Los sedimentos del ciberespacio
Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
15 diciembre, 2011
Escribir a pie de trinchera mientras caen las bombas te lleva a veces a disparar contra enemigos… y amigos. Es un riesgo que se debe asumir y que debe tomar en cuenta el lector, que se encontrará con posturas, opiniones y juicios que, como las explotaciones agrícolas de Andalucía, son manifiestamente mejorables. Quizá debería preguntarse: “¿Yo habría sostenido lo mismo de haber estado allí?”, a ver si la irritación o contradicción con lo expresado se suaviza y se entiende mejor. El otro aspecto a tomar en cuenta es la perspectiva. Donde la mayoría solía ver en aquella época gente, internautas, y así medía la evolución de Internet, a partir de volúmenes y cantidades, a mí me preocupaba y fascinaba la penetración del ciberespacio en actividades de todo tipo, la creación de nuevas áreas de conocimiento o la transformación acelerada de las que considerábamos bien asentadas, la conmoción que producía en las instituciones y administraciones, públicas o privadas, así como en las empresas, la educación (formal o no), la comunicación, las relaciones personales, el procesamiento y distribución de información… Y, sobre todo, el sigiloso pero apabullante afloramiento de las reglas no escritas de Internet en la superficie, en lo que se ha dado en llamar “lo presencial”, “el mundo físico” por oposición al mundo virtual, que se convirtió en la locomotora de lo que ahora denominamos sin dudar como ”cambio cultural”.
Los primeros editoriales se alojaron en los servidores de L’Infopista Catalana, más tarde rebautizada como Vilaweb.com. Al principio, aquel artículo semanal, siempre subtitulado con un refrán, era muy parecido a lo que hoy se llama bitácora o blog: un texto de autor, un casillero remailer para que el lector dejara su correo-e y recibiera un aviso automático cada vez que cambiara la página (lo que hoy se conoce como RSS) y un formulario para que los lectores dejaran su opinión o comentarios. La tecnología para conseguir esto era muy parecida a la fabricación de un Frankestein digital: pedazos de software encajados como obras de filigrana para que aquello funcionara como una página abierta a la intervención de los lectores. Durante buena parte de 1996, la respuesta de estos fue de un silencio sepulcral. Me llegaron muchos mensajes por vía de “asuntos internos” animando a seguir con la experiencia, pero poca participación pública a pesar de la invitación expresa a que los internautas no sólo escribieran comentarios, sino que propusieran artículos o temas que reflejaran los usos que hacían o se hacían de la Red. Nada de nada. Hasta que el amigo Vicent Partal publicó en Vilaweb que en tal fecha de julio de 1996 yo cumplía 50 años y aquello fue estruendoso. Llegaron mensajes al formulario de en.red.ando desde lugares que nunca habría imaginado que estaban siguiendo esta discreta experiencia.
Las cosas empezaron a cambiar a principios de 1997. Poco a poco aparecieron algunos avanzados que propusieron unirse al editorial para abordar algunos temas en los que estaban trabajando en Internet. Al ver que ya éramos unos cuantos, en marzo de ese año decidí ampliar las instalaciones virtuales y fundé la revista electrónica en.red.ando, que incluía el editorial y artículos escritos por los protagonistas de lo que contaban. De hecho, era una especie de revista para-científica, donde se verificaba que lo que se publicaba era cierto y que los autores estaban realmente implicados en los proyectos, estudios, investigaciones o iniciativas que analizaban. La revista fue ganando prestigio, tanto por pionera como por la calidad de las colaboraciones y por su regular persistencia: cada martes aparecía un número nuevo con una cantidad variable de artículos. Poco a poco la publicación se convirtió en un verdadero laboratorio de I+Deas. Pero esa es una historia que corresponde al segundo volumen de esta Historia Viva de Internet.
En los editoriales de estos primeros tres años (como en los tres siguientes) tiene un peso justificable toda la problemática de los medios de comunicación, de las empresas de medios de comunicación, del periodismo, del periodismo electrónico o digital, de los nuevos perfiles profesionales en la comunicación, de los nuevos medios y las nuevas empresas de la comunicación. Y digo justificable fundamentalmente por dos razones: en primer lugar, porque yo procedo del periodismo y la comunicación, por lo tanto, mi propio quehacer profesional se vio agitado rápidamente por la centrifugadora de Internet; en segundo lugar, porque los medios tienen una enorme capacidad de auto-representación pública, por lo que el debate sobre su futuro ante la irrupción de Internet siempre adquirió una desmedida importancia frente a otras industrias que sufrieron y siguen sufriendo las transformaciones radicales impuestas por la constante expansión del ciberespacio.
Los editoriales se presentan como fueron publicados, salvo correcciones de errores tipográficos. Pero los términos son los que se usaban entonces, lo cual le puede chirriar a un lector de hoy. Este es un aspecto que no debemos olvidar y que constituye una dinámica de hierro de Internet: la Red está siempre, desde su fundación, en constante crecimiento. De hecho, se dice que en el ciberespacio funciona una extraña ley: cada año, aproximadamente, la población de la Red se dobla. Esto, como es de esperar, tiene profundas implicaciones en todos los aspectos imaginables. Las audiencias crecen, se modifican y se reestructuran como cardúmenes, se forman e informan en un proceso continuo de expansión, donde se mezcla la experiencia, la madurez tecnológica, el empuje de lo nuevo, el aprendizaje desde cero de todo lo que afecta al mundo virtual, lo imberbe con lo veterano… Por eso, los debates a veces son reiterativos, pero no repetitivos, porque las situaciones, aunque parezcan las mismas, cambian y agitan los fondos abisales de la Red.
Antes de cerrar esta introducción debo decir que no tengo palabras para expresar la intensidad de mi agradecimiento a la Editorial de la UOC por publicar estos textos. No valen en esta ocasión las frases hechas. Desde que cerró Enredando.com en 2004, he negociado con varias editoriales para que alguna asumiera un proyecto de esta envergadura, como era el de publicar todos los editoriales que vieron la luz en los 8 años de funcionamiento de la revista electrónica en.red.ando. Ofertas de publicar una selección, o incluso de reescribirlos y actualizarlos (?), tuve varias. Pero nadie tuvo la audacia y el interés de emprender la aventura de publicarlo todo como lo que es, como una parte de la Historia Viva de Internet, hasta que Lluís Pastor, director de la Editorial de la UOC, decidió que eso era precisamente lo que quería y se debía hacer.
Este agradecimiento lógicamente lo quiero extender a todos los que participaron en la experiencia de en.red.ando, ya sea directa o indirectamente, o por vía de contaminación benigna. Fueron muchos y gracias a su trabajo, talento e inteligencia contribuyeron activamente a profundizar la visión, la interpretación y el análisis de estos editoriales. Sin ellos, no consigo imaginar la persistencia del impacto que esta peripecia tuvo en todos nosotros.