Importar portales
Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
2 enero, 2018
Editorial: 164
Fecha de publicación original: 20 abril, 1999
Donde no hay harina, todo es mohína
Eramos pocos y ahora importamos portales. Retevisión, el segundo operador de telecomunicaciones del estado español, acaba de concretar un acuerdo con el buscador estadounidense Excite, para elaborar una versión española de este portal. De esta manera, según Retevisión, los 12.000 abonados a Iddeo, su servicio de conexión a Internet, por fin sabrán por donde meterse a la Red. Lamentablemente, la información sobre este acuerdo no decía nada sobre cómo se las arreglaban hasta ahora estos pobres internautas para descubrir las maravillas del ciberespacio. Para orientarles, Retevisión y Excite han montado una operación de 20 millones de dólares (18 millones de euros). Si unimos a esta operación la compra de Olé por Telefónica y las presentaciones de Yahoo! y Altravista en castellano, todo suena a estruendoso pistoletazo de salida de la gran campaña de los portales en España. Lo interesante de esta carrera es que empieza justo cuando en EEUU se está discutiendo sobre su posible conclusión. Esta discrepancia de pareceres (e inversiones) debe pertenecer al ámbito del hambre histórico que arrastran los países atrasados con respecto a la gran superpotencia.
Como me decía un amigo de Washington el otro día, siempre dispuesto a flirtear con la bolsa de valores, si uno quiere seguir la pista a la comunidad inversora en Internet, lo mejor que puede hacer es comprar lotería. Hace un par de años el todo o nada dependía del «push» (¿se acuerdan de PointCast?), antes se jugaban los cuartos al contenido protegido por el derecho de propiedad intelectual (y así les fue al New York Times y al Washington Post, entre otros), ahora le toca el turno a la venta directa y a los portales. Y esta última opción, como digo, ya está en la picota. Mi amigo se olvidaba de la experiencia de Time Warner, que hizo un portal antes de que a nadie se le ocurriera la palabreja y descubrió que el tirón de esta magna corporación era inferior al de los nombres que se cobijaban bajo su paraguas. Algo parecido le sucedió más tarde a Disney y su servicio go.com, cuyos usuarios se iban rápidamente hacia ESPN, ABC News o los estudios Disney y, a partir de ahí, a pastar por las praderas digitales del ciberespacio. El portal retenía menos que un bebé.
Ahora, ante el aluvión de dólares que se ha movido en los últimos meses alrededor de estos nucleadores de servicios, el debate sobre su futuro se ha avivado de nuevo y el saldo es, cuando menos dudoso. Las razones ya las apuntaba en un editorial anterior (¿De dónde vienen los portales?). Los portales viven fundamentalmente de los recién llegados, del hecho de que nadie les explica cómo cambiar la dirección de inicio en el navegador y de una suma de servicios que nunca llegan a ser tan relucientes como para quedarse a vivir con ellos. Pero, por encima de estas consideraciones que pueden sonar a coyunturales ya que todo es manifiestamente mejorable, los portales no resuelven la cuestión de fondo, que es el de la generación de contenidos originales. Y en este sector es donde ahora se está comenzando a librar una batalla interesante en EEUU.
Jerry Yang, uno de los dos fundadores de Yahoo!, ha acuñado un término que, según él, definirá la política de su empresa y de los portales que quieran sobrevivir en los próximos años: «lugares pegajosos». Y el pegamento lo está buscando en medios de comunicación digitales con información propia y con servicios especializados, sobre todo dedicados a comunidades locales. No sólo se trata de incrementar el tráfico hacia ellos, sino de invertir en sus esfuerzos para reforzar (clientelizar) los acuerdos. La estrategia es clara: hibridizar el portal estrechando relaciones con comunidades virtuales. Esto significa, desde luego, un fuerte estímulo para los creadores de contenidos, quienes pueden ver recompensados sus esfuerzos al establecer una alianza con esta plataformas.
Mientras tanto, Retevisión invierte unos 1.500 millones de pesetas para poner en marcha el portal con Excite. Ya sé que la pregunta es retórica e, incluso, extemporánea, pero ¿dónde quedarán los contenidos digitales generados en castellano –o las otras lenguas constitucionales? Con ese dinero en la mano, uno se imagina (sí, ya sé, a veces la fiebre no deja ver la raya del horizonte con claridad y uno se pone a imaginar estupideces) que, tras pasar el rastrillo por el ciberespacio español, uno se quedaría en las alforjas con suficientes lugares de suficiente diversidad como para confeccionar un portal de padre y señor mío. Y, siguiendo con el cuento de la lechera, uno pensaría que con esa inversión se resolverían algunos de los problemas estructurales que aquejan a la incipiente industria de servicios digitales en el país, como el de la inversión de riesgo. Finalmente, antes de que se rompa el cántaro, podríamos pensar que, tras semejante ejercicio de caza y captura de servicios propios en Internet, España quedaría en muy buen pie para acercarse a América Latina a través de una industria, de una economía, basada en la lengua.
Pero los cuentos, cuentos son. Los ejecutivos que juegan a Internet siguen atados, y bien atados, a los viejos esquemas. Para ellos, no hay nada como unos pocos y escogidos centros de emisión (escalables, eso así, en correspondencia con una economía de gigantes) para que el resto de la humanidad se comporte como audiencia y escuche. Los que han tenido la oportunidad de observar cómo sus hijos juegan con la Red se han dado cuenta que la palabra clave es «clientelización» (bueno, en realidad ellos hablan de «personalización»), con lo cual le dan un rostro humano, local, al portal. Parece difícil convencerles, por ahora, de que Internet no se reducirá nunca a un puñado de portales y de que estos dependerán en última instancia de quienes elaboren contenido original para la Red. Y que los internautas vivirán en un estado de perpetua infidelidad feliz, buscando contenidos a partir de sus propias experiencias y no de las indicaciones de quienes quieren ofrecérselas en un bonito paquete. El problema es que, hasta que se den cuenta de esta simple verdad, construirán verdaderas catedrales digitales del despilfarro y, de paso, dejarán boqueando a una industria que les necesita como el maná del cielo.