Redes de conocimiento

Los sedimentos del ciberespacio

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
15 diciembre, 2011
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Introducción de Luis Ángel Fernández Hermana al Volumen I de  Historia Viva de Internet. Los años de en.red.ando (1996-97-98). Editorial de la UOC, publicado el 12/2011.

«Muchos que se adelantaron a su tiempo tuvieron que esperarlo en sitios poco cómodos«.
Aforismo atribuido a Stanisław Jerzy Lec, escritor, poeta y aforista polaco.

A finales de los años 90 del siglo pasado, era común escuchar en conferencias, o leer en artículos y ensayos referidos a las tecnologías de la información y la comunicación (TIC),  que “en diez años, estaremos todos en Internet y ni nos daremos cuenta, formará parte de la vida cotidiana”. Han pasado esos diez años y unos cuantos más y aquí estamos: con Internet efectivamente incrustado en la vida cotidiana de millones de personas. Pero nos damos cuenta de su presencia, y mucha. La incorporación de la Red a los hábitos diarios ha adquirido una velocidad, una inmediatez, un alcance y unas dimensiones de tal calibre que, por una parte, transforma el mundo que toca incluso aunque sea por mera proximidad, volviéndolo tan complejo e intrincado como lo es, por ejemplo, la creación de lo global y lo local y sus infinitas concatenaciones.  Por la otra, la Red, sobre todo su virtualidad, tiende a jibarizar todo lo que toca, a simplificar a través de la instantaneidad, la cercanía, la disponibilidad y la accesibilidad a la información ese mismo mundo que enreda constantemente, cogiéndonos por el cogote y sumergiéndonos sin remisión en un misterio insondable que, ese sí, se ha vuelto cotidiano, rutinario: a medida que tenemos más información, más información necesitamos para comprenderla, lo que nos mete en un pozo sin fondo para encontrar el conocimiento y los saberes que nos permitan desentrañar los acontecimientos que nos sirven desde un acelerado menú que se renueva en un bucle sin fin.

Pero, como todas las cosas que toca la velocidad de giro de la información, al conocimiento y los saberes, dos términos casi tan populares hoy como la Piqué en otras épocas (consúltese la Wikipedia), los hemos rodeado de una aureola esotérica que ofrece una generosa multiplicidad de interpretaciones y de aplicaciones, aunque sea a situaciones contradictorias. En esta agitación sin pausas que tiende a compactar el tiempo y el espacio, lo más fácil es perder de vista de donde venimos, sobre todo si de donde venimos es una construcción intangible donde se mezcla lo efímero, con lo virtual y lo emergente, lo cual contribuye considerablemente a las dificultades que experimentamos para acceder a la actualidad armados con algo más que las herramientas de la inmediatez.

Esta Historia Viva de Internet pretende reparar, en parte, este déficit. Hay bastante documentación sobre las diferentes fases que ha vivido la Red desde que comenzara a funcionar la conexión entre cuatro ordenadores de las universidades de Utah y las tres de California allá por 1969. Pero no hay tanta información sobre qué estaban haciendo, y cómo lo estaban haciendo o para qué, los que después devinieron en internautas, usuarios o cualquiera de estas insuficientes denominaciones que nos hemos otorgado para explicar que somos ciudadanos conectados. Ni en España, ni en EEUU, ni en ninguna parte disponemos de este tipo de documentación. Quizá por eso, entre otras razones, la historia que cuentan estos volúmenes, que apenas ha añejado poco más de una década y media, pareciera que viene de la profundidad de los tiempos. A más de uno de los que se atrevan a consultar esta páginas, “si no estaban allí” la melodía les sonará a tambores y flautas, los instrumentos musicales más antiguos que conocemos.

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