Internet televisado
Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
2 agosto, 2016
Editorial: 18
Fecha de publicación original: 7 mayo, 1996
Fecha de publicación: 07/05/1996. Editorial 018.
A cada pájaro gusta su nido
Internet está al borde de una explosión demográfica que hará palidecer al grave problema de la superpoblación que afecta al mundo. Los demógrafos digitales se mueven en un terreno pantanoso a la hora de decidir cuál es la población aproximada de internautas. Pero a la vista de lo que está sucediendo con la cifra de “hosts” en Internet, que en un año ha pasado de 4.8 millones a 9.4 millones, no es aventurado predecir que algo parecido está sucediendo con la progresión numérica de usuarios. Quizá el ritmo en este caso es superior por la dinámica particular de Internet, ya que el incremento cuantitativo está comportando un incremento cualitativo de los servicios que, a su vez, actúa como un poderoso imán sobre la tasa de crecimiento de la población internauta (véase el editorial 12, “Una idea bajo el brazo”, del 26/03/96).
Sin embargo, cada vez se escuchan más voces que auguran la explosión definitiva de Internet cuando la Red logre instalarse en el salón de los hogares. El matrimonio entre PC y TV será la ceremonia definitiva que sellará la consagración del nuevo medio de comunicación digital. Profetas y comerciantes, analistas y filósofos, no dudan en apuntar a esta combinación como el salto definitivo hacia la sociedad de la información. Puede ser. Pero las cosas no están tan claras como para imaginar un camino trillado no sólo hacia la creación del nuevo híbrido (PCTV), sino, sobre todo, hacia su entronización en el ámbito doméstico hasta ocupar el lugar que hoy corresponde al televisor. Lo primero es un complejo problema técnico, algunas de cuyas posibles –y todavía remotas– soluciones comienzan a avizorarse. Lo segundo es una cuestión social para la que no tenemos suficientes precedentes que nos permitan imaginar cómo se resolverá, a pesar de la nutrida experiencia que nos ha proporcionado la televisión, el primer artefacto cultural que ha conseguido convertir el círculo familiar oral en un semicírculo audiovisual.
Ver Internet a través de la TV plantea dificultades aparentemente chistosas, pero no exentas de seriedad. Uno ve la TV con una determinada actitud, en un lugar de la casa, sentado de una cierta manera, acompañado de cierta gente o no y a unas horas que no tienen nada que ver con la “profesión de internauta”. Navegar por la Red sigue siendo un ejercicio esencialmente individual que, además, exige una cierta predisposición laboral, aunque uno lo haga simplemente por ocio y tan sólo recale en sus páginas más lúdicas. No hay por qué descartar la aparición de servicios colectivos que permitan la navegación en equipo, pero todavía no existen y, si ven la luz, serán una parte muy pequeña de la oferta global de la Red. Por otra parte, la lucha por el mando a distancia –en este caso, la herramienta que se diseñe para poder moverse por la Internet televisada– podría convertirse en un grave objeto de discordia, como ya saben hoy millones de familias de todo el mundo adictas al “zapping”.
Afortunadamente (es un decir) la irrupción de Internet en el salón doméstico no ocurrirá de golpe. Antes de que este amenazante acontecimiento sobrevenga, dispondremos de un banco de pruebas para entrenarnos en la profunda modificación que la tecnología digital se apresta a introducir en el ámbito familiar. Ese laboratorio será la TV digital y el progresivo desarrollo de sus innatas propiedades interactivas. Las decenas (o centenares, o miles, según los apologetas de la compresión digital) de canales que nos llegarán hasta el receptor dentro de poco, muchos de ellos con la oferta “interna” de diferentes espectáculos simultáneos a elegir por el dueño del mando a distancia, nos permitirá tensar las relaciones domésticas, verificar el temple de cada uno de los habitantes del hogar, establecer las nuevas leyes de negociación familiar y perfilar las nuevas prioridades según edad, ingresos, antigüedad, jerarquía cultural, proyección generacional, etc. Quienes salgan vivos y triunfantes de esta batalla (sobre todo, triunfantes) ya llevarán en su mente los gérmenes necesarios para la gran mutación: el internauta doméstico, un ser sobre el que nadie aventura a adelantar ni siquiera como serán sus contornos físicos, no digamos ya los psíquicos.