idea multimillonaria consistía en meter un sucedáneo de TV en el PC y diseñar un buen mando a distancia para que nadie tuviera que pensar mucho.

Ahora, pensar y pensar bien serán factores claves para la supervivencia en la Red, a diferencia de lo que han hecho quienes estaban más pendientes de las cotizaciones que de los usuarios. Y pensar en red significa la posibilidad de expresar el capital intelectual de cada uno. Captarlo y articular respuestas (bajo la forma de servicios, de proyectos o de modelos de organización informacional) comporta el diseño de sistemas de gestión de conocimiento en red. Y estos sistemas, aunque sea con diferentes denominaciones, los veremos proliferar allí donde los internautas decidan interactuar, proyectarse, defenderse, vender, comprar, administrarse, formarse o simplemente dejarse guiar por su curiosidad. No se trata pues de un concepto emparentado sólo con la gestión empresarial en sentido estricto. La gestión de conocimiento en red nos atañerá a todos y afectará a todos los campos de actividad que emprendamos en la Red. A fin de cuentas, lo único que podemos hacer en ésta es comunicarnos a través de información y conocimiento.

(*) Este editorial es una versión ampliada de la presentación de cinco minutos que hice en el debate sobre «Internet en el 2001», celebrado en el Palacio de Congresos de Barcelona el 13 de diciembre del 2000. Todas las intervenciones fueron grabadas por LaMalla.net.

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