Gasolina y burocracia

Luís Ángel Fernández Hermana - @luisangelfh
1 agosto, 2017
Editorial: 119
Fecha de publicación original: 12 mayo, 1998

Una ola nunca viene sola

La semana pasada, el capítulo catalán de la Internet Society celebró su jornada anual titulada «Internet y Cataluña, sociedad civil y próxima generación de Internet. Propuestas para Cataluña ante el reto de la sociedad global de la información». Partiendo del crecimiento constante del ciberespacio catalán y de su diversificación en organismos y empresas que ofrecen un variado muestrario de servicios basados en la distribución de información y conocimientos, unos 30 ponentes de la administración, la industria, la academia, la investigación y la sociedad civil, examinaron cuáles deberían ser los ejes estratégicos para impulsar un potente e innovador sector industrial de la sociedad de la información adaptado al entramado cultural de la sociedad civil catalana. El diagnóstico de partida fue unánime: estamos ante una oportunidad histórica de participar en una revolución firmemente asentada en el mundo industrial, la investigación, el diseño y la innovación, características éstas que, de una u otra manera, abundan en el entramado social de Cataluña. El diagnóstico de salida, sin embargo, deja algunos aspectos en la penumbra. En primer lugar, la necesidad de contar con una visión estratégica concertada entre la administración, el sector financiero y el resto de la sociedad que, como muestra cada sondeo, participa cada vez más de un modelo económico, social y político sustentado en las tecnologías de la información. En segundo lugar, las características propias de este modelo, cuyas premisas básicas para desarrollarlo o no están o, si están, no son precisamente favorables para conseguirlo. Y aquí citaría, encabezando una larga lista, el proceso de creación de las empresas que deben plasmar esa visión estratégica.

Como ya he señalado en otros editoriales, uno de los rasgos distintivos de la Sociedad de la Información es que está constituida por una vigorosa urdimbre de pequeñas empresas. Esto no es por casualidad. Miles de personas, ya sea individualmente o en grupo, así como pequeñas entidades y organizaciones, entran al ciberespacio y establecen sus lugares con el objetivo de participar en el nuevo espacio virtual de la información y el conocimiento. En la gran mayoría de los casos, ni siquiera se ven como empresas, sino como integrantes de una vasta comunidad que se desarrolla a través de esa plataforma que vino de ninguna parte, Internet, y que no está muy claro hacia dónde va. Pero, una vez adentro, no queda más remedio que comenzar a adoptar gestos propios de empresa (y de empresario). Es necesario organizar los flujos de información, gestionarlos, procesarlos (fabricarlos) y emitirlos (ponerlos en el mercado de la información). Esta actividad sólo en ocasiones es remunerada (y se convierte automáticamente en ejemplo de la pregunta más tópica del momento: ¿quién gana dinero en el ciberespacio?).

En conjunto, pues, Internet está funcionando como un vasto semillero empresarial del que, sin duda, surgirá la cultura industrial de la Sociedad de la Información. En su seno se están subvirtiendo algunas reglas de juego del mundo descrito según los criterios de la economía vigente. Por citar uno, miles de empleados o de trabajadores asalariados en el mundo real, se convierten en empresarios independientes en la Red, aunque todavía simultanean ambas facetas. Y muchos de los últimos no son empresarios propiamente dichos (no han se han constituido como empresa), pero ejercen de tales a través de la forma como trabajan en el ciberespacio, ya sea que traten de ganarse la vida o simplemente de divertirse. Internet no es un mundo contemplativo: exige orientación a través de la acción, la intervención y la interacción, y todo eso genera organización dentro de un saludable caos. Esta es una de las razones por las que resulta tan difícil analizar actualmente Internet desde el punto de vista económico y sociológico.

Ahora bien, cuando bajamos a tierra, las cosas se tornan todavía más complejas. En España, si queremos constituirnos como empresas de la información y el conocimiento, nadie está dispuesto a facilitar la tarea. El papeleo para montar una empresa en nuestro país tarda seis meses, a lo cual hay que añadirle los costos. En EEUU, el mismo trámite se cumple en medio día. Esta es una desventaja comparativa fenomenal. Nosotros tenemos que realizar de 13 a 14 trámites, según acaba de revelar la Encuesta Europea de Negocios realizada por la OCDE, la organización de los países industrializados. Si se quiere constituir una sociedad anónima, hay que añadir cinco trámites más. Cada trámite exige una progenie de documentos e implica a seis organismos diferentes. Si uno sale vivo de esta primera fase, entonces viene la segunda guillotina: la financiera. La encuesta de la OCDE señala que un 43% de las empresas españolas sondeadas mencionaban como la primera restricción a corto plazo para su expansión el coste de la financiación.

Ambos factores, burocracia y finanzas, componen un intrincado laberinto que se vuleve intransitable para quienes se inician como empresarios sin ninguna experiencia en el terreno administrativo y legal, como es el caso precisamente de quienes actuan en el nuevo sector de la información y el conocimiento. No existe un tejido social e industrial que les ampare, asesore, oriente y facilite las cosas. Lo único que hay son trámites e inversión, justamente lo que nadie necesita realizar para empezar a trabajar en Internet, no al menos de una manera apreciable como para impedirle la conexión y comenzar a desarrollar su sistema de información. Hasta que la solución de este cuello de botella no forme parte de la visión estratégica para desarrollar la Sociedad de la Información, lo más seguro es que ésta avance mediante impulsos deslavazados y con una debilidad estructural que pondrá en riesgo constantemente cada paso adelante.

Mientras tanto, EEUU se puede permitir el lujo de convertir a Internet en un territorio fértil a través del ensayo y el error, porque el costo de la aventura es mínimo y el beneficio del éxito enorme. En el fondo, se trata de una nueva versión del «factor gasolina»: el combustible cuesta hasta 7 veces menos al otro lado del Atlántico que en nuestros países. Por tanto, la ventaja comparativa en el momento de arranque de cualquier iniciativa empresarial es fenomenal y el costo de la quiebra, mínimo (aparte de que constitucionalmente está «premiada»). La encuesta citada señalaba, precisamente, que en España el propietario de un negocio fracasado tiene que asumir un costo tan alto que le desanima a la hora de correr riesgos. Y lo que exige la Sociedad de la Información en estos momentos es precisamente eso, correr el riesgo de crear su entramado industrial. Si la administración y el sector financiero no se ponen de acuerdo para abrir estas compuertas, gran parte de los esfuerzos por participar activamente en este sector estratégico pueden irse al traste.

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