La economía de siempre no funciona
Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
22 enero, 2019
Editorial: 275
Fecha de publicación original: 10 julio, 2001
Pensando a dónde vas, se te olvida de dónde vienes
Si, como preconizan los neoliberales, el mercado sabe responder adecuadamente a las señales que recibe y, en consecuencia, asigna recursos, satisface necesidades y regula precios sin precisar ningún tipo de intervencionismo, entonces se está luciendo de lo lindo, tanto con Internet, como con la economía en general. En el caso de la Red, su población se dobla en tiempos récord, crecen las inversiones en infraestructuras y se dispara el volumen de actividad, pero no aparecen las industrias de la información y el conocimiento que acompañe a estas tendencias. Es como si todo el mundo se concentrara en el centro de la plaza del pueblo y las empresas pusieran el tenderete en el medio del campo (¿eso es lo que se llama la economía de siempre?). Mientras, EEUU, Alemania y Japón parecen poner rumbo a una recesión de proporciones, la primera vez que las tres potencias se encuentran juntas en esta tesitura desde la crisis del petróleo de los años setenta (¿también esto es negocios según la economía de siempre?).
La crisis de las empresas puntocom, alimentada sobre todo por una política desenfrenada por parte de las grandes operadoras de telecomunicación, de poderosas entidades financieras y muchas de de capital riesgo, con todo el aparataje correspondiente de especulación bursátil, ha dejado el paisaje digital más bien desierto. Y esto ocurre justo cuando se supone que el mercado debiera operar de tal manera que apoyara la creación y la actividad de empresas amparadas por el dinamismo demográfico de Internet. La población conectada a la Red en Cataluña se ha incrementado en un 47% el último año y en un 100% en España. Según las estadísticas de la Secretaría de la Sociedad de la Información de la Generalitat de Catalunya, casi el 30% de los catalanes mayores de 15 años se conecta semanalmente a la Red. ¿Es bastante para generar una economía que supere la frontera del afiche digital? Todo lo contrario. Por ahora, no sólo no se las ve a estas empresas de la información, sino que, en medio del típico discurso vengativo contra la era del despilfarro propiciada por los grandes emporios del capitalismo, los usuarios se sienten más bien desorientados ante la falta de respuesta del mercado.
Todos los países —grandes, pequeños, ricos o pobres— han identificado a la educación como una de las piedras angulares de la Sociedad del Conocimiento. La educación, montada sobre la Red, puede trastocar la vieja sentencia de que la diferencia entre un pobre y un rico es que aquel espera que le den un pescado y éste sabe cómo pescarlo. Sin embargo, cuando uno observa el panorama de la institución de la educación uno se encuentra con una disparidad enorme entre las necesidades y los medios para satisfacerlas. Las administraciones se han embarcado en grandes proyectos, grandilocuentes más bien, orientados precisamente como manda la economía de siempre: desde la oferta. Pero, a poco que se han puesto en marcha, incluso aunque hayan cumplido el programa máximo (conexión a Internet y ordenadores en todos los colegios), los resultados son más bien pobres, como ha denunciado, por ejemplo, la Asociación de Docentes de Informática de Cataluña (AEIC) respecto al caso catalán.
Pero no se trata sólo de Cataluña. Hacia donde uno mire, los maestros se quejan de los programas de formación. El abismo digital entre ellos y los alumnos crece sin que nadie sepa qué es exactamente lo que les separa, si la destreza en el manejo de los programas informáticos o la capacidad de los últimos para trabajar en red (que son dos cosas muy distintas). Los alumnos, por su parte, salvo excepciones, no saben muy bien cómo compatibilizar eso que se denomina aula de informática con una forma diferente de acceder al conocimiento, compartirlo e integrarlo transversalmente entre diferentes disciplinas. Cuando se presentan proyectos que tratan de tender puentes mediante iniciativas innovadoras, que se apoyan tanto en los actores tradicionales del sistema educativo, como en los nuevos que emergen gracias a las oportunidades que ofrecen las redes, entonces aparecen obstáculos de todo tipo.
¿Cómo responde la economía de siempre a este desafío? Pues, por ahora, con una magra percepción cultural del tenor de los cambios que se están produciendo. A todos los niveles. En el caso de la educación, la resistencia de la propia organización educativa para procesar estos cambios la conduce a una especie de esclerosis. No es una parálisis, porque las cosas, evidentemente, se mueven, pero sin el respaldo adecuado del sector privado, por una parte, y la prevalencia de la oferta, por el otro, tanto del sector público como del privado. Las redes, en cambio, permiten interrogar, permiten generar y diseminar conocimiento de manera transversal, permiten reordenar las organizaciones para alcanzar objetivos a partir del talento y la creatividad de sus miembros. Pero estas son palabras mayores. Esto no forma parte de ningún plan de negocio, ni es el lenguaje de la economía de siempre.
Cualquier análisis sobre la economía de las redes (ya sea en conferencias, cursos, simposios) inmediatamente pone en tela de juicio la estructura de las empresas, sus mecanismos de toma de decisiones a todas las escalas y el despilfarro considerable por no aprovechar las oportunidades que le ofrece la Red para modificar informacionalmente sus metodologías y procesos. Los cuellos de botella en los flujos internos de comunicación conspiran contra la creación de activos estratégicos. Cuando se llega a este punto, el discurso pega un interesante giro hacia la cultura de la oferta (por ende, del marketing, la comunicación tradicional, los medios de comunicación, la promoción y la publicidad).
Mientras tanto, crece el poder potencial de quienes utilizan la Red para demandar, para satisfacer sus intereses personales o colectivos, para agruparse con el fin de encontrarlos y desarrollarlos. El mal llamado movimiento antiglobalización es un ejemplo emblemático de este empleo de las redes en su provecho. Pero a distintas escalas, lo mismo puede suceder en casi todos los ámbitos de la vida sin que la famosa economía de siempre acierte a responder todavía. Y lo importante no es lo que ganaremos por hacer algo en el futuro, sino lo que perdemos por dejar de hacerlo hoy.