Imperio no rima con Internet
Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
26 junio, 2018
Editorial: 213
Fecha de publicación original: 2 mayo, 2000
Quien tiene dinero pinta panderos
Como dice un amigo mío, no nos podemos quejar. Somos unos afortunados. Nos está tocando vivir una era excitante, plagada de cambios y transformaciones que, a diferencia de otros tiempos, nos afectan a todos de lleno, ya sea por activa o por pasiva. Hemos visto cómo se disolvía ante nuestros ojos un imperio con etiqueta de eterno, cómo emergía casi de la nada un planeta virtual aposentado sobre los cimientos intangibles de lo digital y, por si fuera poco, ahora nos quieren regalar el reparto en pedacitos, como si fuera una galleta, de la todopoderosa corporación que mejor encapsula el espíritu de la época: Microsoft. Somos unos cuantos los que consideramos que Internet ha tenido mucho que ver con los dos primeros hechos. Lo que resulta más sorprendente, al menos a primera vista, es que también propiciaría la fragmentación de la empresa que, desde hace tiempo, se ha autoconcedido el papel de «Gran Hermana» de la Red. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde se ha equivocado el amigo Gates en su carrera imparable hacia el papel de demiurgo supremo de la Sociedad de la Información?
La verdad es que es más fácil responder por el otro lado: Gates, desde que apareció Internet en su horizonte empresarial, no ha dado una a derechas. Sí, ya sé que esto suena muy concluyente y que el trayecto de la empresa de Seattle está regado de productos estupendos, de una brillante estrategia de marketing y de una política de I+D arrolladora. Sólo faltaría. Si no hubiera ofrecido ni siquiera eso, entonces a santo de qué estaríamos hablando de este asunto regalándole, de nuevo, espacio publicitario no pagado a Microsoft. El problema de fondo no es, como sostiene Gates, el santificado «interés del consumidor» o la innegable importancia de su empresa en la economía mundial. El problema de fondo es una de las ironías más sobresalientes de este fin de siglo: Gates, el hombre que ha regado el planeta con ordenadores, no ha entendido de qué iba la Red y eso le ha llevado a cometer errores de bulto asombrosos. Él mismo le ha entregado el cuchillo al juez Thomas Jackson para que parta el pastel.
En primer lugar, Bill menospreció Internet justo cuando empezaba a popularizarse. Fueron momentos de despiste en los que la estrategia de Microsoft pegó unos cuantos e interesantes bandazos. La empresa de Seattle no veía claro que aquella «cosa» fuera a ser tan importante. Cuando comenzó a ser evidente que la Red adquiría un papel medular en el entramado de una nueva economía, de una nueva sociedad, Gates anunció entonces a los cuatro vientos que Internet se convertía en su prioridad. Eso, en sus labios, se convirtió en una declaración abierta de dominio del ciberespacio. Hasta cinco intentos hemos soportado de control de la Red, desde el Microsoft Networks como red alternativa, hasta las maniobras para conseguir el respaldo de la Casa Blanca en sus pretensiones, pasando por otras estrategias variopintas.
Entre estas, vinieron y se fueron los intentos de «quedarse» con las metrópolis digitales en una dura pugna con AOL, la creación de Slate, el medio de comunicación «definitivo» de la Red, así como otras iniciativas presentadas también como las únicas posibles. Mientras tanto, el camino iba quedando regado de cadáveres propios y ajenos. Dentro de esa lógica, la integración del navegador Explorer con el sistema operativo apareció como un paso natural, una estrategia de marketing más para desbancar a los competidores. Ya lo había hecho muchas veces con otros programas, ¿por qué no iba a funcionar ahora? Esta debe ser la pregunta que Gates y sus amigos se repiten todavía durante el día y por la noche. ¿Por qué nos acosan de esta manera después de que hemos hecho tanto por ellos?
Y la respuesta, como decía la canción, estaba escrita en el viento. Gates, producto de una cultura corporativa peculiar, la de la hibridación de la sociedad industrial con las tecnologías digitales para la construcción de redes de ordenadores fuertemente jerarquizadas, verticalizadas y controladas, posiblemente no entendió en todas sus dimensiones la cultura de la Red con su arquitectura de redes informacionales abiertas, descentralizadas y transversales. No comprendió, para empezar, el cambio que se estaba –se está– produciendo en su «clientela» o, mejor dicho, la ambivalencia de este término a medida que progresa la sociedad de la información. No caló hasta el fondo en el significado de que los usuarios hoy no son sólo compradores potenciales aislados, sino que constituyen una agregación reticular más potente a veces que las propias corporaciones cuando apuntan a determinados objetivos, con todo lo que esto significa desde el punto de vista del mercado.
Y, por supuesto, no supo adaptarse a la creciente transparencia de este mercado. Su opacidad en la conducción de los negocios comenzó a agigantarle enemigos que antes eran tan sólo los enanos del circo. Desde hace cuatro años, las decisiones de la empresa erosionaron a ojos vista su credibilidad, el marco de sus aliados y, sobre todo, su tipo de posicionamiento en la Red. Todo esto puede parecer muy sorprendente cuando se piensa que estamos hablando de la corporación más poderosa del planeta. Uno, que ha cultivado un saludable espíritu conspirativo, tiende siempre a pensar que estas empresas tienen unos «Think Tank» de tres pares de narices, equipo de pensadores capaces de descorrer los velos del presente para escudriñar lo que nadie ve del futuro. Pero no. Otra vez la realidad se ha mostrado mucho más pedestre y empecinada. Por no enterarse de lo que estaba pasando, Gates ni siquiera se enteró de que el correo electrónico ya no era un sistema de comunicación corporativo, propio, y que cuando salía a Internet podía incluso utilizarse como prueba en los tribunales. Su perplejidad ante este tipo de «tropelías» atestigua el desconcierto en el que ha vivido estos últimos años.
Se le podría aplicar al «golden boy» aquel dicho de los años cincuenta: cuando 200 millones de rusos avanzaban felices hacia la construcción del comunismo, apareció Stalin. Cuando Gates se las prometía muy felices controlando el mercado mundial de ordenadores, apareció Internet. Es una ironía, pero es también una lección aplicable a muchas corporaciones que ahora parecen inconmovibles y eternas, pero empeñadas en seguir decidiendo por los usuarios, como siempre han hecho hasta ahora. La Red no perdona, la clientelización de sus usuarios y la jerarquización de las decisiones en un entrono de redes transversales tiene un precio y se paga a la baja frente a competencias más dinámicas y de inteligencias compartidas. Véase, por ejemplo, el caso de Linux.
¿Hay que dividir Microsoft? No creo que el juez Jackson lea esta columna, por tanto podemos aportar nuestro granito de arena con la misma irresponsabilidad que otras instancias mucho más prestigiosas, pero a las que tampoco nadie hará caso. Creo que los jueces y el gobierno de EEUU se equivocarían gravemente si dividieran a la empresa de Gates en dos o en tres partes, como aparentemente están pensando. Creo que hay que dividirla, como mínimo, en 100 partes. Así se crearía una nutrida red de empresas, altamente especializadas en diferentes campos de la informática, las telecomunicaciones, la programación y las redes. La competencia entre ellas abriría aún más el mercado, se verían obligadas a dejarnos decir muchas cosas sobre sus productos, su investigación estaría más cerca de los usuarios con el fin de satisfacer más rápidamente y mejor sus necesidades y podrían esparcir sus enormes conocimientos y experiencias por un tejido social e informacional mucho más extenso, rico y diverso. En una palabra, se acercaría por fin al mundo real, que es el virtual, en vez de esa imagen megalomaníaca que cultivan los estrategas de Seattle (si es que existen).
Pero no creo que los jueces y administradores sean tan sensatos. Si se deciden a disgregar, finalmente optarán por una partición menor, quizá en dos o tres partes o, lo que es peor para todos, ninguna. En este caso, será una cuestión de tiempo ver cómo todo el imperio del amigo Bill hinca la rodilla en tierra. Porque los enanos, que para entonces serán muchísimos más y más poderosos en sus interconexiones, no perdonarán una segunda vez. Lo dicho, nos ha tocado una época excitante.