El Agujero Negro Digital (AND) (*)
Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
12 julio, 2013
Salvo raras excepciones, resaltadas sobre todo por su valor mediático, la historia dominante de Internet es la de una narración de avances arrolladores y éxitos espectaculares, conquistando sin cesar espacios de todo tipo, físicos y espirituales, materiales y digitales, conectando a seres vivos y a máquinas, sin que ya no seamos capaces ni siquiera de imaginar si la expansión de lo digital tiene vuelta a atrás. Si planteáramos esta duda sobre Internet, lo primero que diríamos es que estamos hablando de un ciberespacio joven, casi jovial, al que todavía le queda mucho camino por recorrer antes de que se nos presente esa remota posibilidad de su “deflación”.
Sin embargo, los procesos de expansión recorren caminos muy accidentados, no todos son avances, a veces se producen regresiones verdaderamente catastróficas por más que no las veamos o no recibamos cabal noticia del suceso. Como si fueran remedos de los agujeros negros que apenas conocemos, estos agujeros negros digitales nos explican, desde el otro lado del espejo, la dinámica de la Red, lo que hacemos en y con ella, lo que nos hace y sus consecuencias. Los agujeros negros digitales, como sucede en el universo que conocemos, cincelan el paisaje del ciberespacio, determinan su dinámica y establecen las reglas de juego desde la parte de la “materia oscura”, la que no vemos aunque intuimos que existe, pero a la que tampoco le prestamos tanta atención.
Los agujeros negros digitales (AND) hacen todo eso y mucho más. En unos casos, usted, estimado internauta, es tan solo una víctima más de la voracidad de los AND alimentada por causas de fuerza mayor, irremediables y avasalladoras como un tsunami. En otras, es usted precisamente el que propicia su aparición y el que le entrega todo el sustento que usted es capaz de proporcionarle: ilusiones, visiones, dinero, esfuerzo, inteligencia, proyectos, recursos de todo tipo e, incluso, para decirlo con un lugar común actualmente tan en boga, esos sueños que usted creía que por fin se iban a cumplir. Lo entrega y, además, ni siquiera mira para atrás, quizás aturdido por la aparente sencillez e inevitabilidad con que ha ocurrido el desastre, en la mayoría de los casos sin dejar huella o memoria. A fin de cuentas, no todos tenemos a los medios de comunicación siguiendo nuestros pasos.