Redes de conocimiento

¿Qué no nos da la Red?

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
5 septiembre, 2012
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Los cofundadores de Twitter acaban de inaugurar un par de webs con vocación de convertirse en redes sociales, famosas incluso antes de empezar a funcionar gracias al prestigio de sus creadores. Uno de ellos ha justificado esta iniciativa  con un argumento sencillo pero demoledor: “Algunas cosas no han evolucionado tanto como esperábamos (…), ha habido menos progresos para elevar la calidad de lo que se produce en la web”. Y promete reimaginar el proceso de publicación basándose, entre otras cosas, en “las necesidades del mundo de hoy”.

No vamos a ponernos cristianos y a repartir culpas no sea que nos alcance más de una bofetada. Pero, efectivamente, somos muchos los que pensamos lo mismo. No se trata sólo de una impresión personal, de hecho son argumentos que recorren muchos debates públicos en la Red y lo sueltan directivos de empresas cuando, en algún momento de una conversación informal o profesional, te sueltan: ”¿Pero no hay nada más?” Por algo más quieren decir, según explican, algo más allá de FB, TW y medios sociales similares, otras formas y medios de crear, obtener, transar, producir información y conocimiento que se corresponda con sus propios intereses que, desde su legítimo punto de vista, participan de las necesidades del mundo de hoy.

Las empresas, y no solo ellas, cada uno de nosotros también en mayor o menor medida, ya sea como emprendedores, colectivos formales o informales, gente con intereses comunes o en el modo caza y captura de un pedacito de información que nos ilumine, reconocemos el espectacular crecimiento de la conversación global y el vigor de la socialización que la alimenta. Pero también, cada vez más, se airea el insignificante impacto que esas charlas multitudinarias tiene sobre la cuenta de explotación o sobre el logro de los objetivos que uno se fije o persiga, no digamos ya sobre la comprensión de lo que está sucediendo a cualquier escala, global, local o hiperlocal.

¿Qué está pasando? ¿Qué está sucediendo no sólo en Twitter, sino también en los populosos medios sociales cuya eficacia comienza a verse sometida a la vorágine de la centrifugadora de la duda? ¿Por qué cada vez resulta más difícil saber lo que está pasando, incluso cuando tienes una constatación de que lo que está pasando es muy prometedor?

Nos encontramos en el medio de un remolino que se alimenta de fuerzas contradictorias que, a la postre, resulta casi imposible de separar. Los medios sociales contribuyen de manera decisiva a la experiencia socializadora de Internet, una experiencia rica, sorprendente en sus dimensiones, alcance y omnipresencia. Pero, su velocidad y amplitud de propagación premia sobre todo la información efímera, superficial, de consumo instantáneo. En otras palabras, es una comunicación que sirve fundamentalmente “a la venta”. Ya sea de uno mismo, de su empresa, de productos, de eventos, de gustos o emociones, de aspiraciones y ambiciones, de ideas y visiones. Pero no deja de ser venta. Hay poco detrás de la tramoya. Sirve para aquí y ahora. Hasta que ahí y después ya hayan depositado otro producto sobre el mostrador. Llamar a esto “creatividad” y “generación de conocimiento” se ha convertido en la moneda de cambio del vacuo lenguaje actual con reverberaciones digitales.

La cuenta de resultados, sin embargo, no miente. Miles, millones de seguidores no aúpan los porcentajes, ni mejoran nuestros proyectos, ni les garantiza la continuidad. Y para colmo, casi cada día descubrimos que esos seguidores se compran o se venden (el marketing virtual produce estas perversiones, todos estamos en el escaparate con un precio colgado del cuello), o no existen, o no usan las herramientas con la persistencia necesaria para encolarlos a nuestros productos (o a nuestros deseos). Ante este panorama, crece la desazón y la confusión y los cofundadores de Twitter se devanan los sesos buscando soluciones, “las que el mundo necesita”.

Las soluciones ya estaban, están y estarán en Internet durante mucho más tiempo del que quizá podamos imaginar. Las soluciones vienen de la mano de las tradicionales comunidades virtuales dotadas de las herramienta, los conocimientos y las competencias que hemos adquirido en esta última larga década. Esta combinación de espacios virtuales organizados en función de objetivos concretos e intereses comunes, gestionados para poner a disposición de sus miembros todos los recursos necesarios para alcanzar dichos objetivos,  diseñados para producir y desplegar el conocimiento que las organizaciones necesitan, son lo que nosotros denominamos redes sociales virtuales de conocimiento, y que otros prefieren cortar por lo sano y comienzan a llamarlas redes temáticas. Vendrán más nombres.

Sea gato blanco o gato negro, hablamos de redes que cazan (crean) conocimiento, que lo hacen mediante procesos creativos diseñados y gestionados para alcanzar fines concretos. Y si estos fines encapsulan correctamente nuestros intereses, entonces estamos muy cerca de que las cosas funcionen como pensamos y actuemos de acuerdo -en mayor o menor medida- a las necesidades del mundo de hoy. Para ello, no hacen falta nuevas e ingeniosas webs, sino redes de conocimiento enfocadas a producir la información y el conocimiento que garanticen la continuidad y sostenibilidad de los proyectos. Redes gestionadas con las competencias adecuadas para conseguir los fines propuestos. Y que, de paso, nos proporcionen la comprensión necesaria para actuar en el mundo global que habitamos. Sea mucho o sea poco, sin duda esto debe formar parte de “las necesidades del mundo de hoy”.

 

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